La edad de los sicarios de los narcotraficantes ha descendido. Son chicos violentos como «El Ponchis», de 12 años. El escritor Sergio González, autor de «El hombre sin cabeza», nos habla de lo que sucede en México 06/12/2010
Aparece en un vídeo. A cara descubierta. El chaval no tiene ni quince años. Un crío. Pelo ensortijado, tez morena. Alguien pregunta.
–¿Cómo te llamas?
–Cristian García Martínez, alias «El Cris».
–¿Con quién trabajas?
–CPS (Cártel Pacífico Sur)
–¿Quién te manda?
–El mero patrón es Abel Maña y el jefe de los sicarios es «El Negro», Julio Radilla, Ricardo, alias Solais, este Ponchis, Alanis, Edwin, alias Arcángel.
–¿Cuánto te pagan por cada gente que matas?
–Tres mil dólares por cabeza y cuando no encontramos los contras, no damos con ellos, matamos a inocentes, para que nos pague, taxistas o albañiles, o los hacemos pasar por sicarios o mañosos.
La delincuencia en México tiene cara de adolescente. Son los niños del narcotráfico. Los niños soldados de la droga. Como en África, son jóvenes, fieles y crueles. La guerra del Gobierno con los cárteles se están cobrando estas víctimas imprevistas. Un reportaje de Laura Toribio, Claudia Solera y Leticia Robles que se publica en «Excelsior» afirma que los menores de edad que han reclutado los narcos durante los últimos cuatro años oscila entre 25.000 y 35.000. Durante la década anterior, los sicarios eran mayores y frisaban entre los 20 y los 35.
Ahora ha descendido de una manera alarmante ese techo. «En México hay más de siete millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan, y que son el ejército potencial del crimen organizado –comenta Sergio González Rodríguez, autor de «Huesos en el desierto» y «El hombre sin cabeza», donde narraba la nueva violencia de los sicarios–. Desde la década anterior, el Estado y los gobiernos mexicanos han visto crecer, sin que se ocupen de ello en forma idónea, la impunidad de los delitos, que estadísticamente es ya del 99 por ciento en México. Una de las consecuencias de este imperio del delito es el surgimiento de sicarios de temprana edad. No hay que olvidar el narcotráfico y el resto de sus industrias del crimen ofrecen recompensas reales y simbólicas: el pago, las armas, el fervor a un cartel o pandilla, la autoafirmación en la violencia».
Uno de esos ejemplos es «El Ponchis» o «El Punchis». Un niño de doce años que tortura y mata. Corta la cabeza y los genitales a sus víctimas y se jacta en vídeos colgados en internet o en fotografías que difunde. Trabaja para el Cártel del Pacífico Sur. «En realidad es una pandilla de Sinaloa derivada del grupo de sicarios de los Beltrán Leyva/Edgar Valdez Villarreal, que a su vez se independizaron del Cártel de Juárez, como lo hizo en su momento el Cártel de Sinaloa», comenta Sergio González.
Los «desechables»
Algunos miembros de su banda que han sido detenidos afirman que es el más violento de ellos. Junto a él están sus hermanas. «Las chavelas», las llaman. Son las encargadas de recoger el cadáver, meterlo en un vehículo y deshacerse de él en cualquier descampado, arrabal o cuneta. Su jefe es «El Negro». Su nombre es Julio de Jesús Radilla. Su novia, Ana Laura, de 17 años, fue detenida. Estaba embarazada. En la casa donde fue prendida se decomisaron dos armas AR-15, una subametralladora de 9 milímetros, una enorme cantidad de munición, dos kilos de cocaína, otro de cristal y varios coches. Para Sergio Rodríguez: «La noticia sobre un sicario niño al servicio de un cártel de la droga en México expresa la degradación ocasionada por el crimen organizado en la sociedad. Como en Colombia años atrás, los niños y jóvenes ‘‘desechables’’ son un producto directo de la pobreza, la ineficacia, la corrupción y la irresponsabilidad de las clases dirigentes de cada país. En México este fenómeno refleja un grado más abajo de lo conocido hasta ahora en el país».
El mito del narco
Estos jóvenes sin recursos, que han crecido en un contexto de violencia y sin la posibilidad de escapar, se han convertido en un peligroso y frustrante recambio. De hecho, en los enfrentamientos han muerto ya más de mil de ellos. «El promedio de edad en México en términos demográficos se halla alrededor de los 24 o 25 años de edad –cuenta a este diario Sergio González–. Se puede entrever que los ejércitos del narcotráfico se ubican entre los más jóvenes en México, cuya mitad de la población tiende a agruparse en medio centenar de polos urbanos, donde crecen los arrabales o chabolas con grandes carencias de servicios urbanos. El narcotráfico y su poder corruptor, hecho en torno de la economía informal, ofrece alternativas que la sociedad formal está imposibilitada a dar».
Son justamente los suburbios y plazas golpeados por la pobreza los más desprovistos de oportunidades para escapar del ruido de las balas, donde la exaltación y el mito del narco calan hondo, el lugar donde estas mafias echan sus redes para captar a estos delincuentes.
«El narcotráfico tiene influencia y dominio en familias, barrios, comunidades, localidades y territorios completos a lo largo y a lo ancho del país. Los niños viven bajo la exaltación de la violencia todos los días. Sus juguetes son las armas, tanto como una ideología de superioridad masculina basada en uso y abuso de la violencia contra los demás, sobre todo, las mujeres y los propios niños. La red clientelar de los narcotraficantes está abierta a los niños y menores en cualquier momento. Para éstos resulta “natural” unirse a los criminales que son sus mayores o el delito como vía de supervivencia. Desde luego, son los “desechables” que por lo regular morirán antes que otros. Los soldados mas baratos».
Estos muchachos no tienen pudor a la hora de exhibir sus hazañas. Son los cuerpos mutilados, con la cabeza seccionada, las víctimas que aparecen colgando de vigas o de puentes, las víctimas que aparecen en las orillas de los caminos. Es una guerra entre ellos y también con las autoridades. Y estos chicos cumplen. Y para Sergio González, cansado de observar estos fenómenos, hay un culpable. «El narcotráfico funciona como una estructura paramilitar y bajo esquemas semejantes a la guerrilla. Los principales cárteles mexicanos –el de Juárez, Sinaloa, el del Golfo, Los Zetas o la Familia Michoacana– tienen, además de esa estructura, otra que se encarga del dinero y las finanzas. Entre ambas asumen controles y contactos territoriales y estratégicos en las instituciones económicas, políticas y sociales del país. La versión gubernamental quiere hacer creer que todo se enmarca en una pugna entre «policías y ladrones», Gobierno versus criminales. Esto es falso: por desgracia, el narcotráfico es consustancial a las instituciones de México. El estado de derecho está fracturado. La aparición de sicarios niños es un asunto incidental a la luz de la gravedad de todo el problema».
Sexo, droga y machismo
Desde hace tiempo se ha convertido en un tópico. Chavales que desfilan por las cárceles. Jóvenes sin temor a lo que les pueda suceder que salen y entran constantemente. «Que las autoridades detengan y luego liberen a un niño sicario es resultado de un desorden institucional, de una esfera pública viciada y corrupta por completo. El 75 por ciento de los detenidos durante la “guerra al narcotráfico” de los últimos cuatro años fueron ya liberados».
Sergio describe cómo son estos nuevos «soldados»: «Están dispuestos a ganarse un lugar en la organización a fuerza de ser obedientes: los jefes suelen ponerlos a prueba mediante el mandato de actos de crueldad suprema. Así se reafirman como hombres y miembros del grupo. Con estos rituales violentos se ganan el respeto de los compañeros. La iniciación temprana lleva consigo que accedan muy pronto a sexo, toxicomanía, misoginia, machismo. Como apunta un corrido mexicano: “Pancho López, chiquito pero matón”».
Sergio González apunta otro dato más: «La crueldad viene de la sociopatía precoz de muchos criminales que se transforman en psicópatas. En ausencia de control y castigo a sus excesos criminales, crecen en un sentido adverso: se adhieren a las transgresiones a la ley, a las normas, a los límites morales. El afrodisiaco de los delincuentes es la impunidad». La pregunta es, ¿qué delatan en el fondo casos como el de «Ponchis»? Para el autor de «Huesos en el desierto» es evidente: «La “guerra al narcotráfico” ha fracasado. La violencia que se combate con violencia sólo crea una sociedad policiaca y nulos resultados, cuyo efecto es más violencia aún».
«He matado a cuatro personas, las degollaba»
«He matado a cuatro personas, los degollaba. Sentía feo al hacerlo. Me obligaban. Que si no lo hacía que me iban a matar. Yo nada más los degollo, pero nunca fui a colgar a los puentes, nunca», aseguró el jueves «El Ponchis», tras ser detenido. Su historia, con solo 14 años, es trágica: «A los 11 años me levantaron, me dijeron que me iban a matar». Le detuvieron el jueves cuando quería ir a San Diego para encontrarse con su madrastra, quien le envió el dinero para realizar el viaje junto con una de sus hermanas. Una de las hermanas de «El Ponchis» era la encargada de transportar cadáveres a bordo de vehículos robados. «Llevaban dos (teléfonos) celulares, él, “El Ponchis”, un celular, su hermana traía otro, en los celulares vienen las pruebas de cómo torturaban a la gente, cómo la mataban, todo eso, pero está en sus celulares», señaló una fuente militar al diario «Reforma». La persecución del niño comenzó en octubre después de que militares detuvieran a parte de una banda de delincuentes, uno de los cuales confesó que el más sanguinario era «El Ponchis», a quien dejaron ir al ser un menor.
http://www.larazon.es/noticia/7345-los-ninos-del-narcotrafico
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