sábado, 15 de octubre de 2011
Bolivia: Política y ecología
jueves 6 de octubre de 2011
Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
En 1972 la Conferencia sobre el Medio Humano efectuada en Estocolmo inició una era caracterizada por la toma de conciencia acerca de la necesidad de preservar el medio ambiente; aunque también por la indiferencia de algunos países desarrollados, por la manipulación de los temas medioambientales, incluso por cierto fundamentalismo ecológico.
Si bien no era difícil comprender que la alteración de los ambientes naturales es el mayor de los efectos colaterales que acompañan el progreso, en las postrimerías del siglo XX se llegó a un estadio civilizatorio en el que era posible congeniar los objetivos del desarrollo económico y social con una actitud considerada hacia la naturaleza. Siempre hubo voces que indicaron que los países pobres no podían subordinar sus expectativas de crecimiento a exagerados prerrequisitos ambientales, ni responder por problemas que no habían creado ni pueden solucionar.
Muchos compartieron el punto de vista de que si bien los países pobres no pueden reproducir los esquemas de desarrollo seguidos por las naciones avanzadas, tampoco están en condiciones de evadirlos completamente. No hay manera de propiciar el crecimiento económico sin utilizar intensivamente los recursos naturales, fomentar la infraestructura vial, ferroviaria y energética, industrializar, electrificar, urbanizar, introducir la maquinización y la quimización de la agricultura, desplegar en gran escala la ganadería, extraer petróleo, gas y una amplia gama de minerales; todo lo cual genera residuales, incluyendo gases que se incorporan a la atmósfera.
Junto a las preocupaciones científicas, económica y moralmente justificadas, prosperó cierta charlatanería y frivolidad, incluso una especie de fundamentalismo ecológico derivado de una combinación de eurocentrismo, incomprensiones, inmadurez política y arrogancia, que promovieron actitudes asociadas a la protección del medio ambiente que resultaban inaceptables para los países cuyo desarrollo económico y social está por realizarse. China, India, Brasil, Indonesia, Sudáfrica, México, Argentina y otras naciones emergentes conocen de esas tensiones.
La única manera de ser rigurosos y justos es concebir el progreso como una suma de eventos desplegados en tiempos y espacios concretos y que están sometidos a una dialéctica objetiva. Es irracional acusar de depredadores del medio natural a los gobernantes, colonos y empresarios que en frágiles embarcaciones o a lomos de caballo, atravesaron océanos y desiertos, talaron bosques y conquistaron montañas, tendieron vías férreas y carreteras, araron praderas, desmontaron selvas, secaron pantanos y marismas, desviaron ríos y perforaron minas y pozos para construir ciudades, industrializar al mundo disponer de energía y producir alimentos, pieles, textiles y viviendas para miles de millones de personas.
Precisamente una de las certezas de hoy es que el impacto sobre la naturaleza ha alcanzado enormes proporciones. El primer día de la creación se trataba de alimentar a una pareja que ahora suman 7000 millones de almas y durante los miles de años de la evolución los antepasados y el hombre vivieron de los que recolectaban y cazaban, mientras hoy (con la única excepción del aire que se respira) hay que producir o beneficiar no sólo todo lo que se consume, sino también lo que se derrocha.
La escala y la complejidad de los problemas, capaces incluso de modificar el clima del planeta, tambalea los criterios de quienes confiaban en la capacidad del hombre y de su ciencia para solucionar los entuertos que ellos mismos creaban, punto de vista que es todavía compartido por científicos y líderes políticos que creen que los cambios en curso plantearan otros desafíos, requerirán otras soluciones, pero pueden ser enfrentados sin pedir a ningún país sacrificios irrealizables.
A partir de los años noventa, ante la falta de voluntad política de las naciones desarrolladas, particularmente de los Estados Unidos, para asumir sus responsabilidades ante la degradación del medio ambiente, desde el Tercer Mundo se desplegó un movimiento de denuncia a la mala conducta de los países ricos, que no sólo rehúyen sus responsabilidades en la solución de los problemas creados sino que irresponsablemente los acentúan. Fidel Castro está en la vanguardia de ese movimiento.
No obstante, en América Latina se perciben maniobras oligárquicas para confundir a comunidades originarias, movilizarlas contra los procesos en curso y crear artificialmente conflictos políticos. Tal vez valga la pena recordar que la pobreza y el aislamiento no son problemas ecológicos y que no es defendiendo la virginidad del entorno como hay que encarar el desarrollo.
No hay en América quien rinda un culto más sincero y consecuente a la Madre Tierra ni represente mejor a los pueblos originarios que el presidente boliviano Evo Morales al que se pretende colocar contra las cuerdas con falaces argumentos medioambientalistas.
Nadie discute que unas hectáreas de parque natural sean importantes pero obviamente no lo son más que el país y que el proceso que vive Bolivia donde se lucha por dar a los pueblos ancestrales no un poco más, sino toda la justicia. Allá nos vemos.
http://www.argenpress.info/2011/10/bolivia-politica-y-ecologia.html
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