Cuando los delincuentes asesinan a un niño no solo matan a
un inocente. Más allá del dolor para la familia, los criminales provocan
otros efectos imperceptibles. Trauma y desintegración familiar son
algunas de las secuelas.
No profirieron ni una ofensa porque algunos apenas balbuceaban; no hicieron ningún mal porque también comenzaban apenas a caminar. Lo único que hacían era regalar sonrisas cargadas de inocencia para alegrar, sin pretenderlo, la vida de una familia y de un hogar. Pero eso terminó el día o la noche en que las balas o un machete, en manos de pandilleros, cortó de tajo aquella inocencia, y con ello también provocó otras desgracias humanas como la desintegración familiar o el abandono de padres, hermanos o abuelos.
Eso fue lo que pasó cuando mataron a José Joel García, de 10 meses de nacido; a Cruz Alexander Orellana, de 19 meses; a Hamilton Esaú Guevara, de dos años y medio; a Erick Alexis Ortiz, de dos años y nueve meses; a Gabriel Hércules, de cuatro años; a Adilson Guzmán Ortiz, de seis años; o a Erick García, de siete años (ver en páginas siguientes el drama de sus familiares sobrevivientes a los ataques).
Todos esos infantes fueron asesinados entre 2010 y lo que va de 2012, en Panchimalco, Apopa, Colón y La Unión. Pero aún hay muchos más casos. Los anteriores son solo algunos de los homicidios de niños cometidos por las pandillas, aunque también la violencia intrafamiliar ha puesto su cuota de tristeza en otras familias.
Estadísticas del Instituto de Medicina Legal (IML) indican que solo en el primer semestre de 2012, 30 niños en edades hasta los nueve años fueron asesinados en diversas circunstancias.
El grito de alarma sobre la abultada cifra de asesinatos de niños salvadoreños, sin embargo, recién lo dio el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en El Salvador: 1,494 infanticidios entre 2010 y el primer semestre de 2012.
Miembros de pandillas son responsables de haber asesinado a muchos de estos niños, según presumen las autoridades. Solo en el periodo que señala Unicef, en Panchimalco las maras mataron a tres niños: de 19 meses, de dos años y medio y de seis años. Sin excepción, los tres menores pertenecían a familias en extrema pobreza; una de ellas, la de Adilson Guzmán Ortiz, tal vez era la que en peores condiciones económicas vivía.
En el cantón Los Miranda, cantón Azacualpa, Panchimalco, una casa de bahareque, con piso de tierra y techo de lámina está deshabitada, aunque no vacía, desde aquel 16 de mayo de este año. Junto a Adilson fueron asesinados sus padres, Francisca Ortiz y Miguel Ángel Guzmán. Dicen que fue por enemistades; los ejecutores de la masacre fueron pandilleros armados con escopetas. Una niña de nueve años fue la única que sobrevivió a esa masacre; su drama, como huérfana, es simplemente cruel.
Un caso inverso al de la menor sobreviviente en Panchimalco es el de la joven madre de Erick Edenilson García, de siete años, asesinado el 23 de junio pasado en un microbús de transporte colectivo, junto a su padre, un custodio penitenciario.
Ala joven madre, de no más de 25 años, la violencia le arrebató a su único hijo, a quien había procreado con Santos Ramón García Portillo, quien a su vez dejó huérfanos a otros cuatro niños que había procreado en otro hogar, en Santiago Nonualco.
Erick Edenilson no fue asesinado por casualidad o de forma circunstancial, las balas que lo mataron iban dirigidas hacia él, según reveló un dictamen forense.
Una mezcla de temor con dolor hizo que la madre del niño se encerrara en sí misma por varios meses. Ha sido hasta hace poco que ha comenzado a salir de la casa en la que vive junto a los familiares que la acogieron después de que varios hombres con facha de pandilleros mataran a su primogénito.
Un caso aparte es el de “Quita”, la niña de 12 años originaria de Panchimalco que padeció el crimen de su hermano, Erick Alexis, de dos años y nueve meses. La adolescente prefirió marcharse de su casa, dejando a padres y hermanos, e irse a trabajar cuidando a otros niños de la misma edad que tenía su hermanito asesinado el 29 de octubre de 2011 por varios mareros que ese día iban disparando en persecución de otro hombre.
Sin deseo de justicia ni confianza en ella
La lógica en las madres o abuelas de niños asesinados, sobre sus deseos de que los homicidios de sus niños no queden en la impunidad, está regida por el temor: “No queremos meternos en nada, porque es más el peligro que uno corre y al final ni lo vamos a revivir y los que hicieron eso después pueden venir a matarnos”. Ese es el pensamiento de una mujer de 94 años, bisabuela de José Joel García, de 10 meses, asesinado en el barrio Las Flores, en la ciudad de La Unión, el 10 de enero de este año, quien ignora que por los homicidios de su nieta y su bisnieto hay un pandillero condenado.
Paradójicamente, el asesinato de José Joel es raro, porque es de los pocos, sino el único (de los casos citados en las siguientes páginas) que no ha quedado en la impunidad, pues el responsable de su muerte y de la de su madre, Bessy Mariela Portillo Blanco, de 24 años, fue condenado a 60 años de prisión en septiembre anterior.
El asesino era un reconocido pandillero; pandillero como el padre de José Joel, José García Fermán, quien solo resultó lesionado en el ataque.
Asesinatos de niños hay muchos, más de 30 en los primeros seis meses de este año, según registros del IML; una buena parte ha sido perpetrado por pandillas, esas organizaciones criminales que, aparte de librar una cruenta lucha contra sus rivales, también son utilizadas para el sicariato.
“La violencia contra la niñez en El Salvador, ciertamente, es mucho más aguda que en muchos otros países de América Latina y el Caribe. En este momento, la mayoría de niños en este país está viviendo una niñez truncada”, afirmó Gordon Jonathan Lewis, representante de Unicef en El Salvador.
El funcionario ha recalcado que los asesinatos de niños en el país causan secuelas sicológicas graves en sus parientes.
A lo anterior, hay que agregar que, como si fuera un mal por ser pobres, de los casos que El Diario de Hoy investigó, todos, sin excepción, eran niños cuyas familias vivían en condiciones de extrema pobreza, condición que se acrecentó tras los asesinatos, pues los sobrevivientes optaron por desplazarse a otros domicilios, abandonando sus casas y terrenos de cultivos, por temor a que los asesinos regresaran para evitar que colaboraran con la justicia.
http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_completa.asp?idCat=47859&idArt=7440738
No profirieron ni una ofensa porque algunos apenas balbuceaban; no hicieron ningún mal porque también comenzaban apenas a caminar. Lo único que hacían era regalar sonrisas cargadas de inocencia para alegrar, sin pretenderlo, la vida de una familia y de un hogar. Pero eso terminó el día o la noche en que las balas o un machete, en manos de pandilleros, cortó de tajo aquella inocencia, y con ello también provocó otras desgracias humanas como la desintegración familiar o el abandono de padres, hermanos o abuelos.
Eso fue lo que pasó cuando mataron a José Joel García, de 10 meses de nacido; a Cruz Alexander Orellana, de 19 meses; a Hamilton Esaú Guevara, de dos años y medio; a Erick Alexis Ortiz, de dos años y nueve meses; a Gabriel Hércules, de cuatro años; a Adilson Guzmán Ortiz, de seis años; o a Erick García, de siete años (ver en páginas siguientes el drama de sus familiares sobrevivientes a los ataques).
Todos esos infantes fueron asesinados entre 2010 y lo que va de 2012, en Panchimalco, Apopa, Colón y La Unión. Pero aún hay muchos más casos. Los anteriores son solo algunos de los homicidios de niños cometidos por las pandillas, aunque también la violencia intrafamiliar ha puesto su cuota de tristeza en otras familias.
Estadísticas del Instituto de Medicina Legal (IML) indican que solo en el primer semestre de 2012, 30 niños en edades hasta los nueve años fueron asesinados en diversas circunstancias.
El grito de alarma sobre la abultada cifra de asesinatos de niños salvadoreños, sin embargo, recién lo dio el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en El Salvador: 1,494 infanticidios entre 2010 y el primer semestre de 2012.
Miembros de pandillas son responsables de haber asesinado a muchos de estos niños, según presumen las autoridades. Solo en el periodo que señala Unicef, en Panchimalco las maras mataron a tres niños: de 19 meses, de dos años y medio y de seis años. Sin excepción, los tres menores pertenecían a familias en extrema pobreza; una de ellas, la de Adilson Guzmán Ortiz, tal vez era la que en peores condiciones económicas vivía.
En el cantón Los Miranda, cantón Azacualpa, Panchimalco, una casa de bahareque, con piso de tierra y techo de lámina está deshabitada, aunque no vacía, desde aquel 16 de mayo de este año. Junto a Adilson fueron asesinados sus padres, Francisca Ortiz y Miguel Ángel Guzmán. Dicen que fue por enemistades; los ejecutores de la masacre fueron pandilleros armados con escopetas. Una niña de nueve años fue la única que sobrevivió a esa masacre; su drama, como huérfana, es simplemente cruel.
Un caso inverso al de la menor sobreviviente en Panchimalco es el de la joven madre de Erick Edenilson García, de siete años, asesinado el 23 de junio pasado en un microbús de transporte colectivo, junto a su padre, un custodio penitenciario.
Ala joven madre, de no más de 25 años, la violencia le arrebató a su único hijo, a quien había procreado con Santos Ramón García Portillo, quien a su vez dejó huérfanos a otros cuatro niños que había procreado en otro hogar, en Santiago Nonualco.
Erick Edenilson no fue asesinado por casualidad o de forma circunstancial, las balas que lo mataron iban dirigidas hacia él, según reveló un dictamen forense.
Una mezcla de temor con dolor hizo que la madre del niño se encerrara en sí misma por varios meses. Ha sido hasta hace poco que ha comenzado a salir de la casa en la que vive junto a los familiares que la acogieron después de que varios hombres con facha de pandilleros mataran a su primogénito.
Un caso aparte es el de “Quita”, la niña de 12 años originaria de Panchimalco que padeció el crimen de su hermano, Erick Alexis, de dos años y nueve meses. La adolescente prefirió marcharse de su casa, dejando a padres y hermanos, e irse a trabajar cuidando a otros niños de la misma edad que tenía su hermanito asesinado el 29 de octubre de 2011 por varios mareros que ese día iban disparando en persecución de otro hombre.
Sin deseo de justicia ni confianza en ella
La lógica en las madres o abuelas de niños asesinados, sobre sus deseos de que los homicidios de sus niños no queden en la impunidad, está regida por el temor: “No queremos meternos en nada, porque es más el peligro que uno corre y al final ni lo vamos a revivir y los que hicieron eso después pueden venir a matarnos”. Ese es el pensamiento de una mujer de 94 años, bisabuela de José Joel García, de 10 meses, asesinado en el barrio Las Flores, en la ciudad de La Unión, el 10 de enero de este año, quien ignora que por los homicidios de su nieta y su bisnieto hay un pandillero condenado.
Paradójicamente, el asesinato de José Joel es raro, porque es de los pocos, sino el único (de los casos citados en las siguientes páginas) que no ha quedado en la impunidad, pues el responsable de su muerte y de la de su madre, Bessy Mariela Portillo Blanco, de 24 años, fue condenado a 60 años de prisión en septiembre anterior.
El asesino era un reconocido pandillero; pandillero como el padre de José Joel, José García Fermán, quien solo resultó lesionado en el ataque.
Asesinatos de niños hay muchos, más de 30 en los primeros seis meses de este año, según registros del IML; una buena parte ha sido perpetrado por pandillas, esas organizaciones criminales que, aparte de librar una cruenta lucha contra sus rivales, también son utilizadas para el sicariato.
“La violencia contra la niñez en El Salvador, ciertamente, es mucho más aguda que en muchos otros países de América Latina y el Caribe. En este momento, la mayoría de niños en este país está viviendo una niñez truncada”, afirmó Gordon Jonathan Lewis, representante de Unicef en El Salvador.
El funcionario ha recalcado que los asesinatos de niños en el país causan secuelas sicológicas graves en sus parientes.
A lo anterior, hay que agregar que, como si fuera un mal por ser pobres, de los casos que El Diario de Hoy investigó, todos, sin excepción, eran niños cuyas familias vivían en condiciones de extrema pobreza, condición que se acrecentó tras los asesinatos, pues los sobrevivientes optaron por desplazarse a otros domicilios, abandonando sus casas y terrenos de cultivos, por temor a que los asesinos regresaran para evitar que colaboraran con la justicia.
http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_completa.asp?idCat=47859&idArt=7440738
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