17-1-14 GBA COPRETI |
Compromiso conjunto entre la Nación, la Provincia y el Municipio |
El pasado 15 de enero se llevó a cabo en la secretaría de Desarrollo Productivo de Mar del Plata un nuevo encuentro de
Durante
el encuentro, se presentaron los resultados de un informe diagnóstico
acerca de la situación del trabajo infantil en el partido y las
particularidades en el sector de la pesca, frutihortícula y en
basurales.
Asimismo,
se estableció una agenda de trabajo conjunta con el objetivo de
desarrollar intervenciones que lleven a la erradicación del trabajo
infantil.
“El ministro
de Trabajo provincial, Oscar Cuartango nos marca un compromiso claro e
ineludible en relación al trabajo articulado entre la Nación, la
Provincia y los municipios para la erradicación del trabajo infantil. El
trabajo es para los adultos, los niños y niñas tienen que jugar y
aprender.” enfatizó la funcionaria provincial.
Cabe
destacar que participaron de la reunión representantes del Consejo de
Infancia, del Servicio Local de Promoción y Protección de Derechos,
organización de
http://www.trabajo.gba.gov.ar/informacion/copreti/noticia.asp?id_Noticia=3365
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Alejandro Frigerio es
doctor en Antropología y especialista en religiones y movimientos afro.
En sus investigaciones, desarticula dos de los mitos fundacionales de
nuestro ser nacional: “en Argentina no hay negros” y “los argentinos no
somos racistas”. Denuncia que vivimos en un orden racial en el que “las
razas no existen como realidades biológicas, pero sí como construcciones
sociales y tienen efectos muy fuertes en la vida cotidiana”.
- El color solamente te define como
persona en una sociedad racista. Lo que pasa en nuestra sociedad – y por
eso sigue siendo racista – es que el color negro (o no-blanco) te sigue
definiendo y es presentado como lo principal de tu persona. Contra eso
hay que luchar. Los militantes muchas veces afirman lo racial en un
sentido positivo, pero igual creo que tenemos que avanzar hacia una
sociedad post-racial. Como dice el tema “War” de Bob Marley: “Hasta que
el color de la piel de un hombre no sea más importante que el color de
sus ojos, yo digo guerra”. Porque mientras el color de la piel sea lo
que te define socialmente, cagaste, estás en una sociedad racista. Y es
un sufrimiento continuo, todo el tiempo te van a hacer chistes, o van a
preferir a otro, o te van a preguntar de dónde sos… muchas pequeñas
agresiones continuas sumadas a algunas otras violentas e incluso
definitorias, como que te agarre un policía y te mate, o un chabón te
deje sin tu laburo… las posibilidades son infinitas.
Alejandro Frigerio es Dr. en
Antropología e Investigador Independiente del CONICET. A partir de un
viaje no planeado a Bahía de Todos los Santos en Brasil a principios de
los 80’, encontró el tema que ocuparía buena parte de sus
investigaciones en los siguientes 30 años: las religiones afro. Pero
previo a cualquier análisis, sobrevino el impacto de esa fuerza imantada
que emana Bahía: “A mí ya me interesaba la religión, de hecho fui en el
bondi leyendo ‘Candomblé da Bahía’, de Roger Bastide. Pero Bahía me
voló la cabeza. Fue muy loco, me acuerdo que un día en el carnaval vino
una chica bahiana a bailar conmigo, después de un rato me dio un beso y
se fue. Todo fue muy fuerte”. Esa pasión inmediata se sigue colando
entre sus palabras cuando tres décadas después habla sobre el racismo,
las religiones y los movimientos afro en Argentina y hasta sobre las
representaciones mediáticas de la muerte de Mandela. Sentados en un bar
de un barrio porteño que poco tiene que ver con Bahía, todavía se
adivinan en sus manos las huellas de los primeros tambores. En su blog,
Alejandro intuye: “Supongo que gran parte de lo que vino después fueron
intentos por comprender, de la manera más amplia y profunda posible,
este mundo”.
Religiosidad popular y pánico moral
Luego de su experiencia con el candomblé
bahiano, Alejandro se enteró que en Argentina también había religiones
afro y, sin conocer todavía la magnitud de ese movimiento, cambió su
proyecto de investigación de Bahía a Buenos Aires. “Mi experiencia con
el candomblé me abrió las puertas, me daba un poco de chapa, aunque lo
que veía acá era umbanda. Y también ellos estaban muy interesados en que
se los tomara en serio, porque son religiones muy estigmatizadas”.
-¿Cómo explicás el desarrollo de estos movimientos religiosos en Argentina?
- El puente es la religiosidad popular,
en vez de ir a pedirle a un santo por determinada cosa, te acercás a un
espíritu. También tiene que ver con que a los curas católicos no les
gusta mucho que uno haga un uso mágico de los santos, prefieren que sean
modelos de vida y no dadores de gracia. En cambio, en la umbanda a un
espíritu le podés pedir millones de cosas. Toda la práctica
mágico-religiosa está mucho más permitida y desarrollada. Y además tiene
el tema de la música, el baile, el canto, el trance… hay mucha gente
que en las ceremonias siente cosas en el cuerpo, tiene sueños y eso se
interpreta como una predisposición para una práctica de la religión.
Cosas que el psicólogo o el cura catalogan como locura, esta gente le da
otra explicación y dice que es una manifestación de un espíritu que se
está moviendo en vos y necesita que le des espacio… Son experiencias que
en nuestra cultura son habitualmente patologizadas, invisibilizadas o
directamente ininteligibles. Sin embargo, están presentes en la vida de
las personas. En estas religiones, las despatologizan y las ven como
parte normal y hasta deseable del desarrollo psicológico y espiritual de
las personas. Teniendo en cuenta las características de la religiosidad
popular argentina, estas religiones no son tan raras especialmente si
la conectan a través de la umbanda, que es como un puente cognitivo que
podés hacer entre lo afro y el catolicismo popular.
-¿Cómo ves la imagen que se tiene de estas religiones?
- Cuando yo empecé la imagen no era
buena, pero ahora está peor. A principios del 90’ hubo toda una movida
de pánico por las sectas, y en relación a las religiones afro esto
empieza con una acusación de un cura católico hacia un pai de santo por
haber asesinado a una chica ritualmente en su templo. Fue una acusación
falsa y el cura era el cura Grassi, que se hace conocido en los medios
por esa acusación. No tenía nada que ver con un sacrificio ritual y al
pobre pai de santo lo metieron en prisión seis meses, adentro lo
violaron y salió con la salud muy deteriorada… murió a los dos años. A
partir de ahí la idea de que estas eran sectas que practicaban magia
negra pero no tan peligrosas se transforma en que son tipos que matan
gente. Y en los últimos diez años si buscás en cualquier diario
“umbanda” sale siempre en la sección Policiales, en conexión con
asesinatos. Pero si conocés un poquito te das cuenta que en el 98% de
los casos son acusaciones infundadas. En cualquier asesinato que el tipo
tiene alguna cosa que ver con la religión o hay un par de imágenes
raras dando vueltas ya ponen “asesinato umbanda” o “asesinato ritual”. Y
además por el estigma social que pesa sobre estas religiones, en
general los umbandistas no se revelan como tales salvo con los más
íntimos; en el trabajo no lo dicen, en la escuela de los pibes tampoco,
entonces nunca conocés un umbandista común y corriente. La única imagen
que uno tiene es a través de los medios, que es terrible.
-¿Por qué se mantiene y reproduce este estigma?
- Ya hay una imagen instalada. La
religiosidad popular argentina basada en los continuos pedidos al mundo
sobrenatural es muy común en nuestra sociedad, pero muy poco reconocida,
es una faceta de nuestra cultura que preferimos ignorar y que no entra
en nuestro ser ideal argentino. Los argentinos somos blancos, europeos,
modernos, racionales, eventualmente católicos, pero de un catolicismo
secularizado. Todo esto de pedirle a los santos y a los espíritus son
cosas que la gente hace todo el tiempo y es parte de nuestra cultura,
pero es el “lado b”. Es obvio que vas a los barrios del conurbano y
encontrás imágenes, velas… entonces cuando se muere alguien enseguida le
buscan la conexión por ese lado. Es como si encontraras un CD de cumbia
o unas zapatillas de Adidas y pensaras que esas cosas son las que
llevan al delito.
Buenos Aires – Ciudad blanca
Alejandro insiste en dos ideas que es
necesario desarticular: “En Argentina no hay negros” y “los argentinos
no somos racistas”. Por el contrario, dirá que en América Latina en
general la raza es una categoría acusatoria y que en Argentina se
mantiene un orden racial “porque que vos tengas cierto color de piel y
cierta cara puede determinar que te den trabajo o no, o que tus
encuentros con la policía sean muy diferente. Hasta que ciertas chicas
te presten atención o no, son cosas que afectan la vida cotidiana de los
argentinos de forma fuerte. Incluso los lugares por los que circulás”.
-¿Cómo es esto de que los argentinos somos blancos, europeos y modernos?
El argentino típico se considera blanco.
El momento fundacional de nuestra historia y nuestra cultura empieza
con la inmigración europea, todo lo anterior se ve como poco importante,
quedó subsumido bajo el aluvión cultural europeo. Se toma lo que sucede
en algunos barrios de Buenos Aires como lo que representa a la
Argentina toda. Tenemos esta idea de que los argentinos somos
básicamente blancos, entonces la gente que no es tan blanca como creemos
que somos, es extranjera o directamente no existe. Hay un racismo muy
fuerte, no es solo xenofobia, sino que tiene que ver con una cantidad de
argentinos que son invisibilizados, y cuando se los visibiliza son
extranjerizados o patologizados, porque no son el argentino que queremos
ser. Esto muchas veces se disfraza de un prejuicio sociocultural, esta
cosa de los “negros de mierda” o “negros villeros”, pero también hay un
trasfondo racial muy fuerte, porque es toda gente con un tipo físico
parecido, generalmente es gente “insuficientemente blanca”. Entonces esa
gente es sospechosa y es la representante de la barbarie, no los
queremos en el centro, en la ciudad blanca que creemos que es Buenos
Aires. Tenemos que darnos cuenta cómo opera este prejuicio racial, que
se expresa como si fuera de clase pero que tiene un componente racial
fuerte. No es solamente que escucha cumbia o que habla de determinada
manera. Acá está clara la división: blanco y no blanco. Aunque sabemos
que no hay razas, sí hay tipos físicos diferentes, sí hay “niveles de
blanquedad”, y eso es lo que lo hace difícil de comprender, porque es
una acusación que tiene muchos efectos perjudiciales en la vida de las
personas, pero que nunca está enunciada explícitamente. Entonces,
decimos “portación de rostro”, “buena presencia”, todos eufemismos para
referirnos a ese fenómeno que tiene que ver con tipos físicos de la
persona. La gente que es morocha lo sabe porque lo vive, sabe que es
algo que resta.
- Si se demostró que las razas no existen, ¿por qué seguir utilizando el término?
- Las razas no existen como realidades
biológicas, pero sí como construcciones sociales y tienen efectos muy
fuertes en la vida cotidiana. En cada sociedad la raza se construye de
forma diferente. En América Latina, en general la raza es una categoría
acusatoria. Salvo cuando se la usa con fines políticos reivindicativos.
En Argentina por ejemplo se ha empezado a usar “afro-descendiente”; sin
embargo, en Brasil siguen usando “negro”, porque dicen que
afro-descendientes son muchos, pero los discriminados son los negros.
Uno tiene que hablar de raza o de racialización porque te permite llegar
a un nivel del prejuicio y la discriminación que lo étnico no llega. Yo
digo que en Buenos Aires había un orden racial espacial que se quebró
con el 2001, porque antes había lugares de la ciudad en los que era
obvio que si andabas por ahí eras el portero o la mucama, porque con ese
fenotipo seguro no vivías ahí, ni estabas visitando amigos o pareja.
Con el 2001 aparecen los cartoneros, los piqueteros… de repente la
ciudad blanca casi no existe. Eso a mucha gente le molestó mucho y
explica parte del éxito de Macri, un tipo que también venía a poner a
los negros en su lugar, a terminar los cortes de calles o las
manifestaciones. La ciudad blanca se llenó de negros, todo lo que era un
orden muy clarito ya no funciona tan bien y la gente se siente
amenazada por esta presencia que no debería estar en el corazón de la
Buenos Aires blanca. Es la barbarie dentro de la civilización.
Santo Mandela
- Me llamó la atención esta
santificación que se hizo de una forma tan pasteurizada, Mandela pasó a
ser el gran perdonador, casi un tío Tom. Se enfatizó todo el tiempo que
había perdonado a sus enemigos, como si esa fuera una actitud natural,
como si no hubiera que remarcar el acto del racismo primero. El problema
es el racismo. Entonces en vez de enfatizar toda la lucha de Mandela,
se eligió mostrar el perdón. Que se enmarca en la tradición de mostrar
la nobleza del negro esclavo, que sigue siendo bueno… en contraposición
al negro revoltoso que se rebela, que es el negro malo o el negro de
mierda directamente. Este negro bueno y fiel es el deseable y es la
imagen que se vio muy patente en lo que se dijo sobre Mandela, lo
transformaron en un santo como si el tipo no hubiera tenido que luchar,
no hubiera tenido que recurrir a la violencia. Es mucho más que un gran
perdonador. Y también la contradicción o el divorcio entre el elogio a
Mandela y la actitud que uno tiene frente a las situaciones que Mandela
hubiera denunciado. Hubiera sido interesante que la muerte de Mandela
nos llevara a otra discusión… ¿qué pasa con el apartheid porteño? Con
este orden espacial que se rompió porque ahora hay negros en la ciudad
blanca… pero hay que pensar en cómo son vistos y tratados, y cómo muchos
están intentando que se vuelvan a sus lugares “naturales” y que no
invadan nuestra ciudad blanca.