viernes, 18 de mayo de 2018

Argentina en brazos del FMI- Dossier

13/05/2018  Sin Permiso

Argentina en brazos del FMI

Rolando Astarita 

Fabian Kovacic 

Fernando Rosso 

Leandro Mora Alfonsin 


Rolando Astarita- Profesor de economía de la Universidad de Buenos Aires.
En una nota anterior, publicada a fines de marzo, decíamos que el sostenimiento de la demanda basada en alto déficit fiscal y de cuenta corriente, financiados con entrada de capitales especulativos y deuda creciente, era insostenible en el mediano plazo, y agregábamos: “se sabe cómo suele terminar esta historia: llega un punto en que comienza la salida precipitada de los fondos especulativos (en una situación de fragilidad económica el disparador puede ser cualquier elemento que los inversores consideren negativo), con las consecuencias de violentas devaluaciones cambiarias y profundas crisis financieras” (aquí).
Pues bien, la salida de capitales se desató mucho antes de lo que preveíamos en esa nota, a partir de la suba de la tasa de interés en EEUU y la agudización de diferencias y tensiones, no solo entre la oposición y el Gobierno, sino al interior de la misma coalición de Cambiemos. Desde que se inició la corrida, el Banco Central perdió el 8% de sus reservas, el peso se devaluó en un solo día (el 3/05) un 8%, y la sangría solo fue frenada, parcialmente, con una suba de la tasa de interés de referencia de 1250 puntos básicos, desde el 27,5% al 40%. Sin embargo, no se trata solo de la corrida cambiaria: también cayeron los bonos de la deuda (el riesgo país aumentó desde 397 a 471 puntos básicos en menos de un mes) y las acciones se derrumbaron. Al momento de escribir esta nota el dólar sube a $23,5 y el Merval se hunde más del 4%. Hasta el presente, más que “volatilidad” hubo caída libre. Y está abierto el escenario para una crisis financiera.
Subrayamos: es imposible sostener indefinidamente un elevado déficit de cuenta corriente con entrada de capitales especulativos. Incluso la historia de años recientes muestra que cuando el déficit de cuenta corriente se acerca al 5% del PBI, las crisis llamadas sudden stop (interrupción brusca de la entrada de capitales de portfolio, y salida de los mismos) se hacen casi inevitables. Ocurrió en México 1994, en Tailandia 1998 y en Argentina 2001. El gobierno de Cambiemos apostó a la entrada de esos capitales ofreciéndoles altas rentabilidades con la bicicleta financiera, pero por esta vía no hay salida. Precisamente, en referencia al carry trade, en abril del año pasado escribíamos:
“… la entrada de capitales financieros especulativos ahora aprecia la moneda argentina. No es entonces una apreciación que sea expresión de una mejora estructural de la economía, basada en el desarrollo de las fuerzas productivas, en el aumento de la productividad. De hecho, la inversión productiva sigue sin repuntar: en 2016 la inversión bruta fija (medida a precios corrientes) fue de apenas el 14,8% del PBI, el nivel más bajo de la serie del Indec desde 2004. Dada la baja productividad de la industria, muchos empresarios dicen que con este dólar no pueden competir. De ahí también el ataque del Gobierno y las cámaras empresarias al salario –perdió por lo menos seis puntos porcentuales solo en 2016- y a las condiciones de trabajo. Los acuerdos de productividad por sector, realizados con la complicidad de la burocracia sindical, son una muestra. Una vez más se comprueba que la política monetaria “dura” es un arma puesta al servicio del aumento de la explotación del trabajo. La alternativa, de todas maneras, sería una fuerte devaluación, acompañada de una política de contención de salarios” (aquí).
Y aunque en 2017 hubo un cierto repunte de la inversión, estamos muy lejos de un crecimiento sostenido de la acumulación de capital productivo.  Por eso el subdesarrollado capitalismo argentino solo puede insertarse en la economía mundial a partir de bajos salarios, y solo en algunas y contadas ramas.
En consecuencia, vuelve a plantearse –lo han expresado funcionarios del gobierno- la meta de ganar competitividad con salarios permanentemente devaluados en términos de la moneda mundial. Para esto, el gobierno de Cambiemos, los gobiernos provinciales y las cámaras empresarias intentarán, con la colaboración de la burocracia sindical, mantener los aumentos promedio del 15% frente a una inflación que seguramente superará el 25%. Es lo que el marxismo llama un aumento de la tasa de plusvalía, o sea, de la relación entre la plusvalía (ganancias, intereses, rentas) y el valor de la fuerza de trabajo.
De manera que el conflicto en torno al salario está en el centro de la agenda en las próximas semanas. El gobierno y las cámaras patronales amenazarán con la desocupación.  Con una economía estancada, o en descenso, aumenta la presión del desempleo sobre la clase trabajadora. En el mismo sentido juega el chantaje de la huelga de inversiones –“si los trabajadores no aceptan tal o cual condición, no invertimos”. A su vez, la suba de la tasa de interés y la salida de capitales ponen presión para llevar adelante un “ajuste” del gasto público. Lo que potenciará la desocupación y debilitará aún más la demanda. Agreguemos que la devaluación aumentará el peso de la deuda externa, que ha crecido sin parar en los dos últimos años.
Alternativamente, si la lucha de clases obligase a conceder aumentos salariales, los empresarios descargarán esos aumentos en los precios. Si a su vez la clase obrera recupera salarios con nuevas luchas reivindicativas, se entraría en una espiral inflacionaria, reflejo monetario de la agudización del conflicto entre el capital y el trabajo. Y si la inflación sigue su curso, se desembocaría en una crisis similar a la de finales de los 1980 (que legitimó ante la opinión pública las políticas del menemismo). En esos escenarios, el discurso de la clase dominante es que “los trabajadores y su egoísmo son los culpables de la inflación”.
En cualquier caso, en tanto subsiste el sistema capitalista, las crisis siempre la pagan los trabajadores. No es posible superarlas con medidas parciales, o votando alguna ley milagrosa que evite los padecimientos para los millones de personas sometidas a la lógica de la ganancia y del capital. Los problemas de fondo exigen soluciones de fondo, esto es, modificar las relaciones de producción subyacentes, la propiedad privada del capital.

Bicicleta financiera con rumbo al FMI
Por Fabián Kovacic- Periodista. Corresponsal del semanario uruguayo Brecha en Buenos Aires.
El anuncio de una vuelta al regazo del Fondo Monetario Internacional (Fmi) por el presidente Mauricio Macri confirmó los peores pronósticos de la revista Forbes: es hora de salir de Argentina. En las últimas semanas el peso argentino se depreció de manera acelerada frente al dólar y se generó una corrida cambiaria a pesar de la drástica suba de la tasa de referencia, que alcanzó el 40 por ciento. El barco empieza a hacer agua, pero, aseguran los economistas, las condiciones para una posible quiebra de la economía como ocurrió en 2001 aún están lejos.
En los dos minutos y medio que duró su discurso, el pasado martes, el presidente se vio obligado a explicar por qué decidió recurrir al Fmi 12 años después de que su país cancelara todos los pagos con la institución: Mauricio Macri reconoció la fragilidad de la economía argentina y su dependencia de los mercados externos. Bajo su gobierno, la deuda externa creció a partir de la emisión de bonos desde 2016 y la fuga de capitales sumó 40.000 millones de dólares –a raíz de la salida del país de crecientes capitales especulativos y de ahorros dolarizados hacia bancos extranjeros y paraísos fiscales–, estos dos factores han llevado a la economía argentina a una situación de iliquidez, algo que derivó en el pedido al Fmi de los dineros negados en los mercados financieros.
Cuando el ex ministro de Economía Domingo Cavallo reapareció en los medios en la noche del miércoles 2, encendió las alarmas. Artífice de la paridad cambiaria durante el menemismo y “superministro” de Economía del presidente Fernando de la Rúa, su protagonismo en la historia económica reciente argentina despertó recuerdos del incendio nacional en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Esos días el pueblo salió a la calle en rechazo al corralito financiero impuesto por Cavallo quien, junto a De la Rúa, era la figura más repudiada. Su retorno no fue ni casual ni inocente; su aparición coincidió con el momento en que uno de sus discípulos, el actual titular del Banco Central de la República Argentina (Bcra), perdía la interna en el gobierno. Federico Sturzenegger venía haciendo malabares contradictorios en el Bcra, subiendo y bajando tasas en los últimos cuatro meses, generando cortocircuitos permanentes en el desdoblado Ministerio de Hacienda y Finanzas con sus dos titulares Nicolás Dujovne (Hacienda) y Luis Caputo (Finanzas), y también con su enemigo el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, quien aspiraba a ocupar su lugar en el Bcra.
El escenario así montado recordaba a los años liberales de la fiesta menemista, con especulación financiera como previa a la crisis de 2001.
Estampida cambiaria
“Es hora de dejar la Argentina y salir corriendo”, sostuvo un artículo publicado en la revista de negocios Forbes (en su edición de la primera quincena de mayo) en referencia al fin del romance de los fondos especulativos con la política económica implementada por el macrismo. La publicación pronosticó “una reedición de lo ocurrido en 2001” a partir de los marcados ascensos y descensos en la tasa de crecimiento entre 2009 y 2017, con un crecimiento de 10 por ciento en 2009 seguido por una baja al 2 por ciento al año siguiente y varios picos de “montaña rusa” hasta fines de 2017, según datos del propio Bcra y del Ministerio de Economía. Lo cierto es que las operaciones denominadas carry trade, que permitían a fondos especulativos introducir dólares al país, cambiarlos por pesos, comprar Lebac (bonos del Banco Central con vencimiento mensual y cuyos pagos son totales al momento del vencimiento), recuperar pesos y comprar dólares a tasas bajas para reiniciar el ciclo, parecen haber llegado a su fin. Con una economía que no crece y una inflación aún no dominada, el gobierno decidió a partir de mayo imponer un gravamen a la renta financiera de los capitales extranjeros. Esa fue la luz roja y las alarmas se dispararon cuando la tasa de interés en Estados Unidos subió a fines de abril. En ese momento las monedas de países emergentes decidieron acompañar esa suba del dólar, menos Argentina que de la mano de Sturzenegger decidió clavar el dólar por indicación expresa de Macri para evitar un crecimiento de la inflación que impactara en los productos de la canasta básica de alimentos. “Eso retrasó el valor del dólar en Argentina y quedamos mal parados frente al resto de la región y otras economías emergentes”, señalaron economistas como José Luis Espert y Juan Carlos de Pablo, que suelen estar en sintonía con el gobierno.
Secuelas de la desregulación
Sin embargo, para otros analistas (véase entrevistas con Matías Kulfas, Arnaldo Bocco y Mercedes Marcó del Pont) la situación se remonta a los comienzos del ciclo macrista, cuando la Casa Rosada decidió desregular la economía, eliminando impuestos a las mineras, la producción rural, el sector financiero y abrir la economía de par en par a las importaciones. “La desregulación económica le quitó herramientas al Estado para operar sobre este tipo de contingencias financieras”, aseguró Arnaldo Bocco a Brecha.
El mediodía del pasado martes Mauricio Macri anunció la reanudación de relaciones económicas con el Fmi a través de una cadena de préstamos disponibles a la brevedad. “Nuestra economía depende de los flujos externos y esas son variables que no dominamos”, dijo y reconoció que la creciente valorización del dólar, las subas en el precio internacional del petróleo y una trasmisión de ganancias de países emergentes hacia países centrales industrializados han generado cambios en la economía mundial. “Con eso no podemos hacer nada”, concluyó en su discurso. La eliminación de regulaciones a la economía con la idea de generar una lluvia de inversiones extranjeras de grandes firmas fue anunciada por Macri ya en la reunión del Foro Económico Mundial de Davos en enero de 2016, cuando participó como presidente. Desde entonces decretos y leyes acompañadas por buena parte de la oposición, fueron eliminando regulaciones para los actores económicos más importantes, como los productores rurales y el sector financiero y bancario. No así para las industrias locales y extranjeras que ya en marzo de 2016 advirtieron sobre los riesgos de una apertura indiscriminada de la economía nacional.
Los de entonces y los de ahora
Para Macri la fragilidad argentina depende de las variables económicas de los mercados, por eso se hace necesario recurrir al Fmi. Su lenguaraz en Hacienda, Nicolás Dujovne, dio una conferencia de prensa en el ministerio, en la que apenas pudo maquillar los dichos de su jefe. Apoyado en la escritora argentina Poldy Bird y su libro Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, ensayó una explicación: “El Fmi no es el mismo de hace 20 años, como tampoco somos los mismos nosotros porque aprendimos de la experiencia”. La idea es alejar cualquier recuerdo de aquellas relaciones con el Fmi, encabezado por Michel Camdessus en tiempos menemistas, que resultaron en el estallido social argentino de 2001. Dujovne no aportó más precisiones: no saben cuánto dinero van a pedir, ni en qué condiciones, porque en definitiva “es una línea de créditos preventiva”, aseguró. Filtraciones a la prensa ubican, sin embargo, en 30.000 millones de dólares aproximadamente el pedido de Dujovne a Christine Lagarde. En la noche del martes una comitiva argentina partió a Washington para arreglar los pormenores del acuerdo y negociar las condiciones.
Argentina ingresó como socio del Fmi en 1956, durante el gobierno de la llamada Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón un año antes. Desde entonces la relación siempre fue tensa y con derrotas para la economía del país. El presidente Arturo Frondizi fue el primero en solicitar dineros para implementar un plan de desarrollo industrial: la condición del Fmi fue ubicar al liberal Álvaro Alsogaray como ministro de Economía. Las dictaduras de Juan Onganía y Jorge Videla aceptaron a rajatabla sus recetas, los presidentes radicales Arturo Illia y Raúl Alfonsín ensayaron gestos infructuosos de rebeldía y el peronismo de 1973 cuestionó la permanencia del país en la institución. Los peronistas Carlos Menen y Eduardo Duhalde firmaron acuerdos de refinanciación de deuda y sólo Néstor Kirchner pagó toda la deuda con el Fmi, en 2006, para evitar condicionamientos económicos durante su gobierno. Ahora Macri retoma la senda del endeudamiento y el consiguiente ajuste con una previsible agudización del conflicto social.
Brecha, 11 de mayo 2018

La hegemonía era un bluf
Por Fernando Rosso - periodista y director de La Izquierda Diario. Forma parte del comité de redacción de la revista Ideas de Izquierda. Escribe en diversas publicaciones como Le Monde Diplomatique (Edición Cono Sur), Panamá Revista, el diario de Río Negro y Tiempo Argentino (desde que está recuperado por sus trabajadores). Es coautor del libro “¿Existe la clase obrera?” (Capital Intelectual, 2017), en el que analiza el crecimiento durante el kirchnerismo de las comisiones internas de izquierda en fábricas y empresas.
“Hegemonía”, dijeron analistas políticos al definir el panorama posterior al triunfo electoral de Cambiemos hace seis meses. ¿Cuáles eran, y son, los factores que ponen en duda la existencia real de una supremacía macrista?
Giro inesperado, cambio brusco, golpe intempestivo, alteración repentina y, como no, “cisne negro”. Estas fueron algunas de las respuestas ensayadas en las vertiginosos horas de corrida cambiaria, precedida por una crisis política provocada por los tarifazos. Ambos factores pusieron en cuestión la “gobernanza” macrista y empujaron en unos pocos días a una variación drástica de la orientación económica que implicó una devaluación de hecho, la pérdida del 10% de las reservas, un alza violenta de las tasas de interés del Banco Central -con el consecuente impacto recesivo sobre la economía-, un ajuste fiscal y recorte de obra pública y una vuelta repentina a ese Mercader de Venecia odiado por la gran mayoría de los argentinos en la búsqueda desesperada de un rescate: el Fondo Monetario Internacional. El paquete de conjunto decretó lisa y llanamente la muerte en dos tiempos del tan mentado gradualismo: Nicolás Dujovne le dio un golpe que lo dejó grogui sin destilar y Mauricio Macri le dio el tiro de gracia.
Que todo lo sólido se desvanece en el aire o que predecir es muy difícil, especialmente si se trata del futuro, pueden servir de consuelo para aquellos que depositaron excesiva confianza o expectativas exageradas en el experimento Cambiemos. Pero ¿era tan sólido lo que parece desvanecerse? y ¿no estaba el futuro repitiendo el pasado?
La crisis financiera (que no es sólo financiera) y la furiosa corrida contra el peso, así como en diciembre pasado la tormenta política motorizada por la contrarreforma previsonal, revelaron que -de mínima- fue apresurado hablar de una nueva “hegemonía” del PRO y su coalición, luego del aparente Hiroshima de 2015 confirmado por el Nagasaki de 2017.
* * *
“El error en el que se cae frecuentemente en el análisis histórico-político consiste en no saber encontrar la relación justa entre lo orgánico y lo ocasional. Se llega así a exponer como inmediatamente activas causas que operan en cambio de una manera mediata, o por el contrario afirmar que las causas inmediatas son las únicas eficientes. En un caso se tiene un exceso de ‘economismo’ o de doctrinarismo pedante; en el otro, un exceso de ‘ideologismo’; en un caso se sobrestiman las causas mecánicas, en el otro se exalta el elemento voluntarista e individual.”
La sentencia pertenece al hombre que -aunque no fue el primero ni el único que problematizó la cuestión de la hegemonía- sí le otorgó una centralidad en su pensamiento teórico: Antonio Gramsci. También fue quien más seriamente la trabajó antes de que un ejército de pensadores y divulgadores de todo tipo y color abusara del concepto hasta transformarlo en una categoría que al explicar todo, no explica nada.
Este error recurrente se manifestó en los análisis del macrismo al considerar que la complejidad de la política se agotaba en la astucia para ganar elecciones y que triunfo electoral se traducía inmediatamente en hegemonía.
Este tipo de pensamiento se complementaba con otro que extraía un sólo elemento (la “hegemonía”, en una versión reducida) y le daba un valor sin límites separándola del conjunto del sistema teórico y del método al que está íntimamente relacionada. Un método que contiene otros factores esenciales como las condiciones que impone la estructura económica general, las relaciones de fuerzas sociales o las condiciones internacionales.
Pero además, estas lecturas se apropiaron de una versión amputada de la hegemonía que tiene sus precursores en los anales del eurocomunismo y a uno de sus últimos representantes en el fallecido Ernesto Laclau: la hegemonía es reducida a “batalla cultural” y la batalla cultural a mera contienda electoral. Con el mismo prisma se leyeron los años kirchneristas y la misma vara se usó para pensar qué es el experimento Cambiemos.
Las explicaciones que afirmaban que Cambiemos había logrado “desconectar” la política de la economía con el manejo aceitado de los instrumentos comunicacionales de una posmodernidad líquida estaban inspiradas en estas concepciones. La relativa autonomía de la política se convertía en independencia absoluta del relato y el big data, la microsegmentación y el marketing electoral terminaban transformados en el último grito en materia de estrategia política.
La construcción de hegemonía tiene lugar cuando una clase dominante (o una fracción de clase) se torna dirigente de alguna manera. Es decir, tiene la capacidad de otorgar concesiones materiales a las clases sobre las que ejerce la hegemonía para lograr esa combinación “virtuosa” de coerción y consentimiento. Como señalaba el comunista sardo “es indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden afectar lo esencial, porque si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser también económica”.
Si aceptamos por un instante que esta teoría elaborada originalmente para pensar una estrategia para la lucha de las clases subalternas en general y de la clase obrera en particular -puede ampliarse para pensar cómo domina la clase dominante- no es adecuado amputar sus elementos esenciales.
Ninguna de estas características se manifestó en el proceso que llevó al macrismo al poder ni en la experiencia de estos dos años de administración Cambiemos.
En primer lugar, el esquema económico heredado por el kirchnerismo acumulaba contradicciones insostenibles que empujaban a dos opciones polares: o se aplicaba un ajuste profundo que “corrigiera” los desequilibrios (déficit fiscal, comercial, productividad) o se avanzaba en dirección de afectar intereses empresariales fundamentales con una salida opuesta. A diferencia de las “hegemonías” que llegaron a instaurar el menemismo o el kirchnerismo, Macri no tuvo la “ventaja” de una crisis catastrófica que al no encontrar salida termine agobiando y desmoralizando a la sociedad para resignarla a aceptar un ajuste inevitable, previa derrota de luchas emblemáticas que ofrecían resistencia (por ejemplo, en el caso del menemismo, las privatizaciones). Carente de las crisis que habilitaron al menemato o, 2001 de por medio, el ajuste duhaldista que (ayudado por las condiciones mundiales) permitió la expansión kirchnerista, el macrismo se encontró con un límite difícil de sortear para instaurar algo parecido a una hegemonía.
En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, los triunfos de Macri y su coalición en 2015 y 2017 estuvieron basados -en gran parte- en la promesa “aspiracional”, no en la épica del ajuste y en un “consenso negativo” alcanzado por el rechazo a las figuras, los métodos o la orientación económica de la administración anterior. Como afirmó el filósofo francés Daniel Bensaïd, el concepto de hegemonía implica “la articulación de un bloque histórico en torno a una clase dirigente y no la simple adición no diferenciada de la categoría de descontentos (…)”.
Estos dos aspectos condicionaron o directamente impidieron que tenga lugar otro factor indispensable para la hegemonía: que la filosofía de Cambiemos, para decirlo en un sentido amplio (y suponiendo que ese conjunto de cualunquismos pueda calificarse como “filosofía”), se convirtiera en cosmovisión de masas y sus intereses particulares se transformen en intereses universales o nacionales.
En tercer lugar, si la fórmula hegemónica implica que el grupo que pretende asumirla debe convertirse en “dirigente” de las clases aliadas y dominantes de las clases enemigas, el modelo económico macrista viene ofreciendo nada más que ajuste para los de abajo (aunque haya sostenido programas sociales para los más empobrecidos) y un abismo en el horizonte para la fracción del empresariado que, a falta de mejor nombre, podríamos denominar como “no monopolista” o dependiente del Estado y el mercado interno, y a la que se supone debería conducir. Los roces con este sector ya se venían expresando alrededor de los tarifazos o en el tímido cuestionamiento a la apertura económica indiscriminada.
En cuarto lugar, la relación de fuerzas, pese a los avances indiscutibles en aspectos del ajuste, no fue modificada cualitativamente en los términos que necesitaban y reclamaban los “mercados”, un eufemismo para denominar a lo más concentrado del capital nacional e internacional.
Es verdad que en la crisis actual, por ahora, “los de arriba” tienen un rol mucho más activo: los mercados, el capital financiero o Clarín; pero esa es sólo la foto. La película indica otra cosa: la crisis social y las movilizaciones de diciembre contra la mal llamada reforma previsional culminaron con un triunfo pírrico en el terreno legislativo pero con una derrota política y dejaron su marca tanto en Cambiemos como en el conjunto de las fuerzas políticas (todas las encuestas certificaban la caída).
Después de diciembre, Macri retrocedió: pasó del reformismo permanente –siempre en el plano discursivo- que había anunciado, casi con soberbia, a pocos días del triunfo electoral de octubre pasado, a realizar un elogio del gradualismo que manifestó con un tono mucho más moderado y con menos convicción en el discurso de inauguración de las sesiones del Congreso este año.
Cuando avanzó el plan de tarifazos, las primeras contradicciones surgieron de referentes de la misma coalición oficial (que sufrían el “síndrome diciembre” y percibían el malestar general) y luego se extendieron hasta alcanzar incluso al justicialismo colaboracionista. Uno de los motores de la corrida y la extorsión de los “mercados” residió precisamente en el cuestionamiento al gradualismo que le permitió al Macri perdurar o hacerse políticamente viable pero no mostraba ningún resultado económico sustancial. El “ruido” político ante la posibilidad de un empantanamiento del plan de quite de subsidios (tarifazos) en el Congreso y la consecuente reducción del déficit fiscal estuvo entre los últimos factores que aceleraron la corrida. Por la tanto, de manera laberíntica y distorsionada, la relación de fuerzas y el malestar de “los de abajo” no dejó de manifestarse con persistencia y obstinación. No hay que perder de vista que el quietismo cómplice de la dirigencia sindical cumplió un rol fundamental para que este malestar evidente no se transforme en acción callejera.
Finalmente, aunque no menos importante, el escenario internacional (que favoreció de distintas maneras a las “hegemonías” menemista o kirchnerista) evidenciaba un panorama adverso para la orientación programática de Cambiemos. Macri buscó abrirse al mundo en el preciso momento en que el mundo se cerraba sobre sí mismo. La suba de la tasa de interés en EEUU no es más que una de las manifestaciones coyunturales de este marco general. En las últimas horas, el macrismo culpó a la difícil situación internacional y el presidente afirmó en su escueto mensaje por una virtual cadena nacional que “las condiciones mundiales están cada día más complejas”. Lo que no dijo es que esas condiciones y sus tendencias ya estaban ahí cuando arribó a la Casa Rosada.
En síntesis, ni las condiciones políticas o económicas nacionales, ni el evidente complejo escenario internacional, ni la relación de fuerzas, ni el precario consenso de los triunfos electorales coyunturales permitían hablar de una nueva hegemonía. 
* * *
Lo que se manifiesta en la actualidad y se expresó con todas las distorsiones del caso durante estos dos años es un escenario de “empate catastrófico” (tomando el concepto de Juan Carlos Portantiero) donde cada bloque tiene la capacidad de veto sobre el proyecto del otro, pero carece de la fuerza suficiente para imponer hasta el final el propio. El famoso gradualismo no era una elección estratégica producto de la virtud de la craneoteca cambiemita, sino una imposición de las circunstancias que determinaban que podía ser todo lo neoliberal que permitía la relación de fuerzas. Que Cambiemos construya el relato de sus deslumbrantes capacidades políticas es relativamente esperable, que ellos mismos se lo crean empieza a complicar las cosas, pero que quiénes se le oponen compren llave en mano las supuestas habilidades magistrales del autodenominado “mejor equipo de los últimos 50 años” es verdaderamente preocupante.
Parafraseando a Borges, se puede sentenciar que la realidad no es ni buena, ni mala, ni incorregible, es simplemente inevitable.
Revista Anfibia, mayo de 2018

Es por abajo
Por Leandro Mora Alfonsín- Economista, es Director Ejecutivo de FAIMA Argentina y profesor de la Universidad de Buenos Aires.
13 de julio de 2014. Final del mundo. Argentina enfrenta a Alemania. Un país expectante. Minuto 112. Toni Kross le daba un pase a Schurrle. Gago miraba cuando el último se la devolvía al primero. No presionó a Kross ni marcó a Schurrle, quien aprovecho la distracción del cinco albiceleste para escaparse en un pique fresco, recibir, correr, superar a Zabaleta y al hasta ese momento 99,9% de las veces infalible Mascherano. Luego pudo centrar perfecto al pecho de Goetze, quien dominó y definió. Fin de un sueño. A la restricción externa económica que ya asomaba desde 2011 se le sumaba una restricción en finales futbolísticas que hasta hoy perdura.
16 de diciembre de 2015. Prat Gay anuncia que se levanta el cepo. La medida, símbolo de la sintonía fina prometida a fines de 2011 que no fue, se despidió con casi USD 28.000 MM de déficit de cuenta corriente cambiaria entre 2013 y 2015, un mercado de cambios paralelo y remisiones de divisas contenidas. La salida del cepo llevo al dólar a un nuevo piso, en torno a los $13,50 y el posterior acuerdo con el grueso de los holdouts (buitres y no buitres) permitió el inicio de un proceso de “vuelta a los mundo”. Entre 2016 y el primer trimestre de 2018, el sector público nacional asumió compromisos en moneda extranjera por cerca de USD 115.000 MM. El mundo nos da la bienvenida prestándonos a tasas competitivas y el bajo nivel de apalancamiento permite financiar la estrategia económica del gobierno, basada en un fuerte plan anti-inflacionario, el ajuste de tarifas públicas y un plan de reducción del déficit fiscal que incluye el sacrificio de percepción de algunos impuestos (retenciones a ciertos productos agroindustriales y minería).
28 de diciembre de 2017. En conferencia de prensa, Peña, Sturzenegger y Dujovne anuncian que se modifican las metas de inflación, pasando de un 12% de imposible cumplimiento a un 15% de irreal cumplimiento para 2018. El BCRA relaja en consecuencia su política monetaria. El mercado responde dolarizando carteras y llevando el tipo de cambio a un nuevo piso en torno a los $20,5. Esta depreciación y una nueva tanda de ajustes de tarifas afectan el ritmo de desinflación, principal objetivo económico del gobierno, que en marzo alcanza 2,3%. Semanas después, un alza de las tasas internacionales y la depreciación consecuente de monedas emergentes desata turbulencias que recortan el campo de acción; los inversores comienzan a migrar a activos “más seguros”, se desarman en títulos argentinos, lo que hace asomar la cabeza al riesgo país y pone presión tanto sobre el tipo de cambio (que va buscando un nuevo piso en torno a $23) como sobre nuestra capacidad de acceso a dólares y el cumplimiento de los objetivos desinflacionarios. Para imprimir confianza afuera, se recurre al FMI. El mundo nos recuerda que más allá de las cálidas bienvenidas, el financiamiento externo no solo tiene el riesgo de la carga de los pagos, sino de las condiciones de oferta, que pueden ser cambiantes. Una alta dependencia de financiamiento externo para tu estrategia económica te expone a menor capacidad para amortiguar shocks. Afuera empieza a llover, pero las goteras del living son problemas de nuestra losa.
¿Qué hubiese pasado si Gago presionaba o mantenía su marca en lugar de mirar? ¿Qué hubiese pasado si en el casi minuto 97 Palacio definía por abajo? ¿Y si Messi? ¿Y si Higuain? ¿Y si el línea? Probablemente seriamos más felices. Probablemente no. Ejercitar ucronías suele implicar esperar que las mismas nos devuelvan el mejor escenario posible ¿Cómo hubiese funcionado una política de tasas reales positivas y sintonía fina en lugar de cepo en el último gobierno kirchnerista? ¿Hubiese habido mejor capacidad de respuesta a un ajuste de tasas internacionales si no se anunciaba un cambio de metas en diciembre de 2017? ¿Se subestimó la restricción externa como condición para entender el momento macroeconómico argentino al asumir? Todas estas preguntas cuentan con la injusticia de tener leído el diario del lunes. Sobre ellas no conviene detenerse pero si sobre su base intentar apreciar donde estamos parados y que escenarios pueden pensarse en adelante. Analizar implica marcar y anticipar alternativas. Y no solo mirar, como supo hacer Gago con Schurrle en una final del mundo.
La restricción herencia
Así como es exagerado decir que toda política “difícil” llevada adelante por el actual gobierno y sus efectos es consecuencia de la mentada pesada herencia recibida, es justo establecer que las condiciones macroeconómicas iniciales para cualquier candidato que asumiera en diciembre de 2015 no solo no eran ideales, sino que estaban (y siguen estando) condicionadas por el viejo fantasma de la restricción externa, que asomaba como condición de entorno a la economía argentina ya en pleno descorche kirchnerista tras el 54%.
La restricción externa es la menor capacidad que tiene una economía para generar las divisas (dólares) necesarias para afrontar sus necesidades de importaciones para el consumo, la inversión, la remisión, el pago de deuda y el atesoramiento. Cuando las necesidades de divisas crecen y las fuentes de las mismas no lo hacen en la misma cuantía, afloran presiones sobre el tipo de cambio, su correlato sobre precios y costos, estancamiento o caída de la inversión, congelamiento de la creación de empleo y, en definitiva, la ralentización del crecimiento económico. No puede decirse que este sea un fenómeno nuevo, ya que la historia argentina se caracteriza por episodios recurrentes de restricción externa. Pero el vigente período iniciado en 2011/12, tras romper records históricos de producción y crecimiento, deja un sabor en el paladar a oportunidad perdida difícil de tapar con el gusto a latex de globos de colores.
Básicamente, hay dos canales a través de los cuales un país (que no imprime dólares) puede hacerse con divisas: sus exportaciones y el financiamiento en moneda extranjera.
Si observamos el desempeño de las exportaciones argentinas en los últimos años, vemos un aspecto claro de estas restricciones. Si bien en 2017 se quebraron 6 años consecutivos de caídas y el 2018 arrancó con exportaciones crecientes, las ventas argentinas al mundo son un 29,6% menos que en 2011, cuando alcanzaron un pico de casi USD 83.000 MM. Este devenir está íntimamente relacionado con el impacto que la grave crisis que Brasil arrastró el último lustro tuvo sobre nuestro país. El país vecino es el principal destino de nuestras exportaciones, sobre todo las industriales que implican mayor tecnología y agregación de valor; la menor actividad y caída de consumo brasileñas se tradujeron en menor demanda de manufacturas argentinas. La incipiente recuperación mostrada por Brasil ya empezó a impactar positivamente en nuestras exportaciones, pero queda un largo trecho que recorrer. No obstante, la relación con el líder regional no se basa solamente en una sociedad comercial, sino también en una competencia; la depreciación del real abarata los productos brasileños que compiten con los argentinos en el resto del mundo sumando presión al frente comercial. Es por esto que un esquema de tipo de cambio flotante como el actual, ante depreciaciones del real, el peso acompaña. Y esto, luego, impacta en la inflación, apreciando el tipo de cambio real y alimentando así nuevas presiones de los sectores exportadores para ganar competitividad precio frente al dólar. Un loop que parecía controlado hasta estas últimas turbulencias.
Del otro lado está el financiamiento externo, el cual ahora empieza a encarecerse tanto por el aumento de la tasa internacional como el spread de riesgo que Argentina muestra. Tomar deuda no es algo necesariamente malo; la clave es cómo se canalizan esos fondos. La toma de deuda para obras públicas estratégicas que mejoren la competitividad estructural del país (energía, vialidad, ferrocarril, hidrovía) es algo deseable porque mejora las condiciones de exportación y, por ende, de generación genuina de divisas. Pero el país necesita dólares para funcionar, unos USD 45.000 MM corrientes por año donde el impacto de servicios como turismo, déficit energético y formación de activos externos del sector privado (a.k.a “fuga”). El déficit de cuenta corriente se ha profundizado llegando a 4,5% del PBI. La respuesta ensayada por el gobierno kirchnerista a este problema, ya vigente en 2011, fue el trazo grueso del cepo, cuando había un gran margen de maniobra para intentar otras alternativas que mixturen financiamiento externo y una política de tasas locales reales positivas. El resultado fue el peor, como se resumió en la introducción de esta nota. Por su parte, el gobierno de Cambiemos financia este déficit con financiamiento externo. Y estos necesarios dólares hoy son más caros. En la búsqueda de mejorar la confianza es que entra en escena el acercamiento al FMI. Pero para entrar en este punto, conviene posar la lupa sobre los últimos meses.
Nubes, lluvias y goteras
En el último período entre mundiales se llegó a dos finales de Copa América, ambas perdidas ante Chile. Llegar a tres finales en menos de cuatro años es un lujo que solo te podés dar si contás con un equipo rico en cualidades. Perder una final es parte de lo posible. Sin embargo, la falta de criterio para ordenar prioridades y una crisis institucional gravísima en el seno de la AFA nos condujo a una situación delicada en vistas a la clasificación mundialista que logramos a último momento. Es paradójico que una selección finalista tres veces cambie tres técnicos en tres años y no se termine de consolidar un equipo con impronta definida. No importa que tan fuertes sean los rivales si nosotros nos jugamos en contra. Afuera puede parar de llover pero, si adentro nos llenamos de goteras estructurales, no alcanzan los baldes para dar solución al problema. Esto también aplica a nuestros últimos meses de gestión económica.
Christine Lagarde, entre cenas con Dujovne y llamadas a deshoras, ha caracterizado recientemente la existencia de “nubarrones” en el panorama económico mundial; la combinación de altos niveles de deuda, vulnerabilidad financiera ante cambios bruscos del mercado y las amenazas a la cooperación internacional que la incipiente “guerra comercial” entre China y Estados Unidos propone, dibujan un cuadro diferente al de la última década post crisis 2009. Un escenario en que la tasa de interés internacional tiende a elevarse, como pudo verificarse en los bonos del tesoro norteamericano a 10 años. Es decir, se encarece el financiamiento en dólares y, a la vez, los inversionistas se desprenden de activos de países emergentes, migrando hacia activos de “mayor calidad”. Atentos a esto, en los mercados de países emergentes como Brasil, Rusia o México se han verificado depreciaciones en el tipo de cambio estos días ¿Cómo respondió Argentina?
Lo cierto es que Argentina dio una respuesta tartamuda. Entrampada en sus objetivos de política económica, las señales que se dieron en las últimas semanas fueron confusas y agravaron la situación. Post 28 de diciembre de 2017, el relajamiento de la política monetaria, la depreciación del dólar e incrementos tarifarios dieron marco al más notorio traspié de la estrategia antiinflacionaria del gobierno, plasmado en el 2,3% de incremento mostrado por el IPC de marzo. A esto se sumó la entrada en vigencia del impuesto a la renta financiera, que vuelve menos atractivo el rendimiento de LEBACs. Ante este escenario y el deterioro de las condiciones internacionales, con la mirada puesta en contener la suba generalizada de precios, el BCRA primero indicó la posibilidad de endurecer la política de tasas en caso de que no mengüe la inflación. Y en la misma línea de cuidar que no se escapen los precios, operó en la contención del tipo de cambio a través de intervenciones vendiendo reservas. En una semana se sacrificaron casi USD 8000 MM de reservas para contener el precio del dólar en lo que fue una fuertísima pulseada contra el mercado, que compraba todo lo que se ponía sobre la mesa. Luego se subió la tasa de política monetaria a 33,25%, en vistas de dar señales de que a la autoridad monetaria no le tiembla el pulso si observa sobrerreacciones del mercado y todo un mensaje de independencia dirigido a la jefatura de gabinete. Una pulseada contra dos brazos.
Sin embargo, el comportamiento del mercado no fue de mesura ante el endurecimiento de tasas. Por el contrario, mostró que seguía dispuesto a comprar cuanto dólar se ofreciese ¿Por qué esa persistencia? Porque el utilizar reservas para contener el tipo de cambio mientras se consolida un contexto internacional desventajoso donde los demás países deprecian su moneda, da la señal de que en algún momento ese ajuste de precio se tiene que dar. Es decir, existe un factor externo que le hace percibir al mercado que un dólar a $21 o a $21,5 sigue siendo barato. En términos de acción y reacción; si el mercado espera que el tipo de cambio se mueva para acompañar la depreciación de Brasil, entonces va a comprar todos los dólares que pueda a $21 para tener ganancias de corto plazo. Si bien los industriales pueden parecer “llorones” a los ojos del gobierno, los agentes del mercado se mostraron poco leales a la hora de echar una mano.
Es así como el BCRA se vio obligado a subir aún más la tasa, llevándola a un 40% y a dejar libre el dólar hasta cierto techo que parece acomodarse en $23. Un ajuste cambiario más profundo sería nocivo para los objetivos de controlar la inflación, cuya meta del 15% ya pasó de ser engañosa a un imposible completo.
En un marco donde toda acción tiene un potencial impacto negativo: soltar al dólar impacta en inflación, frenarlo con reservas resta confianza y no es sostenible y subir la tasa endurece financiamiento local y enfría recuperación; el gobierno conoció los límites de su estrategia económica. Abrirse al mundo no está exento de riesgos y contradicciones. Es difícil que un proceso de desinflación no tenga algo de apreciación cambiaria; por ende, ajustar el tipo de cambio para acompañar el shock externo hace retroceder casilleros e impacta en la confianza de los agentes. Nuevamente, las goteras son bien nuestras.
Esta merma en la confianza pudo observarse en la caída de títulos y acciones locales tanto en el Merval como en la bolsa de Nueva York. El riesgo de este desarme de posiciones de los inversores es que se alimente un círculo vicioso de pérdida de confianza. Y es ahí que entra en juego el acercamiento al FMI. Más allá de que tomar dinero del fondo es una contingencia ante los shocks explicados, el optar por esta cercanía cuando era rechazada de plano hasta hace un mes y medio atrás se vincula con el mensaje que se quiere dar afuera. Se confía en que si el FMI te presta a una tasa más baja que el mercado, la señal que se lee permite que no se siga calentando el riesgo país. Pasando en limpio, volvemos al FMI por condiciones exógenas y necesidad de dólares para financiar el déficit externo. En qué medida tanto la política de tasas como el acercamiento al Fondo impactarán sobre la confianza del “personalista” mercado se podrá observar el 14 de mayo, cuando deban renovarse las suscripciones de casi la mitad de las LEBAC en circulación.
No obstante este racconto y análisis, pueden empezar a apreciarse los impactos que estas semanas rápidas y furiosas dejarán en el camino. Por un lado, el aumento de costos que implica un nuevo piso en el valor del dólar va a trasladarse a precios, volviendo cada vez más rígido el proceso de desinflación. En virtud de lo observable, cerrar 2018 con una inflación en torno al 24% ya califica como “meta deseable”. Por otro lado, de mantener un alto nivel de tasas, nos encontraremos con condiciones más rígidas para el financiamiento, lo que puede afectar a la inversión, sobre todo en PyMEs y sectores mercado internistas. A los ya anunciados recortes en obra pública para acelerar el ritmo de las metas fiscales, habrá que ver qué condiciones señalará el FMI a cambio de su apoyo monetario. Cobran tamaño en el horizonte nuevamente la reforma laboral y un esquema aún más acelerado de apertura comercial.
Si bien no hay condiciones para hablar de crisis hoy, dado el nivel de reservas y condiciones financieras; sin dudas el escenario de estas semanas muestra los límites de la estrategia económica del gobierno, que puede llegar a la búsqueda electoral de su segundo mandato con menos capital de confianza en mercados y votantes. Es este sentido ¿Hasta dónde se rompe “el contrato” con el votante de cambiemos tras anunciar recorte de $ 30.000 millones en obra pública? ¿Cuánto más ajuste puede pedir el FMI como condicionamiento de su apoyo financiero?
Los sacudones de hoy se suman a los problemas estructurales que se vienen arrastrando. Encontrar un camino estable que mitigue los shocks es en parte repensar las prioridades y estímulos que se dan en una economía cada vez más rígida y sobre-exigida. Hoy podemos recibir financiamiento barato del FMI y calmar la corrida, pero de nada sirve si no atendemos la base de nuestros problemas. Es el mismo camino que recorre el equipo de fútbol nacional, que a 36 días del mundial aun no muestra certezas sobre el equipo a presentar más que el brillo de su estrella. Sin embargo, a corto plazo, siempre se puede ganar. Tal vez el problema es que después de Messi, no parece haber en el futuro nada más. En el fútbol y en la economía lo que necesitamos es resolver lo estructural. Es por abajo, Palacio.
http://www.sinpermiso.info/textos/argentina-macri-en-brazos-del-fmi-dossier

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