sábado, 25 de mayo de 2013

Mundo-El derecho de los niños y las niñas a jugar

7-5-13 GSIA
Stuart Lester y Wendy Russell
Bernard van Leer Foundation, 2011.
 Cuadernos sobre desarrollo infantil temprano,  57

"La problemática de definir el juego y su papel 
es uno de los mayores retos a los que se enfrentan 
la neurociencia, la biología del comportamiento, 
la psicología, la educación y las ciencias sociales en general ... 
Sólo una vez hayamos entendido la naturaleza del juego 
seremos capaces de entender cómo mejorar 
el destino de las sociedades humanas en un mundo mutuamente dependiente, 
el futuro de nuestra especie, y 
quizás incluso el destino de la misma biosfera."
Gordon Burghardt

"El derecho a jugar significa mejor que nada 
el derecho a ser niño"
Antonio Garrido Porras


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Comentario
Antonio Garrido Porras

El artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño habla del derecho a jugar, al que muchos llaman el “derecho olvidado”. Del juego infantil trata extensamente este Cuaderno de Trabajo que presentamos aquí, una brillante monografía, editada por la Fundación Bernard van Leer que afirma con contundencia: “sólo una vez hayamos entendido la naturaleza del juego seremos capaces de entender cómo mejorar el destino de las sociedades humanas
El derecho a jugar
La tesis principal que se defiende es que 
el juego infantil pertenece a los niños. 

 Mientras juegan, los niños crean su propia felicidad y un entorno de realización, placer y autoprotección. Jugar además resulta esencial para su salud y su bienestar. El juego, más que una actividad en sí, constituye la expresión externa de una disposición lúdica, con un valor intrínseco propio, autotélico: jugar es un fin en sí mismo, se juega sólo por el placer y la alegría de poder hacerlo. El juego es una experiencia placentera principalmente, aunque también fortalece los sistemas de respuesta al estrés y de regulación emocional, promueve los vínculos afectivos, la creatividad y el aprendizaje. Permite a los niños investigar su entorno, explorarlo, así como el desarrollo de flexibilidad física y emocional, en parte porque la falta de graves consecuencias posibilita experimentar con la pérdida del control.

El juego puede aparecer en cualquier lugar y en cualquier momento. Las conductas de juego son deliberadamente exageradas, invierten el orden establecido, son impredecibles, poniendo temporalmente en suspenso los límites del mundo real. La actividad lúdica conlleva, por tanto, la creación deliberada de incertidumbre y desequilibrio con el fin de recuperar el control y supone, por ello, un entrenamiento para lo inesperado. Es este “como si” de lo incierto el que facilita que los niños se adentren en sus entornos de forma muy flexible y adaptable pero, si bien el juego conlleva la generación de desequilibrios y reequilibrios, novedad, placer, excitación, al mismo tiempo instaura estabilidad, seguridad y rituales en un “campo relajado” generado por la propia actividad lúdica, un experimentar emociones sin las consecuencias que tendrían en el mundo real. Representa, en todo caso, una postura de transformación, no de conformismo.
Es así que jugar ayuda a la regulación de los procesos emocionales ligados a los acontecimientos inesperados que se presentan durante el juego y al fortalecimiento de la capacidad para sobrellevar la incertidumbre.
Algunos de los beneficios del juego son claros:
  • Conlleva ejercicio físico, desarrollo de resistencia, aumento del control e integración psicomotriz.
  • Facilita investigar el entorno.
  • Promueve establecer papeles sociales y alianzas que ayudan a la superviviencia.
  • Mejora el bienestar psicológico y fisiológico y la resiliencia.
Al contrario, tal como revelan distintas investigaciones, la ausencia persistente de la posibilidad de juego puede alterar los sistemas de regulación de las emociones y, por ello, reducir las competencias cognitiva, social y física del niño. Incrementa el miedo y la agresividad
Sin embargo, el juego no ocurre en el vacío social, sino que transcurre en el tejido físico, social y cultural de la vida diaria. El juego infantil representa pues una forma primaria de participación de los niños en los entornos. La responsabilidad de los adultos es la de sustentar el juego de los niños creando las condiciones idóneas para que la disposición lúdica se despliegue, para que pueda surgir el juego. Pero en el mundo actual los entornos y las dinámicas socioculturales han sufrido grandes transformaciones: se ha producido una creciente institucionalización del tiempo y el espacio de los niños y un aumento general de la supervisión adulta y de la aversión al riesgo. Las ciudades se han configurado a favor de los adultos y sus coches, los entornos institucionales se diseñan al margen de las opiniones infantiles. Los adultos, en gran medida, han colonizado o destruido los espacios lúdicos, reduciendo  drásticamente el acceso independiente de los niños a los entornos públicos. Las políticas y las organizaciones deben proteger los espacios infantiles de la usurpación por parte de los adultos.
Por el contrario, en esa función adulta de sustentar el juego infantil sin inmiscuirse en él, la primera consideración revela la importancia de la calidad de los entornos: lugares de miedo y violencia, inaccesibles, con poco atractivo o misterio, tóxicos u opresivos son contrarios al disfrute lúdico de los niños.
La primera consideración sobre la participación lúdica de los niños es la posibilidad de moverse libremente por el vecindario y por los espacios públicos. Por tanto, los territorios lúdicos han de tener varias características: accesibilidad, seguridad, flexibilidad y oportunidades de interacción con otros niños. Los niños necesitan para jugar lugares abiertos informales y “sin reclamar”, que les permitan territorializar el espacio temporalmente, crear sus propios espacios secretos, inventar y refugiarse en pequeños mundos.
Este Cuaderno de Trabajo destaca la fuerte interconexión del juego con todos los artículos de la Convención de Derechos del Niño. De algún modo, el derecho a jugar significa mejor que nada el derecho a ser niño. El juego pertenece a los niños, pero los entornos, los espacios públicos, las instituciones han de ser sensibles a él y favorecer configuraciones de espacio y tiempo que sustenten la disposición lúdica de la infancia.
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