miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ar- En Misiones (NEA), distintas trabas dejan a los chicos humildes en manos de la solidaridad

Cuando la burocracia agrava el hambre
En Misiones, distintas trabas dejan a los chicos humildes en manos de la solidaridad
Desnutrición / Montecarlo, un pueblo olvidado Prov. Misiones / Nota I de II

Daniel Gallo – Diario nacion 3-11-10
Enviado especial
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1321120

MONTECARLO, Misiones.- Los ojos del pequeño interpelan al extraño. Esa mirada sin luz propia parece preguntar qué espera ver el otro. Tendrá algo menos de dos años y es difícil que tenga conciencia plena de las privaciones que lo rodean, del peligro real en el que se encuentra.El hambre acaba de matar en esta provincia a Milagros, una beba de 15 meses, hija de Francisca Benítez, una madre que apenas supera los 16 años. La suerte de aquel pequeño podría ser la misma si la burocracia sigue poniendo trabas a los platos de comida que no entienden de planes sociales, superposiciones de beneficios ni subsidios temporarios. Quizás, el pequeño de la mirada triste transmite como intuición el instinto de supervivencia. Su madre, joven y con otros tres chicos, relata los padecimientos colectivos en el barrio Palomar, un asentamiento en el que la dignidad se hace un buen lugar entre la pobreza extrema.
Esta ciudad, a unos 180 kilómetros de Posadas, irrumpió en la sociedad argentina por la muerte de Milagros. Hoy se sabe que suman ya más de 200 los menores de edad fallecidos este año en Misiones por carencias de alimentación. Otros 40 podrían agregarse en breve a esa estadística. No mueren por inanición, por no comer durante muchos días seguidos, pero sí por las enfermedades que atacan al no alimentarse cotidianamente, al faltarles nutrientes, al carecer de una dieta normal y al sobrarles obstáculos legales y políticos en el camino del auxilio.
Montecarlo es una bonita ciudad pegada a la ruta nacional 12, con un casco urbano que no muestra necesidades a primera vista.
En los barrios periféricos la situación es diferente. La desocupación castiga al sacar platos de comida. La familia del chico de ojos resignados tiene los inconvenientes comunes en esos asentamientos: no recibe un plato de comida oficial porque el DNI de la madre consigna una dirección fuera del municipio; entonces, para ser ayudada, debería anotarse en un pueblo alejado de esas maderas que sirven como habitación colectiva.
Esa traba normativa impide también que uno de los hijos obtenga un certificado médico que lo habilite a ir al colegio. El menor, que sí puede ir a la escuela, tiene graves problemas alimentarios pues, al ser mayor de seis años, no puede ser incorporado a un programa de asistencia. La solidaridad de vecinos parece ser la única alternativa.
La mayoría aquí vive de changas, que hoy son difíciles de conseguir. Los hombres con los que habló La Nacion se muestran como gente trabajadora.
"Cualquier cosa, menos robar", contó Pablo Silva, un tarefero de otro barrio carenciado. Lo poco que consiguen con algún trabajito informal lo gastan en remedios para los chicos, que siempre necesitan.
Silva estaba orgulloso de haber podido comprar a unas de sus hijas un diccionario que era reclamado por la escuela. Lo muestra como un trofeo de esperanza.
En una pieza se acomodan el matrimonio Silva y sus seis hijos. Una pequeña huerta les da algo de sustento; por las ganas de salir de allí con entereza, el hombre se las rebusca mejor que otros vecinos. "Una casita nos vendría bien", cuenta al mirar las vigas de madera que sirven de hogar.
"Pedimos al gobierno que venga a conocer nuestra situación, necesitamos agua y luz, porque ni siquiera podemos hacer nebulizaciones a los chicos", relató Lidia Lovera, una de las delegadas del barrio Palomar.
En ese lugar ser jubilado es casi un privilegio por contar con un ingreso fijo. Hipólito Rodríguez con sus 80 años da lo poco que puede repartir de su propia pobreza para ayudar a una familia en una casilla cerca de la suya, donde hay tres menores que no pasan de los cinco años y que esperan solitos a su madre, que fue al hospital a llevar a su otro hijo enfermo de desnutrición crónica.
La burocracia levanta sus consolidados muros de asistencialismo alrededor de estos casos. El comedor recibe la partida de alimento preparado en una cocina centralizada municipal. Los vecinos se quejan porque la comida no es para todos; quedan afuera del mínimo reparto los hijos de familias que hacen changas o tienen un ingreso por plan social. Aquí dicen que no alcanza esa ayuda. La mirada interpelada por los ojos del niño también interpreta que no alcanza.
La propia vicegobernadora Sandra Giménez quedó espantada por los relatos de fallas burocráticas que recibió de madres desesperadas y asistentes sociales (sobre lo que se informa por separado).
En las ciudades de Oberá y de Apóstoles también la desnutrición desgarra a familias. Otros casos mortales se produjeron allí este año. El informe provincial apunta a más de 6000 chicos con problemas de bajo peso, una forma oficial de decir que se trata de pequeños que no están bien alimentados. Es un grupo en riesgo. Representan el número de la emergencia.
Importantes funcionarios provinciales que hablaron con La Nacion aceptaron que es angustiante la desnutrición, pero informaron que el programa Hambre Cero, lanzado este año por el gobernador Maurice Closs, busca vencer problemas sociales tan arraigados que llevará tiempo revertir.
Saben que nuevas muertes golpearán sus despachos. Piden tiempo para ver resultados y, mientras tanto, procuran mostrarse activos. Anteayer, camiones municipales empezaron a repartir colchones y camas entre familias que habían reclamado ayuda.

“Sábados y domingos nosotros no comemos”
MONTECARLO, Misiones (De un enviado especial).? La difusión de casos de muertes derivadas de la desnutrición infantil llevó a parte del gabinete provincial a desarrollar una reunión de urgencia en esta ciudad. Aquí, esperaban a los funcionarios madres con quejas variadas, promotoras de salud que se presentaron desbordadas por la situación y docentes alarmadas por la falta de soporte logístico para resolver problemas.
Mientras escuchaba la sucesión de inquietudes, la vicegobernadora, Sandra Giménez, exclamó: "Al final tengo que venir a dar explicaciones por las cosas que no se hacen. ¿Es que el doctor Closs [por el gobernador] y yo tenemos que estar al lado de cada cama o ver qué hace cada docente?".
La vicegobernadora comprendió en ese momento que las quejas principales apuntaban a la burocracia, que suma riesgos a los ya muchos peligros por aquí. Reprendió a funcionarios de escalones inferiores y buscó mostrarse ejecutiva en la resolución de los casos que se presentaron. Una de las protestas tenía que ver con el funcionamiento sólo de lunes a viernes de la cocina comunitaria, que reparte platos de comida en barrios. Prometió que los chicos no se quedarán sin alimento los fines de semana.
El informe oficial marcó a 43 niños de la zona con diversos grados de desnutrición. Aunque el momento de mayor tensión se vivió con el testimonio de Francisca Benítez, una madre jovencita cuya hija, Milagros, de un año y tres meses, fue la última víctima mortal del hambre. La chica se sentó delante de una mesa en la que estaban la vicegobernadora, la intendenta Elba Izmendi y tres ministros provinciales. La joven se quejó de la atención recibida en el hospital local. Y agregó que tenía "miedo" de que, por denunciar esa situación, sus otros hijos perdieran la posibilidad de atención médica. Giménez convocó en ese momento a responsables del hospital para que hicieran su descargo. Por instantes, parecía un careo. La vicegobernadora tranquilizó a Benítez: "Todos te entendemos, no creemos que seas una mala mamá. Vos merecés una explicación porque sos la que nos pagás el sueldo". Y, mirando a los demás, agregó: "No crean que esto se queda acá, en palabras".
Por lo pronto, se decidió que el resto de los hijos de Benítez fuera controlado en el hospital de Eldorado, una ciudad a 20 kilómetros de aquí. La funcionaria advirtió que los chicos que están en el programa Hambre Cero no pueden ser dados de alta con sólo alcanzar el peso ideal, sino que debe mantenerse el control por lo menos tres meses más.
Depender de la ayuda
"Sábados y domingos nosotros no comemos", dijo en la cara de los funcionarios una madre de 23 años, con sus dos hijos al lado. Otra se sumó a ese reclamo. Domínguez tomó nota y dio instrucciones para que la cocina funcione todos los días. Aunque se permitió aconsejar a esa madre, tras hacerle preguntas sobre su situación social: "La solución definitiva va a llegar cuando termines la escuela, cuando puedas trabajar; no podés depender siempre de la ayuda".
Tocada por la exigencia oficial de poner más esfuerzo en la contención de las familias, una promotora de salud pidió la palabra: "Hacemos lo que podemos; parece, si no que los promotores no queremos trabajar", dijo.

Llegan al Obelisco para hacer visible su reclamo

MONTECARLO, Misiones (De un enviado especial).? Las necesidades básicas insatisfechas son múltiples, pero es el hambre que padecen centenares de niños el emergente de un problema concreto: la falta de trabajo.
Son 1790 menores de 18 años los que están en riesgo por este flagelo en esta ciudad, ahora que acaba de finalizar la labor de los tareferos, que viven de las cosechas de la yerba mate en un período que va de marzo a octubre.
Juan Maidana, integrante del sindicato que agrupa a esos trabajadores yerbateros, muestra la mezcla de harina que forma el reviro, un alimento que sostiene más la ilusión de tener la panza llena que el cuerpo.
"Esto es lo que comen nuestros chicos, cómo no va a venir la desnutrición", afirma el hombre, mientras se prepara para instalarse, con un grupo de trabajadores locales, mañana en el Obelisco porteño para hacer visible en el simbólico centro de la República los problemas vividos en los márgenes del país.

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