27/07/14- Sin Permiso |
Hassan Khader · · · · · |
La única cosa de
la que vale la pena escribir es sobre el heroísmo de los 1.700.000 residentes
mortales, de carne y hueso, de la
Franja de Gaza. Son hijos e hijas, hombres y mujeres, padres y madres, de edad
mediana o ancianos, enfermos, bebés,
jóvenes, niños y niñas, adolescentes, pobres y ricos.
Todos, sin excepción, pueden morir una
muerte absurda, sin sentido. Ninguno de ellos sabe cuando y, sin embargo, el
estruendo de los bombardeos, lejos y cerca, hace que la muerte sea una posibilidad cada vez más probable.
No hay heroísmo en la guerra o la muerte. Sin embargo, la espera de la
muerte es mucho peor que la muerte misma. El verdadero heroísmo está en las acciones cotidianas de
los 1,7 millones de personas, las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, sesenta minutos por hora, y sesenta
segundos por minuto, en su lucha por sobrevivir, por seguir con vida sin perder
la razón, o perder de vista esa fina línea que en ciertos momentos separa al hombre de la bestia.
Las casas en Gaza
no tienen habitaciones de seguridad, ni hay refugios en los que la gente pueda esconderse, ni sirenas para advertirles que se
acercan los aviones de combate, ni "Cúpula de Hierro" ni sistemas
de defensa antiaéreos. No tienen equipos médicos
equipados con dispositivos sanitarios de última
generación, ni todos esos equipos y tecnologías diseñadas para salvar vidas, tratar a las víctimas traumatizadas por los bombardeos y proporcionar
ayuda humanitaria y protección social.
Cuando una casa se derrumba y sus habitantes mueren, el problema desaparece.
Sin embargo, cuando una casa se derrumba
y los habitantes sobreviven, les espera una nueva tortura: tienen que buscar
refugio indefensos y desnudos.
Un millón setecientos mil
seres humanos, de carne y hueso, indefensos y desnudos bajo un cielo de hierro, con la tierra ardiendo
bajo sus pies. Hablar de
impotencia árabe no tiene
sentido, todo lo que se podía
decir se ha dicho hace mucho tiempo. Hablar del silencio y de la falta de
conciencia del mundo tampoco tiene sentido: todo se ha dicho hace mucho tiempo. Es más, tampoco tiene sentido hablar de los crímenes del Estado de Israel y de los crímenes de guerra cometidos contra la población civil: todo se ha dicho también hace mucho tiempo. Términos
tales como impotencia, falta de conciencia, silencio y crímenes son la "comida rápida"
del escritor, del analista y del comentarista a los que tienen que recurrir
cuando están obligados a
escribir sobre algo que ya ha agotado su arsenal de vocabulario, un tema sobre
el cual ya se ha dicho todo lo que habían
pensado en forma de análisis, explicación o comentario. Nada nuevo se puede decir sobre la cuestión de por qué y cómo la actual guerra contra Gaza es diferente de la que la
precedió y, lo más importante, la guerra por venir dentro de un año, tal vez más tarde, o quizás antes.
Todo esto no
significa nada para el millón
setecientos mil seres humanos que se despiertan cada mañana sin nada que les garantice que no será su última mañana, sin nada para tranquilizarlos al caer la noche de que
vivirán para ver amanecer un día más.
En realidad, la
gente no es
consciente del terror y del miedo hasta que han recuperado el aliento. Es
entonces cuando se puede hablar del sentido de la vida en el infierno y
descubrir el heroísmo de la vida
cotidiana, todos, todos los días,
en el devenir banal y efímero de lo
cotidiano. Lo heroico es comportarse y hablar normalmente, la charla común
de una madre y sus hijos a la sombra de la muerte potencial. Lo heroico es la
valentía de los padres que
observan a unos hijos e hijas que no pueden proteger de una muerte previsible,
sin dejar de intentar preservar una parte de lo que les queda de autoridad
paternal.
Todos hemos caído, en una medida u otra, en la trampa de las narraciones
heroicas que convierten a simples mortales en símbolos
y tema de propaganda de la importancia de la cuestión nacional. Nunca nos dimos cuenta de que esta trampa roba
a estos simples mortales de su derecho a ser héroes,
un derecho que pierden cuando se convierten en símbolos
y dejan de ser seres humanos ordinarios. El significado auténtico y heroico de su existencia no se pone de manifiesto a
menos que se mantenga su simplicidad: el hecho de que son simples mortales.
Cuanto menos política haya por
medio, más fácil será comprender su humanidad.
Pronto todo habrá acabado.
Y antes de que termine,
los condenados a morir morirán,
y los demás vivirán, sin razón
aparente en ambos casos. Y pronto los expertos y los comentaristas olvidarán
todo lo que ha sucedido, porque otras cosas pasarán
en otro lugar, cerca o lejos, y los nuevos espectáculos
de la muerte en otra parte ocuparán
las pantallas de televisión. Los
corresponsales de las agencias de noticias viajarán
a otros lugares, al igual que los reporteros y los fotógrafos, y los portavoces estarán temporalmente sin
trabajo.
Mientras tanto, un
millón setecientos mil
personas emergerán de las ruinas
para respirar un aire lleno de pólvora,
caliente y polvoriento, rodeados de muertos sin suerte. Y una vez más usaremos los mismos clichés gastados y los
marginaremos, y nos olvidaremos
del heroísmo de la gente común. Hasta nuevo aviso.
Hassan
Khader es periodista y escritor palestino, autor entre otros de una
autobiografía, Land of the Deer (2003), The
Identity of the Other y The Rise and Development of the Palestinian Elite.
Traducción
para www.sinpermiso.info: Gus Kadoshim (a partir de la traducción del árabe al
inglés por Yehudith Harel)
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