Published: 13 Oct 2013
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Paraguay
13-10-2013, El Diario
Perla Álvarez, defensora de los derechos humanos en Paraguay, asegura
que el modelo intensivo de producción de soja está condenando a miles de
personas al hambre, la exclusión y la emigración.
Perla Álvarez es de Paraguay, tiene 42 años y es una conocida defensora de los derechos humanos en su país. Presidenta de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (CONAMURI),
donde forman políticamente a mujeres para que participen en los
espacios de decisión, denuncia el acaparamiento de tierras para el
cultivo de soja transgénica que está llevando a miles de personas en
Paraguay a la exclusión y el hambre. Estos días ha participado en el
primer Encuentro Internacional de Mujeres que Transforman el Mundo, organizado por Intermón Oxfam en Madrid.
Denuncias el acaparamiento de tierras que está
teniendo lugar en Paraguay para el cultivo de exportación, ¿cuál es la
situación ahora en el país?
En este momento, la economía del país se basa en el modelo
agroexportador, que tiene dos patas: el modelo sojero y el modelo
ganadero. El modelo sojero es el principal responsable de la expulsión
de campesinos y campesinas y de comunidades indígenas hacia las
ciudades. En los últimos treinta años, hemos tenido una deforestación
extraordinaria, prácticamente hemos perdido casi todo el área forestal
de nuestro país para poder permitir el desarrollo de este modelo.
Tenemos aproximadamente casi cuatro millones de hectáreas, con
posibilidades de expandirse hasta casi cinco este año. Para el
territorio y la población que tenemos es una cantidad
extraordinariamente grande, y los efectos sobre la vida de la gente son
muy preocupantes.
Este modelo sojero ha incorporado la semilla transgénica de soja,
trigo y maíz porque se hace una rotación entre estos tres cultivos. Los
tres no son de consumo interno, sino que están destinados a la
exportación. Las ganancias de las empresas salen fuera del país porque
son grandes multinacionales las que se benefician de ello. Empresas como
Monsanto, que es la proveedora de semilla, como Cargill o como ADM, que
distribuye los insumos. Es un gran paquete tecnológico que incorpora el
uso de la tecnología a grandes extensiones de tierra y que trae empleo
casi nulo al campo.
¿Eso quiere decir que este modelo no está logrando que haya más oportunidades de trabajo sino menos?
Por primera vez en la historia de nuestro país estamos teniendo
desempleo en el campo, entendiendo empleo como la generación de trabajo
que permite vivir a la gente de ello. Nuestra cosmovisión no considera
la tierra solamente como un bien para producir y vender, sino también
para el autoconsumo, que necesita más espacio para tener diversidad de
alimentos y animales y garantizar la subsistencia de las familias y la
generación de ingresos. Ahora el modelo es de una injusta distribución
de la riqueza. 2011 fue el año récord de ganancias en términos de país,
crecimos el 14%, pero la riqueza se concentra en un 2% de la población
que controla el 85% de las tierras. La concentración de riqueza, de las
tierras y los bienes naturales está en ese grupo económico, que impone
sus sistema político, ideológico y la dominación social en nuestro país.
¿Cuáles son las consecuencias de este modelo de producción?
Destruye nuestra forma de vivir y nuestra dignidad, es violencia
estructural que genera otros tipos de violencia, y no hay políticas de
estado que ayuden a mitigar sus efectos. Este modelo está afectando a la
salud de mujeres y niños. Hay pruebas de que en las zonas en las que se
ha introducido el modelo sojero, que es la zona sur y este del país,
hay malformaciones congénitas entre los niños que nacen, y se vinculan
al uso de agrotóxicos. Pero hay otros estudios en el sur de Brasil en
los que consta que incluso en ciudades cercanas a cultivos de uso
intensivo de agrotóxicos se encontraron restos de estos productos en la
leche materna. Es muy grave para la salud humana.
Pero, además, es una sobreexposición de las mujeres a una vulneración
de sus derechos, porque la primera expulsión que se genera es la de las
mujeres. Los hombres se quedan sin empleo en los campos, entonces las
mujeres salen a las ciudades a trabajar en el servicio doméstico, y de
ahí pasan a fuera del país, a Argentina, a Brasil, a España, a Italia. Y
se exponen a situaciones de explotación sexual y laboral. Conocemos
casos de mujeres que están en situación de semiesclavitud en las
maquilas [fábricas textiles], viven encerradas trabajando durante más de
doce horas al día y no tienen acceso a sus propios documentos de
identidad. También son vulnerables a convertirse en víctimas de trata,
una ruta de trata conocida pasa por Paraguay.
Por otro lado, la destrucción de toda nuestra forma de vida en las
zonas campesinas hace que las mujeres tengamos una sobrecarga de
trabajo, pero también que sea cada vez menos valorado: no se visualiza,
no se ve cuál es el aporte económico de la mujer en la subsistencia de
las familias. Por ejemplo, las mujeres son las que resisten en las
comunidades, pero no tienen el reconocimiento oficial como lideresas. Es
una lucha que están llevando a cabo las mujeres indígenas: la
legislación habla de líderes, no de lideresas; no se prohíbe que lo
sean, pero tampoco se las reconoce. Una compañera fue elegida en la
asamblea comunitaria como lideresa, pero el Estado no la reconoció como
tal. Estuvo tres años luchando, logró que los líderes varones de otras
comunidades la reconociera y ya logró que el Estado también lo hiciera.
Entonces, ¿está aumentando la desigualdad en el país?
Ha aumentado mucho. Somos un país pequeño en población y territorio, y
los bienes naturales de que disponemos podrían permitir el desarrollo
de toda la población si hubiera una distribución más igual. Pero de los
siete millones de habitantes, el 50% viven en la pobreza, y de esta
cifra hay un alto porcentaje de extrema pobreza, personas que no tienen
la garantía de comer todos los días. Hay mucha gente que sí tiene
satisfechas necesidades básicas como la alimentación, pero no el agua
potable, la educación, la salud u otros servicios. Uno de los mecanismos
de exclusión es la destrucción de caminos comunitarios, y así no hay
forma de que las comunidades saquen su producción para venderlas en los
mercados locales. Esto produce una desmotivación y hace que las
comunidades dejen de producir o lo hagan muy poco, y su economía se va
deprimiendo. Las comunidades son pequeñas y las políticas públicas no
las atienden. Los caminos por donde pasa la soja los mantienen las
empresas, y ya no hay transporte público. Cada vez se aíslan más las
comunidades y se llega a perder el sentido de la orientación en medio de
un mar de soja y trigo.
¿Y por qué ha cogido tanta fuerza ese modelo sojero?
El modelo está instalado desde hace treinta años, sólo que el avance
era antes más lento porque se hacía con agricultura convencional. En
estos últimos diez años, la incorporación de la semilla transgénica, que
requiere de una alta tecnología, aceleró el proceso. El impulso
internacional del comercio de soja también lo ha acelerado: Europa se ha
convertido en un consumidor extraordinario de soja para la alimentación
de cerdos y vacas pero también para la producción de agrocombustibles.
Ese impulso internacional, y el riesgo de que se acabe el petróleo y, en
consecuencia, la necesidad de buscar alternativas, hizo saltar el valor
de la soja y las multinacionales vieron su oportunidad. Paraguay es un
territorio fértil y el propio presidente dice que tenemos bajos
impuestos, mano de obra barata y legislación flexible.
¿Qué estáis haciendo desde la sociedad civil para luchar contra este modelo?
La lucha. No es fácil porque la expresión política de este modelo
impone la idea de que esto es lo mejor, y eso cala hondo. Todos los
medios de prensa comercial son cómplices, lo muestran como el modelo de
desarrollo, el resto es atraso. Nosotros promovemos la agroecología, la
recuperación de semillas nativas, la posibilidad de que nuestra
producción sea comprada para el uso de instituciones públicas como
hospitales y escuelas... Por otro lado, la promoción de la agricultura
campesina la desarrollamos en el día a día. Mucha gente que está en el
territorio defendiendo esto se ve amenazada. Hay muertes y asesinatos
selectivos en regiones donde se está expandiendo este modelo, donde aún
no ha llegado con tanto ímpetu, como en el norte del país. Esa zona está
militarizada. La respuesta es la organización, la formación, la
movilización, la denuncia.
En tu asociación formáis a mujeres y tenéis
incluso un programa de televisión, que se ha hecho muy popular, donde
recuperáis costumbres campesinas...
Las mujeres responden a la violencia con inteligencia, con la palabra.
Nuestro trabajo con las mujeres apunta a que hagamos oír nuestras
voces, a que demostremos haciendo. Recuperamos semillas, contamos con
nuestros propios programas de radio y televisión, nuestra propia revista
de información... Consideramos que el trabajo colectivo es una buena
estrategia para afrontar esta situación.
En el programa de televisión mostramos cómo recuperamos el valor del
trabajo, el de las mujeres en particular y el de la población indígena
en general. Politizamos nuestras demandas cotidianas en los espacios de
conversación del programa, hablamos desde lo cotidiano y lo sencillo
pero de cosas importantes. El componente atractivo es el de la
alimentación, recuperamos recetas, las mostramos desde la huerta, y esto
nos vincula a la gente.
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