El hambre empujó a Marina y Angélica a salir a trabajar cuando aún eran unas niñas 01/11/2010
Una haciéndose pasar por niño para poder limpiar las botas de los señores más adinerados de la ciudad. La otra vendiendo bolsas en el mercado para aquellos que pueden llenarlas. Sus historias son solo dos ejemplos de las vidas de miles de niños trabajadores de Bolivia que viven bajo el umbral de la pobreza.
Angélica tenía solo 8 años cuando llegó por primera vez a su casa con un jornal. Ese día, antes de marcharse a la escuela como cada tarde, se armó de valor y se fue al mercado central de su ciudad a vender bolsas de plástico. Sola y con su mochila cargada en la espalda, recorría los pasillos del mercado ofreciendo su producto por 50 centavos de boliviano (0,05 euros). “El primer día tenía miedo, porque nunca lo había hecho antes, y tenía miedo de no vender nada”. Sin embargo, le fue bien. Regresó a casa con unos 15 bolivianos (cerca de 2 euros) en el bolsillo, así que al día siguiente repitió. No sabía que el trabajo infantil está prohibido.
Seguía los pasos de sus hermanas mayores, que empezaron a trabajar siendo niñas para pagar los estudios de Angélica. Ahora era su turno, si quería ayudar a su hermanita menor y a ella misma. Sus hermanas ya habían volado del nido, y prácticamente la única fuente de ingresos de la familia la aportaba su madre vendiendo comida por las calles de la ciudad. “Con lo que ganaba mi mamá, casi no nos alcanzaba para comprar comida”, explica. Tampoco había suficientes monedas para los cuadernos, ni para comprarse una empanada para la merienda. Además, su padre era un hombre alcohólico que no aportaba más que violencia y gastos al hogar. Así que cuando Angélica decidió que quería trabajar, nadie se lo impidió, lo necesitaban para sobrevivir.
A Marina le sucedió lo mismo: “Mis hermanitos tenían hambre, por eso empecé a trabajar”, explica. A los 7 años, empezó ordenando los estantes de una panadería por 50 centavos, pero pronto decidió entrar en el masculino gremio de los lustrabotas, un negocio más lucrativo que el de la tienda, pero privativo para las niñas: “los lustrabotas de la plaza no dejan a las niñas lustrar. Mucho las molestan, les quitan las cremas y les dicen cosas feas”.
Los niños lustrabotas de la plaza 25 de Mayo, donde quería trabajar Marina, están organizados en el gremio de “Los Brillitos”, y tienen sus propias reglas de funcionamiento, inquebrantables. Así que asesorada por su hermano Wilbert, en ese momento el presidente electo de la organización, Marina decidió cortarse el pelo, vestirse de niño y presentarse como Miki. A causa de la relación de parentesco con Wilbert, Marina se ahorró pagar los 25 bolivianos (unos 3 euros) de entrada al gremio. Ahora podía sacarle brillo a los zapatos sin llamar la atención. “Al principio ensuciaba las medias de los señores, y no sabía hacerlo muy bien, pero poco a poco fui aprendiendo”.
Cada tarde, a la salida del colegio, iba directo a la plaza a trabajar unas 6 u 8 horas. Por cada par de zapatos que lustraba ganaba unos 2 bolivianos, (0,20 euros), a veces, según el humor del cliente, un poquito más. “Al principio no sabía identificar las monedas ni devolver el cambio, no sabía nada” explica, así que Marina debía confiar en la buena voluntad del pagador. Al anochecer, cuando ya estaba cansada, Marina regresaba a su casa con 10 o 20 bolivianos (2 euros) en su bolsillo. “Nunca volvía a casa sin dinero, pero si alguna vez volvía solo con 5 bolivianos me sentía triste porque pensaba que otros habían ganado más”.
Con los años, fue aumentando la competencia y “Los brillitos” quisieron protegerse. Eran 35 y no podían ser más. “Si venían niños lustrabotas de otras partes los sacábamos de la plaza y les amenazábamos con quitarles la caja”, cuenta. Del mismo modo, debían asistir a sus puestos de trabajo si querían conservar su lugar. “Si faltabas más de 5 días ya no podías volver a la plaza. Si tenías que faltar debías avisar y pedir licencia”.
Angélica también sufrió las consecuencias de la competencia. Si bien cuando empezó a trabajar se repartían el mercado unos 10 niños, al cabo de dos años debía lidiar con más de 20 vendedores más. Lógicamente, sus dividendos disminuyeron significativamente, así que Angélica trató de compensar las pérdidas alargando su jornada laboral. Su esfuerzo significaba hacer novillos. “Mi madre me insistía que fuera al colegio y mi profesora me advertía que trabajar me perjudicaba, pero yo no les hacía caso”.
Trataba de recuperar el tiempo perdido hincando los codos por las noches, pero era demasiado para ella: “a veces iba al colegio y no entendía nada, ya no sabía de que hablaban”. Además, su madre, una mujer prácticamente analfabeta, no podía ayudarla con sus deberes, más bien era al contrario. “A veces le enseñaba a mi madre a leer y escribir, porque no sabe mucho”.
A sus 11 años Angélica estaba en riesgo de repetir curso cuando llegó a las puertas de Ñanta, una organización sin ánimo de lucro que se ocupa de ayudar a los niños y niñas trabajadores de la calle ofreciéndoles comida, apoyo escolar, un espacio lúdico y recreativo y asistencia médica. Allí los niños suelen pasar la tarde después de asistir al colegio.
Ñanta ha detectado que a pesar que hace unos 20 años el gobierno de Bolivia declaró la guerra al trabajo infantil, éste ha aumentado a causa de la migración del campo a las ciudades. “La mayoría de niños que atendemos provienen de familias de origen quechua, que han dejado al campo para ir a vivir a la ciudad y deben adaptarse a un sistema desconocido, con las dificultades añadidas de hablar un idioma diferente. Todas son familias numerosas, y los hombres suelen tener muchas dificultades para encontrar trabajo. Por eso los niños salen a trabajar a los 8 años, y además, a ellos les pagan mejor”, explica Marco Antonio Santillán, director de la institución.
Por necesidad, el trabajo infantil está aceptado socialmente en Bolivia. Pero éste, además de robar la infancia a miles de niños, conlleva un conflicto en el seno de las familias, puesto que muchos padres pierden la autoridad sobre sus hijos: “son niños que desde los 8 años ganan más que sus padres, se hacen independientes y piensan que no los necesitan. Como muchos ganan más que sus padres no quieren obedecer a sus padres porque sienten que son ellos los que sustentan la familia. Nosotros queremos devolverles el protagonismo a los progenitores y que éstos se responsabilicen de la educación de sus hijos.”
Por eso, en el caso que Ñanta conceda una beca a un niño, piden a los padres que se comprometan en el seguimiento de su hijo. Éste fue el caso de Marina, a quien este año le concedieron una ayuda económica para sus estudios. La condición era que dejara de trabajar. “Antes no sabía nada, y ahora voy bien con los estudios. Lo que más me gusta son las matemáticas”, indica.
Marina, a quien se atendió a temprana edad, no ha sufrido ningún problema de autoridad con sus padres, pero sí acarrea un importante conflicto de identidad. Aunque ya no trabaja lustrando botas, Marina todavía se presenta bajo la apariencia de niño y asegura que prefiere que la llamen Miki. De hecho, en Ñanta no supieron que era niña hasta al cabo de unos meses de conocerla. “Se estaba duchando en nuestro cuarto de baño, cuando entré de golpe por equivocación y vi que era una niña”, explica Mirta, la asistente social del centro.
La llevaron a un psicólogo, quien aseguró que la criatura no mostraba visos de transexualidad, pero a pesar de eso, Marina se comporta claramente como un niño y quiere que “Miki” sea el nombre que aparezca en su carnet de identidad.
-¿Pero tú te sientes niño o niña por dentro?
-No sé. –contesta con la cabeza gacha.
Sea como sea, Miki o Marina quiere dedicarse plenamente al estudio, y a sus 10 años sueña en convertirse en un cantante famoso: “quiero ser como Michael Jackson”, asegura. Angélica, en cambio, todavía no ha pensado en su porvenir, aunque tiene claro que no quiere vender más bolsas en el mercado. “Antes no era feliz, ahora lo soy un poquito nomás. Debo continuar con mis estudios para salir adelante”.
http://www.elmundo.es/
http://www.alianzaportusderechos.org/boletin/leer.php/10492
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