jueves, 20 de junio de 2013

América Latina: Trabajo infantil, explotación que no cesa

Jueves 20 de junio de 2013, AmecoPress

Perú, México y Colombia son los países con la más alta tasa de trabajo infantil


por Zoraida Portillo


Lima, 20 jun. 13. AmecoPress/SEMlac.- Veinte millones de niños y niñas de América Latina y el Caribe tienen su infancia rota: necesitan trabajar para sobrevivir y no tienen tiempo para jugar. A veces ni siquiera van al colegio y son objeto de trabajos forzados, inapropiados para su edad que ponen en riesgo no solo su futuro mediato, sino su salud física y mental inmediata.
Así lo ha vuelto a denunciar la Organización Internacional del Trabajo (OIT) a propósito de la celebración del Día Mundial contra el Trabajo Infantil (12 de junio). En el mundo, el total de menores de edad (entre cinco y 17 años) trabajadores asciende a 215 millones.
Si esta cifra parece desmesurada, queda el consuelo de que se registran algunos avances. Por ejemplo, el número de niñas trabajadoras se redujo en 15 millones en cuatro años: según la última medición global de la OIT (2008) hay 88 millones. Y el número total de niños de ambos sexos por debajo de los 15 años en situación de trabajo infantil cayó de 170 a 153 millones en igual período de tiempo.
La próxima conferencia mundial de trabajo infantil, fijada para Brasilia en octubre, permitirá apreciar si esas cifras han seguido disminuyendo, aunque la meta de eliminar el trabajo infantil peligroso para 2016 esté lejos de cumplirse.
No siempre es la pobreza
En América Latina y el Caribe, Brasil, Perú, México y Colombia son los países con la más alta tasa de trabajo infantil, según María Arteta, directora adjunta de la OIT para la zona andina.
En Brasil, hay más de cinco millones de trabajadores menores de edad empleados principalmente en trabajos domésticos por más de 40 horas semanales. Además, más del 50 por ciento de infantes trabajadores usan sustancias peligrosas, de acuerdo con el Instituto Brasilero de Geografía y Estadística.
México y Perú tienen datos muy similares. En el primero (Mexico), la cifra se acerca a los 3.6 millones, mientras que en Perú trabajan alrededor de 3.5 millones, es decir uno de cada cuatro niños y jóvenes, de los cuales más del 18 por ciento tiene menos de 13 años. Ese porcentaje se dispara en el sector rural, hasta casi alcanzar al 50 por ciento de niños y niñas entre seis y 13 años que trabajan, según la OIT.
Las "razones" para estas cifras tan elevadas en una región que goza de bonanza económica comparada con otras partes del mundo, a juicio de los analistas, están relacionadas con la pobreza: para aquellas familias cuyos adultos están desempleados o con subempleos que no llegan a los 100 dólares mensuales, por lo que el trabajo infantil constituye una estrategia de sobrevivencia, reconoce a SEMlac Julio Rojas Julca, viceministro de Poblaciones Vulnerables.
La encuesta sobre Trabajo Infantil 2007 de México parece corroborarlo, pues afirma que más de un millón y medio de niños y jóvenes trabajan sea porque "el hogar necesita de su aporte económico" o porque "el hogar necesita de su trabajo". Y otro millón lo hace para "poder pagarse su escuela".
Sin embargo, otros expertos no están de acuerdo. Elena Pila, gerente de programas para niñez de la Fundación Telefónica, que lanzó recientemente la campaña "Niños con sueños, que su trabajo sea estudiar", asegura que en los 12 años que llevan trabajando con familias de escasos recursos económicos del país han encontrado que algunas sí permiten que sus hijos trabajen y otras no.
"Y estamos hablando de familias con similares niveles de ingresos bajos", aclara. Por ello, precisa que la explicación hay que buscarla en otras causas -como factores culturales y familiares- y no estrictamente en lo económico.
Sergio Quiñónez, secretario técnico de la estrategia nacional para prevenir y erradicar el trabajo infantil hacia 2021, reconoce que aún falta mucho para cambiar la percepción del ciudadano común, que no se asombra de ver niños mendigando por las calles o realizando trabajos inadecuados para su edad, y también admite que en ello influyen los patrones culturales.
"El trabajo infantil es visto como algo normal en muchos lugares, muchos padres de hoy también fueron trabajadores cuando niños porque esa es la realidad en el campo", señala.

Cambio de mentalidad y paradigmas
Matilde Guevara, de la ONG Niño Feliz, corrobora que cambiar la mentalidad del poblador rural en cuanto al trabajo infantil es una tarea aún por emprenderse. "Si bien en las ciudades se ha avanzado mucho, especialmente en Lima y en las capitales regionales, en el campo la propia necesidad hace que se vea como algo ’normal’ que el niño no asista a la escuela para ayudar en las labores del campo, y más si son mujeres", reflexiona.
Dice que aún es común escuchar en muchas comunidades andinas aquello de que educar a la mujer es ’tirar la plata’. "¿Para qué?, si después se embaraza y se dedica a criar hijos, te dicen y, según esa mentalidad, es más rentable que aprenda tareas domésticas, ayude en la crianza de los hermanos pequeños porque eso sí le va a servir en la vida", refiere.
El viceministro Rojas, como otros expertos, exhorta a tener cuidado cuando se habla del trabajo infantil: "no se le puede prohibir, pero hay que regularlo", asegura. Y recuerda que en el Perú, el Código del Niño y el Adolescente fija en 14 años la edad mínima para el trabajo, con algunas excepciones a partir de los 12.
Pero para jóvenes como Pablo, hoy de 20 años, quechua-hablante y trabajador desde los nueve cuando fue dejado en casa de su ’madrina’ por sus padres, esas regulaciones no solucionan el problema.
"Cómo me hubiera gustado no tener que trabajar, no tener que levantarme de madrugada temblando de frío para comprar el pan, preparar el desayuno, ver cómo a los hijos de mi madrina los venían a recoger para ir a su colegio...", dice con un suspiro, recordando su infancia.
Y a pesar de todo, Pablo no la pasó tan mal. Por las tardes iba a una escuela pública que, si bien no tenía la alta calidad educativa de los hijos de su madrina, por lo menos le aseguró un certificado de estudios con el que pudo conseguir empleo en un taller mecánico cuando terminó su 5° de secundaria.
"Como ’compensación’ (por ir al colegio) tenía que trabajar hasta la madrugada en los quehaceres domésticos, lavando ropa, ayudando en la bodega de abarrotes que mi madrina tenía en el barrio, y me caía de sueño en las clases", rememora.
Dormía en un rincón de la cocina sobre un delgado colchón de paja y por eso cuando una de sus profesoras le ofreció hacer lo mismo, pero pagándole un sueldo y ayudándolo en sus tareas, no dudó y se fugó de la casa de su madrina.
"Ni siquiera puso una denuncia policial, yo no le importaba nada, por eso creo que tuve suerte", señala. Dejar a los niños pequeños en casas de familias acomodadas de la ciudad más cercana es una costumbre muy arraigada entre muchas familias campesinas peruanas, que ven así una oportunidad para sus hijos que ellos no están en condición de brindarles.
Lamentablemente, en la mayoría de casos esta costumbre se convierte en una forma cruel de explotación a los menores, a los que no se les paga remuneración, muchas veces no se les envía al colegio y, lo que es peor, permanecen al margen de fiscalización oficial porque a veces ni siquiera tienen documentos de identidad.

No quitarle el futuro a la infancia y dejarla estudiar
Alertados por esta situación, la fundación holandesa Terre des Hommes - Perú ha lanzado la campaña "En mi casa no hay trabajo infantil doméstico", que busca sensibilizar a la población sobre esta forma de explotación laboral y social.
El lema del video para concienciar a la población dice: "Traer a un niño del campo o de otro lugar para trabajar en tu casa es quitarle su infancia y futuro". Y en unos cuantos días ha concitado el apoyo de artistas, deportistas y personalidades mediáticas.
Según Carmen Montes, representante de dicha organización, el 65 por ciento de los menores que trabajan en el servicio doméstico en la capital peruana provienen del interior del país y laboran bajo la modalidad de "cama adentro", una de las peores formas de explotación, pues no tienen horario de trabajo y son víctimas de violencia psicológica, física y hasta sexual.
Al lanzar la campaña, Montes informó que han detectado que casi el 41 por ciento de las niñas y niños traídos a Lima para este sistema, que configura un delito de trata, provienen de una sola región andina: Huancavelica, en el centro del país, el departamento más pobre del Perú.
Por su parte, la campaña de la Fundación Telefónica aspira a que los niños y jóvenes peruanos culminen sus estudios de educación básica y, al mismo tiempo, los colegios sean sensibles a sus necesidades.
Durante el lanzamiento, Mario Coronado, presidente de la Fundación, recordó que el lugar natural de un menor de edad es el colegio y no el trabajo. Aunque aclaró que inculcar en los niños valores de trabajo "no está mal", se requiere "poner límites" para que no interfiera con el derecho natural de los niños de jugar y estudiar.
Denunció que muchas veces han encontrado adolescentes de 12 y 13 años quejándose de dolores articulares o con serias deformaciones físicas, fruto de un esfuerzo desmedido para su edad. "También encontramos muchos chicos y chicas expuestos a peligroso agroquímicos por su trabajo en el campo", subrayó.
Coronado agregó que promover la educación de los niños y adolescentes es la única manera de garantizar que salgan de la pobreza. "Muchos padres piensan que poniéndolos a trabajar desde pequeños es una ayuda económica, pero lo cierto es que para que una persona salga de pobreza debe como mínimo haber completado la primaria y secundaria", refirió.
Según diversos estudios, un trabajador con nivel de instrucción primario gana en promedio menos de 150 dólares, mientras que quien posee secundaria completa percibe más de 300 dólares. Pablo, nuestro entrevistado, lo sabe muy bien.


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