Abril-2012 - Rev Topia :"La potencia de la transgresión"
Fragmento del libro Trabajo Vivo, Tomo I - Sexualidad y trabajo- Por - Publicado en Abril 2012
La editorial Topía ha publicado el libro de Cristophe Dejours Trabajo Vivo, Tomo I- Sexualidad y trabajo y Tomo II- Trabajo y emancipación.
Este texto es un fragmento que corresponde al Tomo I. Christophe
Dejours es un psiquiatra y psicoanalista, profesor del Conservatorio
Nacional de Artes y Oficios y director del Laboratorio de Psicología del
Trabajo en Francia. Está especializado en temas laborales y posee una
vasta producción bibliográfica en su país de origen siendo traducidas al
castellano algunas de sus obras, entre ellas, El factor humano (Lumen, 1998), Investigaciones psicoanalíticas sobre el cuerpo (Siglo XXI, 1992), Trabajo y desgaste mental (Hvmanitas, 1990) y La banalización de la injusticia social (Topía, 2006).
Subjetividad según el filósofo y subjetividad según el psicoanalista
Gracias al filósofo llegamos a una definición de la subjetividad de una inmensa importancia para la teoría del trabajo: la subjetividad, nos dice, es la vida fenomenológica absoluta. Pero debemos ser prudentes ante este descubrimiento. Porque podríamos fácilmente caer en una visión angelical del trabajo, como portador de la inmensa promesa del crecimiento de la subjetividad, dado que ofrece la ocasión de movilizar la inteligencia genial de cada uno de nosotros. A la inversa, caeríamos fácilmente en la tentación de creer que sólo las organizaciones del trabajo que por exceso de control traban la ingeniosidad serían responsables de los impasses que el sujeto encuentra cuando aspira a incrementar su subjetividad.
La investigación clínica nos pide más modestia en cuanto a la genialidad de la inteligencia y una menor propensión a denunciar a los malvados patrones tan pronto se rompe la armonía entre el cuerpo y el trabajar. Lo he señalado anteriormente, a propósito del cuerpo erógeno: no abordamos el trabajo con recursos psicológicos y afectivos iguales. Y las relaciones entre el sujeto y el cuerpo erógeno no son en absoluto evidentes. Nuestra capacidad de transformar el sufrimiento en placer por la prueba del trabajo depende antes que nada de nuestra capacidad de reestructurar nuestra relación con nuestro propio cuerpo, de hacerlo apto para integrar lo nuevo que la experiencia subjetiva del trabajo nos hace descubrir acerca de nosotros mismos.
Para decirlo más directamente, la experiencia subjetiva del trabajo nos confronta no solamente con la resistencia del mundo a nuestra voluntad -lo que llamamos lo real del trabajo- sino también con la resistencia de nuestra propia personalidad a evolucionar frente a la experiencia del trabajo -y esta vez se trata de lo real del inconsciente.
Real del mundo y real del inconsciente
En otras palabras, cuando trabajamos tenemos que enfrentar no solamente una resistencia que llega del exterior, sino también a veces una aún más inesperada, que viene del interior de uno mismo. Si la prueba del trabajo es una magnífica ocasión de transformarse a sí mismo, también lo es de dar batalla contra la propia resistencia a transformarse y evolucionar. La subjetividad, quiérase o no, no es sólo la experiencia del regocijo al sentirse evolucionar, a veces también es la de la incapacidad de operar sobre uno mismo. Experimentar lo real del inconsciente es descubrir que a veces el sujeto no es amo en su morada, así como no lo es en el mundo. Creo poder afirmar que en general lo real del trabajo hace brotar, casi inevitablemente, en su estela, lo real del inconsciente.
Aunque conocía perfectamente el funcionamiento de su avión, un piloto de caza muy experimentado se estrelló contra un relieve rocoso, arrastrando detrás suyo a otros tres aviones que volaban en estrecha formación bajo su mando. El examen de las cajas negras y de los restos de los aviones mostró que no hubo falla de material alguna que pudiera explicar el accidente. Errores de ese tipo, llamados errores humanos, existen de hecho, y ningún trabajador puede evitar, a lo largo de una vida de trabajo, cometer errores cargados de consecuencias. Esos errores son una de las formas a través de las cuales la resistencia del inconsciente se da a conocer al que trabaja. Trabajar es también, quiérase o no, confrontarse consigo mismo, en la desagradable forma del desfallecimiento, de la pérdida de control, del error o la equivocación, o incluso del acto fallido, como en la trágica historia de esta escuadrilla de cazas. A menudo, al no hacer el impasse sobre la experiencia de los propios yerros, uno se ve llevado a situaciones escabrosas desde el punto de vista psicopatológico. Frente a resultados insuficientes en relación al contrato por objetivos (debidamente firmado, sin embargo, por él mismo), criticado, acusado o sancionado por sus jefes por insuficiencia o incompetencia, al sujeto a menudo le sucede que, en su fuero interior, se quede paralizado por la perplejidad y la duda: sus magros resultados ¿son causados por la definición de objetivos exorbitantes por parte de sus jefes, o por su propia ineptitud?
Admitamos que no siempre es fácil discriminar entre la resistencia que oponen a la voluntad de llevar a cabo una tarea respectivamente lo real del trabajo y lo real del inconsciente. O, por decirlo de otra manera, no siempre es fácil saber si la resistencia a la maestría técnica laboral resulta de que dicha tarea es imposible o de que yo soy un incapaz.
Trabajar es por lo tanto hacer frente a la resistencia de lo real material.
Trabajar es también hacer frente a la resistencia del inconsciente.
Pero eso no es todo. Trabajar es además toparse con las relaciones sociales y la dominación, porque el trabajo no se despliega solamente en el mundo objetivo y en el mundo subjetivo, también lo hace en el mundo social.
Las relaciones sociales de trabajo son siempre relaciones sociales de género que tienen en su centro la dominación de las mujeres por parte de los hombres. En la concepción a la que adscribo, las relaciones de género tienen principalmente como objetivo la dominación del trabajo que producen las mujeres: no solamente el de producción, sino también y conjuntamente el trabajo doméstico.
Se puede demostrar por medio de la investigación clínica que la virilidad es construida en relación con el trabajo y sobre todo para el trabajo. El trabajo, en efecto, hace sufrir, como lo hemos visto con la experiencia de lo real y del fracaso. Pero esa no es sino una forma general de lo real del trabajo. Hay muchas situaciones de trabajo en las que lo real se da esencialmente a conocer bajo la forma del riesgo: riesgo de percance, de accidente, de enfermedad, de mutilación, de muerte..., como sucede en la construcción y las obras públicas, la química, lo nuclear, la policía, la aviación, las fuerzas armadas, etc. Soportar el trabajo, aguantar el sufrimiento, que adopta aquí la forma del miedo, implica diseñar estrategias de defensa contra el miedo, las que son construidas colectivamente por los trabajadores. Se las designa con el nombre de estrategias colectivas de defensa. Consisten en invertir la relación subjetiva con el peligro por medio de una serie de conductas paradojales: uno demuestra que no tiene miedo exhibiendo su capacidad de hacer frente a pruebas especialmente peligrosas. “Se sobreactúa” frente a los riesgos. El colectivo impone pruebas a cada uno de sus miembros: carrera de obstáculos en la construcción, juegos olímpicos en el sector químico, manteos entre los cirujanos o lo ingenieros y ejecutivos principiantes.
Ahora bien, todas esas pruebas colectivas que exaltan el coraje ponen en escena a la virilidad misma: ausencia de miedo, indiferencia ante el sufrimiento, invulnerabilidad... Es hombre aquel que puede no solamente aguantar el sufrimiento sino también infligirlo a otros (manteos, por ejemplo). De las investigaciones clínicas surge que casi todas las estrategias colectivas de defensa están estampilladas por la virilidad. Esa virilidad es por lo tanto esencialmente de defensa contra el miedo. Ahora bien: ciertamente es de defensa, pero estructura al mundo entero del trabajo. Lo cual, a las mujeres que quieran acceder a las tareas calificadas y hacer carrera, les impone afrontar ámbitos que, al ser celosamente custodiados por los hombres, están estructurados por la virilidad. Ser admitidas en un colectivo de trabajo viril supone por consiguiente que esas mujeres deban recurrir a engaños respecto de la virilidad, lo cual no es tan fácil, en la medida en que con frecuencia se ven por ello desgarradas entre su identidad sexual de mujer y la virilidad a la que deben atenerse so pena de ser excluidas, a menudo sin miramientos, por los hombres del colectivo, pasando por múltiples humillaciones.
Cuando se considera lo que implica el trabajo, a saber: la confrontación con lo real de la tarea, lo real del inconsciente y lo real de las relaciones de género, se puede calibrar lo que representa el trabajo en tanto puesta a prueba de la subjetividad, sin omitir que al final de esta prueba espera una importante sanción, ya sea en términos de autorrealización y de construcción de identidad (o incluso de conquista de la salud), o por el contrario en términos de patología mental.
He aquí un fragmento de cura analítica que permitirá hacerse una idea de lo que el trabajo de producción implica como trabajo de la subjetividad sobre sí misma y lo que para el psicoanálisis significa tomar en cuenta al trabajo y al género.
Fragmento clínico
Se trata de una mujer que desde hace unos veinte años dirige una empresa, que ella misma ha creado, de fabricación de cerámicos. Ella conoce todos los oficios de sus asalariados por haberlos practicado antes a todos. Dotada de un “sentido comercial” excepcional, gozando de una sólida reputación en su medio profesional, logra una considerable expansión de su empresa. Pero progresivamente el mercado se contrae, un fuerte proceso de concentración reestructura profundamente la rama de actividad, la mayoría de las empresas competidoras son compradas por multinacionales. A pesar de que sus pares la admiran por su volumen de ventas en constante aumento a pesar de la coyuntura, ella sabe que su empresa va a venirse abajo. La competencia es dura, los precios de venta bajan, el endeudamiento de la empresa aumenta. Esta mujer experimenta dolorosamente la resistencia de lo real, en este caso la fuerza de una competencia que toda su habilidad no consigue vencer. Se deprime, lo que es fácil de comprender, al ver perdida su obra y sobre todo llegar el momento de contratar un plan social al que no logra decidirse, debido a los lazos personales que la unen a sus asalariados.
El análisis revela que ella mantiene una relación ambivalente con el dinero. Gracias a su empresa, de hecho, gana mucha plata. Pero nunca saca provecho de ella. Los que se benefician son otros, incluyendo a sus empleados. Ella puede ganar dinero, pero no consigue ni gastarlo para ella ni conservarlo. Acumular dinero y enriquecerse iría en contra de los principios en los cuales ha sido educada. Y resulta, a fin de cuentas, que frecuentemente realiza rebajas indebidas en los presupuestos que pasa a sus clientes, sin que hasta entonces haya tomado consciencia alguna de ello. Tener éxito en todos los terrenos de su vida profesional sería aceptable, pero a condición de que no se note. Una gran discreción y una verdadera modestia disimulan ante los otros, en particular sus allegados, los muchos talentos de los que hace prueba en todas las circunstancias tanto de su vida profesional como privada. Si todas las dificultades con las que se topa son finalmente superadas es como por suerte de encantamiento, y si tiene éxito, es como si fuera gracias a su encanto y no por la fuerza de trabajo fuera de lo común que despliega.
Nos encontramos aquí ante una configuración bastante cercana a lo que había descrito Joan Rivière en su famoso artículo acerca de la “femineidad-mascarada”[1]. La paciente bien puede ser genial, pero sin que se note[2].
Mostrar lo que realmente hace la pondría en situación de amenazar la imagen y el incontestable prestigio de su padre. Pero a través de ese padre también se hace presente el género masculino, la virilidad. Detrás del padre está el hombre, el varón y la virilidad como categoría social, es decir el género. Vayamos a fondo: mostrar lo que efectivamente hace sería para ella, inconscientemente, comportarse como un hombre. Aparecen síntomas en el registro de la identidad sexual en relación con el conflicto que a menudo se encuentra en la clínica del trabajo entre autorrealización por medio del trabajo por una parte e identidad sexual femenina por la otra, y que, tras las teorizaciones propuestas por Danièle Kergoat y Helena Hirata en términos de “riesgos de virilización”[3] asociados a los progresos en calificación y jerarquía, he intentado ilustrar clínicamente[4].
(...) http://www.topia.com.ar/articulos/del-trabajo-subjetividad
Me cuenta que debe armar un catálogo de cerámica para Japón. Hace venir un diseñador. Éste le pide un monto exorbitante: treinta mil euros. Ella le responde que sólo le va a pagar siete mil quinientos, y que quiere los primeros bocetos para fin de mes. El diseñador acepta sin chistar. Jamás, dice ella, hubiera sido capaz de hace eso hace un año (época del primer fragmento). Además, agrega, ha “vuelto a poner las cosas en su lugar” con otros proveedores y clientes.
(...) http://www.topia.com.ar/articulos/del-trabajo-subjetividad
Lo que hasta entonces se atribuía sin discusión a una resistencia de lo real del mundo, a saber: la confiscación del mercado por parte de las multinacionales, se revela a fin de cuentas asociado también a una resistencia de lo real de su inconsciente.
Realizarse en el campo social, para esta mujer, implica ponerse a prueba en tanto mujer, con toda la complejidad de los vínculos entre sexo y género, a los que debe reestructurar en profundidad. Aprovechar lo que la prueba del trabajo puede ofrecer en cuanto incremento de la subjetividad, requiere la perlaboración de la resistencia psíquica de esta mujer a la reestructuración de sus relaciones amorosas y filiales, pero además implica, lo que no puedo desarrollar aquí, la reorganización de su cuerpo erógeno, en particular de todo lo que concierne a la sexualidad anal que interfiere con el placer y las defensas contra el placer de manejar el dinero.
Si he presentado sumariamente este fragmento, es para mostrar cómo, en una relación de servicio, la subjetividad, hasta en sus vínculos con el inconsciente, está sometida a la prueba del trabajo. Trabajar no es sólo hacer frente a la resistencia de los clientes, es también enfrentarse a la resistencia del inconsciente, del apego al padre y de la dificultad que representa para la identidad y la salud mental el negociar con el género, es decir enfrentar la resistencia que la personalidad misma opone al cambio subjetivo implicado en el reconocimiento y la apropiación de su habilidad profesional. La autorrealización por medio del trabajo no sólo se enfrenta a las coacciones deletéreas del trabajo, sino a la resistencia propia de la personalidad a sacar provecho del incremento de la subjetividad. Para superar las dificultades que encuentra en su trabajo y salvar a su empresa, esta mujer debe modificar profundamente su relación con el dinero. Para ello debe reestructurar hasta la arquitectura de su cuerpo erógeno y la organización de su sexualidad. Se enfrenta en ese caso a nuevas dificultades: las que estaban en juego en relación con asumir el liderazgo de la empresa y con las incertidumbres del mercado ahora provocan importantes conflictos conyugales, de manera similar a lo que Danièle Kergoat[5] ha descrito respecto a las obreras y las técnicas.
Finalmente, después de algunos amagos de divorcio, la pareja se recompone. Ahora es el marido, oficial de la policía nacional, quien lava la ropa y prepara la comida. Desde el punto de vista sociológico las relaciones de dominación en el trabajo han producido un movimiento en la dominación de género en el espacio privado. El trabajo produce consecuencias muy hondas sobre la subjetividad de quien trabaja, pero implica de facto a los demás miembros de la familia y -quiérase o no-, a la economía conyugal entera.
Aunque estos extractos clínicos sugieran la profundidad de los trastornos provocados en la organización psíquica por el vínculo subjetivo con el trabajo, no son más que extractos. Es decir que sólo dan un atisbo de la complejidad de los procesos intra-subjetivos que pone en movimiento el encuentro con el “trabajar”.
Quiero destacar dos cuestiones que me parecen cruciales para intentar una caracterización de la subjetividad en su relación con el trabajo:
- La primera concierne a la forma concreta en que el cuerpo está implicado en el proceso de familiarización y de asimilación del vínculo subjetivo con el “trabajar”. Se observa que la subjetivación del trabajo puede a veces ser ocasión de una puesta a prueba de la subjetividad que desemboca en un crecimiento de la misma, así cómo del poder de habitar el propio cuerpo y de experimentar la vida en uno mismo. Es de hecho así como el trabajo constituye una segunda oportunidad para la construcción del cuerpo erógeno y puede permitir a veces, más allá aún, reestructurar en profundidad los fundamentos de la subjetividad. Se trata del trabajo como mediador de la construcción de la salud mental.
- La segunda concierne al lugar del sueño (ver (..,) http://www.topia.com.ar/articulos/del-trabajo-subjetividad. Estos fragmentos no son excepcionales ni anecdóticos. Al contrario, son muchos los argumentos que convergen para sostener la idea de que el sueño no es solamente el testigo contingente de la forma en que la subjetividad es solicitada por la relación con lo real del trabajo. Me atrevo a decir incluso que es siempre a través del sueño que se efectúa el verdadero trabajo de reorganización del aparato psíquico y del cuerpo erógeno que resulta de la confrontación con lo real de la actividad.
Poiesis y Arbeit
Pero en esto es necesario prestar atención al significado del término trabajo. Me sirvo aquí de las discusiones con Elisabeth Klein respecto de su tesis[6] sobre los conceptos de trabajo y de renuncia en la metapsicología. El trabajo contenido en los sueños en cuestión no es el trabajo de producción propiamente dicho. No es poiesis, es decir actividad de producción orientada hacia el mundo. Este trabajo es un trabajo intrasubjetivo o intrapsíquico, de uno sobre uno mismo. A ese trabajo, Freud le dio el nombre de “Traumarbeit”, trabajo del sueño. (A decir verdad, para ser rigurosos habría que introducir aquí algunos matices. Como lo ha mostrado Laplanche, Freud considera que el sueño, justamente, no produce nada más que el sueño mismo. En particular no produce transformación del que sueña. Se puede, para más precisiones, consultar el debate con Laplanche respecto de lo que en otro lado sostengo acerca de la “perlaboración por el sueño”[7]. Pero si bien Freud afirma esa postura tanto en la Traumdeutung (1900) (La interpretación de los sueños) como en Über den Traum (1901) (“Sobre el sueño”), muchos otros pasajes de su obra muestran que sabía reconocer perfectamente el poder del sueño de metabolizar y traducir los pensamientos, puestos en latencia durante el día para ser posteriormente “trabajados” por el sueño durante la noche). Ese trabajo de la subjetividad sobre sí misma es efectivamente una prolongación del trabajo-poiesis, y esa ampliación es necesaria para adquirir una habilidad, es decir para acceder a la apropiación carnal de una técnica, o incluso al conocimiento “por el cuerpo” de una pericia técnica. En el caso aquí presentado se trata de lo que podríamos designar con el nombre de “tacto comercial”. Para denominar a ese trabajo psíquico, propongo conservar el término freudiano de Arbeit. En la literatura psicoanalítica francesa, los artículos referidos a la noción freudiana de trabajo son escasos. En un artículo de 1975, François Lévy[8] concluye que en metapsicología no se debe conceptualizar la noción de trabajo, porque su uso es polisémico, porque se lo vuelve a encontrar por todas partes en el texto freudiano y porque hay que conservarle su carácter indeterminado. Annie Birraux, por su lado, ha consagrado al análisis de la noción de trabajo un artículo que llega por el contrario a la conclusión de que esa noción merece de hecho ser acotada y delimitada[9]. Su exégesis asimila además poiesis y Arbeit en un concepto sintético, donde, gracias a la clínica del trabajo, se hace posible, me parece, mostrar, después de ella, lo interesante de una distinción analítica.
El término Arbeit figura en la metapsicología freudiana bajo muchas formas, como lo hemos visto en el capítulo II: además del trabajo del sueño, está el trabajo de duelo (Trauerarbeit), el trabajo de represión (Verdrängunsarbeit), el trabajo de condensación (Verdichtungsarbeit), el trabajo de cultura (Kulturarbeit), la perlaboración (Durcharbeit), que hemos tenido ocasión de citar varias veces.
Donde Freud ha explicitado sin duda mejor el concepto de trabajo, es respecto del trabajo del sueño, al que tomaremos como modelo mismo de trabajo-Arbeit, es decir de perlaboración de la experiencia del inconsciente, tanto en el proceso de la cura analítica como en el proceso de reestructuración de la subjetividad que implica la apropiación de la experiencia del trabajo ordinario.
La subjetivación de la relación con la materia o el objeto técnico, y la reapropiación de esa experiencia pática en términos de crecimiento de la subjetividad, pasan por dos fases:
- el trabajo-poiesis y el trabajo-Arbeit que se alternan, perfeccionándose el uno al otro o, para retomar una imagen deportiva, convirtiendo el try[10] de la fase precedente como se convierte un try en el rugby;
- claro está que la mayoría de los hombres y mujeres que trabajan no se psicoanaliza. Es fácil en cambio darse cuenta de que todos los que se implican auténticamente en su trabajo tienen sueños profesionales. Que esos sueños no se beneficien de un esclarecimiento psicoanalítico no les impide realizar el mismo trabajo-Arbeit que he intentado evocar con estos fragmentos clínicos. Un trabajo-Arbeit que pone en juego la reorganización del cuerpo erógeno. Nada menos. Es decir que a través del trabajo-Arbeit, el trabajo-poiesis convoca a la sexualidad, a la que impulsa a evolucionar.
Es el concepto de Arbeit el que constituye el eslabón intermedio que une a las dos “centralidades”: centralidad del trabajo (poiesis), centralidad de la sexualidad, para asociarlas irreductiblemente en una doble centralidad. Los sueños profesionales no son sólo sueños traumáticos. De nuestro trabajo lo soñamos todo, y el sueño es el mediador a través del cual la experiencia del trabajo se inscribe en la subjetividad y la transforma.
Intrasubjetividad y compasión
Es en la estricta medida de mi capacidad de intuir o de reconocer plenamente la sutileza de los procesos intra-subjetivos que moviliza en mí mi relación con el trabajo, que puedo imaginar procesos semejantes en los colegas que pretenden hacer un trabajo de calidad. Pero, en situación ordinaria, no puedo ir más allá de esa imaginación compasional, ya que para ello sería necesario pasar por el trabajo-Arbeit del psicoanálisis propiamente dicho. Sin embargo, a condición de conocer el trabajo-Arbeit que en mí se desarrolla en respuesta al trabajo-poiesis, puedo adoptar una actitud de respeto respecto de los demás. Rozamos aquí la ética del trabajo, si acaso la ética es la preocupación que consiste en buscar las vías para reconocer y honrar la vida en uno mismo y en los otros.
Relación subjetiva con el trabajo y cuerpopriación del mundo
La obra, es decir la equiparación del trabajo de un ser humano con su vida, es la condición de la subjetivación del mundo. El “instrumento” no es originariamente sino la prolongación del cuerpo subjetivo inmanente, y así como una parte del cuerpo [orgánico] mismo, a saber, lo que cede ante el esfuerzo y se da como tal y sólo de esta manera. […] Es por eso que el instrumento es separado de la naturaleza para ser librado a la iniciativa del cuerpo y puesto a su disposición.
A esta apropiación y esta cuerpopriación originarias entre el cuerpo y la tierra, Michel Henry propone designarlas con el nombre de “cuerpopriación del mundo”:
Transformamos al mundo, la historia de la humanidad no es sino la historia de esa transformación, al punto que es imposible contemplar un paisaje sin ver en él el efecto de una cierta praxis. Pero la transformación del mundo no es más que la aplicación y la actualización de la cuerpopriación que hace de nosotros los habitantes de la tierra en tanto que sus propietarios. […]
Mientras coincida con la praxis individual espontánea, la tekhné no es sino la expresión de la vida, el ejercicio del poder del cuerpo subjetivo y así una de las formas primeras de la cultura. […]
No se puede dejar del todo a un lado, es cierto, a las capacidades del individuo en el trabajo, y en primer lugar a sus capacidades corporales, y eso por cuanto la cuerpopriación sigue siendo el fundamento oculto pero necesario de la transformación del mundo, en la era de la técnica tanto como en cualquier otra[11].
Al admitir, gracias a la prueba del trabajo, la cuerpopriación del mundo, que a un mismo tiempo nos da a conocer ese mundo y a cada uno de nosotros le revela la vida en sí mismo, podemos participar del reencantamiento del mundo.
Desconocer, negar o rechazar la relación entre subjetividad y trabajo, es deshabitar el mundo y condenarlo al desencanto: para la ideología que, en nombre de la ciencia y de la objetividad elimina la subjetividad de la relación con el trabajo y la condena a la expulsión, la naturaleza que se nos atribuye es una naturaleza muerta, en la que reina la desolación.
Si el fin último de toda acción política es el de reencantar al mundo, es decir hacerlo de nuevo habitable para el ser humano, nuestro objetivo principal es claro: reconocer antes que nada lo que mi trabajo le debe a mi subjetividad, reconocer luego lo que el trabajo de los demás le debe a la subjetividad de cada uno y de todos.
Trabajo, cuerpo y sublimación
La prueba que para el cuerpo y la subjetividad constituye la confrontación con lo real de la tarea, está potencialmente llena de beneficios subjetivos para el individuo.
Pero el trabajo no es sólo confrontación con lo real de la tarea, es también enfrentamiento con lo real del inconsciente. El trabajo como poiesis engendra una exigencia de trabajo -Arbeit- para el psiquismo, una exigencia de trabajo sobre sí misma impuesta a la subjetividad. Aquí la sublimación sigue un camino más complicado que en los hallazgos de la inteligencia. Es como si fuera el trabajo el que, yendo primero al encuentro del inconsciente, exigiera secundariamente un reordenamiento del aparato del alma, y más específicamente de las relaciones entre el ello y el yo, o entre el inconsciente y el preconsciente, pero esta vez por la vía de una perlaboración (Durcharbeitung) que es producción pura de subjetividad. El trabajo funciona aquí como un posible catalizador del proceso designado por la fórmula freudiana: "Wo Es war soll Ich werden.”
El trabajo a veces se revela, lo confirma la clínica, como un poderoso medio para llevarse bien con el propio cuerpo y, más allá, de querer a su cuerpo en tanto él es la condición inmanente por la cual la vida se experimenta en uno y goza de sí. El amor de sí mismo en el trabajo es amor de su propio cuerpo, y de esta manera el trabajo es una posible vía hacia el narcisismo.
Sin duda es esta posible contribución al narcisismo de la prueba del trabajo lo que inscribe a ésta última en el registro de la sublimación, en el sentido amplio del término, es decir de lo que designaremos con la fórmula de “sublimación ordinaria” (ver tomo II).
Pero la prueba del trabajo es a veces ocasión para experimentar una continuidad entre la pericia individual, viva y subjetiva, y la cultura: otra dimensión esencial de la sublimación, más allá de la dimensión narcisística evocada anteriormente. Se abre aquí el campo de lo que designaremos con la expresión: "sublimación extraordinaria”. La perlaboración de la experiencia del “trabajar” permite entonces vislumbrar a lo lejos lo que Freud sugiere bajo el nombre de “trabajo de cultura”. Durcharbeiten y Kulturarbeit designan dos dimensiones que podrían intentar articularse. Pero la sinergia entre Durcharbeiten y Kulturarbeit no cae de su peso. Por el contrario, supone condiciones muy específicas, que desbordan los límites del proceso estrictamente individual. Es tributaria de un cierto régimen de comunicación en el registro social y político.
El análisis de las condiciones sociales y políticas de la sublimación implica la explicitación de las dimensiones colectivas del “trabajar” que no pueden ser deducidas de la dimensión individual del trabajo, porque movilizan facultades que no se pueden formar sin confrontación con lo colectivo. A ese análisis se dedicará el segundo tomo de este libro: Trabajo y emancipación.
Subjetividad según el filósofo y subjetividad según el psicoanalista
Gracias al filósofo llegamos a una definición de la subjetividad de una inmensa importancia para la teoría del trabajo: la subjetividad, nos dice, es la vida fenomenológica absoluta. Pero debemos ser prudentes ante este descubrimiento. Porque podríamos fácilmente caer en una visión angelical del trabajo, como portador de la inmensa promesa del crecimiento de la subjetividad, dado que ofrece la ocasión de movilizar la inteligencia genial de cada uno de nosotros. A la inversa, caeríamos fácilmente en la tentación de creer que sólo las organizaciones del trabajo que por exceso de control traban la ingeniosidad serían responsables de los impasses que el sujeto encuentra cuando aspira a incrementar su subjetividad.
La investigación clínica nos pide más modestia en cuanto a la genialidad de la inteligencia y una menor propensión a denunciar a los malvados patrones tan pronto se rompe la armonía entre el cuerpo y el trabajar. Lo he señalado anteriormente, a propósito del cuerpo erógeno: no abordamos el trabajo con recursos psicológicos y afectivos iguales. Y las relaciones entre el sujeto y el cuerpo erógeno no son en absoluto evidentes. Nuestra capacidad de transformar el sufrimiento en placer por la prueba del trabajo depende antes que nada de nuestra capacidad de reestructurar nuestra relación con nuestro propio cuerpo, de hacerlo apto para integrar lo nuevo que la experiencia subjetiva del trabajo nos hace descubrir acerca de nosotros mismos.
Para decirlo más directamente, la experiencia subjetiva del trabajo nos confronta no solamente con la resistencia del mundo a nuestra voluntad -lo que llamamos lo real del trabajo- sino también con la resistencia de nuestra propia personalidad a evolucionar frente a la experiencia del trabajo -y esta vez se trata de lo real del inconsciente.
Real del mundo y real del inconsciente
En otras palabras, cuando trabajamos tenemos que enfrentar no solamente una resistencia que llega del exterior, sino también a veces una aún más inesperada, que viene del interior de uno mismo. Si la prueba del trabajo es una magnífica ocasión de transformarse a sí mismo, también lo es de dar batalla contra la propia resistencia a transformarse y evolucionar. La subjetividad, quiérase o no, no es sólo la experiencia del regocijo al sentirse evolucionar, a veces también es la de la incapacidad de operar sobre uno mismo. Experimentar lo real del inconsciente es descubrir que a veces el sujeto no es amo en su morada, así como no lo es en el mundo. Creo poder afirmar que en general lo real del trabajo hace brotar, casi inevitablemente, en su estela, lo real del inconsciente.
Aunque conocía perfectamente el funcionamiento de su avión, un piloto de caza muy experimentado se estrelló contra un relieve rocoso, arrastrando detrás suyo a otros tres aviones que volaban en estrecha formación bajo su mando. El examen de las cajas negras y de los restos de los aviones mostró que no hubo falla de material alguna que pudiera explicar el accidente. Errores de ese tipo, llamados errores humanos, existen de hecho, y ningún trabajador puede evitar, a lo largo de una vida de trabajo, cometer errores cargados de consecuencias. Esos errores son una de las formas a través de las cuales la resistencia del inconsciente se da a conocer al que trabaja. Trabajar es también, quiérase o no, confrontarse consigo mismo, en la desagradable forma del desfallecimiento, de la pérdida de control, del error o la equivocación, o incluso del acto fallido, como en la trágica historia de esta escuadrilla de cazas. A menudo, al no hacer el impasse sobre la experiencia de los propios yerros, uno se ve llevado a situaciones escabrosas desde el punto de vista psicopatológico. Frente a resultados insuficientes en relación al contrato por objetivos (debidamente firmado, sin embargo, por él mismo), criticado, acusado o sancionado por sus jefes por insuficiencia o incompetencia, al sujeto a menudo le sucede que, en su fuero interior, se quede paralizado por la perplejidad y la duda: sus magros resultados ¿son causados por la definición de objetivos exorbitantes por parte de sus jefes, o por su propia ineptitud?
Admitamos que no siempre es fácil discriminar entre la resistencia que oponen a la voluntad de llevar a cabo una tarea respectivamente lo real del trabajo y lo real del inconsciente. O, por decirlo de otra manera, no siempre es fácil saber si la resistencia a la maestría técnica laboral resulta de que dicha tarea es imposible o de que yo soy un incapaz.
Trabajar es por lo tanto hacer frente a la resistencia de lo real material.
Trabajar es también hacer frente a la resistencia del inconsciente.
Pero eso no es todo. Trabajar es además toparse con las relaciones sociales y la dominación, porque el trabajo no se despliega solamente en el mundo objetivo y en el mundo subjetivo, también lo hace en el mundo social.
Las relaciones sociales de trabajo son siempre relaciones sociales de género que tienen en su centro la dominación de las mujeres por parte de los hombres. En la concepción a la que adscribo, las relaciones de género tienen principalmente como objetivo la dominación del trabajo que producen las mujeres: no solamente el de producción, sino también y conjuntamente el trabajo doméstico.
Se puede demostrar por medio de la investigación clínica que la virilidad es construida en relación con el trabajo y sobre todo para el trabajo. El trabajo, en efecto, hace sufrir, como lo hemos visto con la experiencia de lo real y del fracaso. Pero esa no es sino una forma general de lo real del trabajo. Hay muchas situaciones de trabajo en las que lo real se da esencialmente a conocer bajo la forma del riesgo: riesgo de percance, de accidente, de enfermedad, de mutilación, de muerte..., como sucede en la construcción y las obras públicas, la química, lo nuclear, la policía, la aviación, las fuerzas armadas, etc. Soportar el trabajo, aguantar el sufrimiento, que adopta aquí la forma del miedo, implica diseñar estrategias de defensa contra el miedo, las que son construidas colectivamente por los trabajadores. Se las designa con el nombre de estrategias colectivas de defensa. Consisten en invertir la relación subjetiva con el peligro por medio de una serie de conductas paradojales: uno demuestra que no tiene miedo exhibiendo su capacidad de hacer frente a pruebas especialmente peligrosas. “Se sobreactúa” frente a los riesgos. El colectivo impone pruebas a cada uno de sus miembros: carrera de obstáculos en la construcción, juegos olímpicos en el sector químico, manteos entre los cirujanos o lo ingenieros y ejecutivos principiantes.
Ahora bien, todas esas pruebas colectivas que exaltan el coraje ponen en escena a la virilidad misma: ausencia de miedo, indiferencia ante el sufrimiento, invulnerabilidad... Es hombre aquel que puede no solamente aguantar el sufrimiento sino también infligirlo a otros (manteos, por ejemplo). De las investigaciones clínicas surge que casi todas las estrategias colectivas de defensa están estampilladas por la virilidad. Esa virilidad es por lo tanto esencialmente de defensa contra el miedo. Ahora bien: ciertamente es de defensa, pero estructura al mundo entero del trabajo. Lo cual, a las mujeres que quieran acceder a las tareas calificadas y hacer carrera, les impone afrontar ámbitos que, al ser celosamente custodiados por los hombres, están estructurados por la virilidad. Ser admitidas en un colectivo de trabajo viril supone por consiguiente que esas mujeres deban recurrir a engaños respecto de la virilidad, lo cual no es tan fácil, en la medida en que con frecuencia se ven por ello desgarradas entre su identidad sexual de mujer y la virilidad a la que deben atenerse so pena de ser excluidas, a menudo sin miramientos, por los hombres del colectivo, pasando por múltiples humillaciones.
Cuando se considera lo que implica el trabajo, a saber: la confrontación con lo real de la tarea, lo real del inconsciente y lo real de las relaciones de género, se puede calibrar lo que representa el trabajo en tanto puesta a prueba de la subjetividad, sin omitir que al final de esta prueba espera una importante sanción, ya sea en términos de autorrealización y de construcción de identidad (o incluso de conquista de la salud), o por el contrario en términos de patología mental.
He aquí un fragmento de cura analítica que permitirá hacerse una idea de lo que el trabajo de producción implica como trabajo de la subjetividad sobre sí misma y lo que para el psicoanálisis significa tomar en cuenta al trabajo y al género.
Fragmento clínico
Se trata de una mujer que desde hace unos veinte años dirige una empresa, que ella misma ha creado, de fabricación de cerámicos. Ella conoce todos los oficios de sus asalariados por haberlos practicado antes a todos. Dotada de un “sentido comercial” excepcional, gozando de una sólida reputación en su medio profesional, logra una considerable expansión de su empresa. Pero progresivamente el mercado se contrae, un fuerte proceso de concentración reestructura profundamente la rama de actividad, la mayoría de las empresas competidoras son compradas por multinacionales. A pesar de que sus pares la admiran por su volumen de ventas en constante aumento a pesar de la coyuntura, ella sabe que su empresa va a venirse abajo. La competencia es dura, los precios de venta bajan, el endeudamiento de la empresa aumenta. Esta mujer experimenta dolorosamente la resistencia de lo real, en este caso la fuerza de una competencia que toda su habilidad no consigue vencer. Se deprime, lo que es fácil de comprender, al ver perdida su obra y sobre todo llegar el momento de contratar un plan social al que no logra decidirse, debido a los lazos personales que la unen a sus asalariados.
El análisis revela que ella mantiene una relación ambivalente con el dinero. Gracias a su empresa, de hecho, gana mucha plata. Pero nunca saca provecho de ella. Los que se benefician son otros, incluyendo a sus empleados. Ella puede ganar dinero, pero no consigue ni gastarlo para ella ni conservarlo. Acumular dinero y enriquecerse iría en contra de los principios en los cuales ha sido educada. Y resulta, a fin de cuentas, que frecuentemente realiza rebajas indebidas en los presupuestos que pasa a sus clientes, sin que hasta entonces haya tomado consciencia alguna de ello. Tener éxito en todos los terrenos de su vida profesional sería aceptable, pero a condición de que no se note. Una gran discreción y una verdadera modestia disimulan ante los otros, en particular sus allegados, los muchos talentos de los que hace prueba en todas las circunstancias tanto de su vida profesional como privada. Si todas las dificultades con las que se topa son finalmente superadas es como por suerte de encantamiento, y si tiene éxito, es como si fuera gracias a su encanto y no por la fuerza de trabajo fuera de lo común que despliega.
Nos encontramos aquí ante una configuración bastante cercana a lo que había descrito Joan Rivière en su famoso artículo acerca de la “femineidad-mascarada”[1]. La paciente bien puede ser genial, pero sin que se note[2].
Mostrar lo que realmente hace la pondría en situación de amenazar la imagen y el incontestable prestigio de su padre. Pero a través de ese padre también se hace presente el género masculino, la virilidad. Detrás del padre está el hombre, el varón y la virilidad como categoría social, es decir el género. Vayamos a fondo: mostrar lo que efectivamente hace sería para ella, inconscientemente, comportarse como un hombre. Aparecen síntomas en el registro de la identidad sexual en relación con el conflicto que a menudo se encuentra en la clínica del trabajo entre autorrealización por medio del trabajo por una parte e identidad sexual femenina por la otra, y que, tras las teorizaciones propuestas por Danièle Kergoat y Helena Hirata en términos de “riesgos de virilización”[3] asociados a los progresos en calificación y jerarquía, he intentado ilustrar clínicamente[4].
(...) http://www.topia.com.ar/articulos/del-trabajo-subjetividad
Me cuenta que debe armar un catálogo de cerámica para Japón. Hace venir un diseñador. Éste le pide un monto exorbitante: treinta mil euros. Ella le responde que sólo le va a pagar siete mil quinientos, y que quiere los primeros bocetos para fin de mes. El diseñador acepta sin chistar. Jamás, dice ella, hubiera sido capaz de hace eso hace un año (época del primer fragmento). Además, agrega, ha “vuelto a poner las cosas en su lugar” con otros proveedores y clientes.
(...) http://www.topia.com.ar/articulos/del-trabajo-subjetividad
Lo que hasta entonces se atribuía sin discusión a una resistencia de lo real del mundo, a saber: la confiscación del mercado por parte de las multinacionales, se revela a fin de cuentas asociado también a una resistencia de lo real de su inconsciente.
Realizarse en el campo social, para esta mujer, implica ponerse a prueba en tanto mujer, con toda la complejidad de los vínculos entre sexo y género, a los que debe reestructurar en profundidad. Aprovechar lo que la prueba del trabajo puede ofrecer en cuanto incremento de la subjetividad, requiere la perlaboración de la resistencia psíquica de esta mujer a la reestructuración de sus relaciones amorosas y filiales, pero además implica, lo que no puedo desarrollar aquí, la reorganización de su cuerpo erógeno, en particular de todo lo que concierne a la sexualidad anal que interfiere con el placer y las defensas contra el placer de manejar el dinero.
Si he presentado sumariamente este fragmento, es para mostrar cómo, en una relación de servicio, la subjetividad, hasta en sus vínculos con el inconsciente, está sometida a la prueba del trabajo. Trabajar no es sólo hacer frente a la resistencia de los clientes, es también enfrentarse a la resistencia del inconsciente, del apego al padre y de la dificultad que representa para la identidad y la salud mental el negociar con el género, es decir enfrentar la resistencia que la personalidad misma opone al cambio subjetivo implicado en el reconocimiento y la apropiación de su habilidad profesional. La autorrealización por medio del trabajo no sólo se enfrenta a las coacciones deletéreas del trabajo, sino a la resistencia propia de la personalidad a sacar provecho del incremento de la subjetividad. Para superar las dificultades que encuentra en su trabajo y salvar a su empresa, esta mujer debe modificar profundamente su relación con el dinero. Para ello debe reestructurar hasta la arquitectura de su cuerpo erógeno y la organización de su sexualidad. Se enfrenta en ese caso a nuevas dificultades: las que estaban en juego en relación con asumir el liderazgo de la empresa y con las incertidumbres del mercado ahora provocan importantes conflictos conyugales, de manera similar a lo que Danièle Kergoat[5] ha descrito respecto a las obreras y las técnicas.
Finalmente, después de algunos amagos de divorcio, la pareja se recompone. Ahora es el marido, oficial de la policía nacional, quien lava la ropa y prepara la comida. Desde el punto de vista sociológico las relaciones de dominación en el trabajo han producido un movimiento en la dominación de género en el espacio privado. El trabajo produce consecuencias muy hondas sobre la subjetividad de quien trabaja, pero implica de facto a los demás miembros de la familia y -quiérase o no-, a la economía conyugal entera.
Aunque estos extractos clínicos sugieran la profundidad de los trastornos provocados en la organización psíquica por el vínculo subjetivo con el trabajo, no son más que extractos. Es decir que sólo dan un atisbo de la complejidad de los procesos intra-subjetivos que pone en movimiento el encuentro con el “trabajar”.
Quiero destacar dos cuestiones que me parecen cruciales para intentar una caracterización de la subjetividad en su relación con el trabajo:
- La primera concierne a la forma concreta en que el cuerpo está implicado en el proceso de familiarización y de asimilación del vínculo subjetivo con el “trabajar”. Se observa que la subjetivación del trabajo puede a veces ser ocasión de una puesta a prueba de la subjetividad que desemboca en un crecimiento de la misma, así cómo del poder de habitar el propio cuerpo y de experimentar la vida en uno mismo. Es de hecho así como el trabajo constituye una segunda oportunidad para la construcción del cuerpo erógeno y puede permitir a veces, más allá aún, reestructurar en profundidad los fundamentos de la subjetividad. Se trata del trabajo como mediador de la construcción de la salud mental.
- La segunda concierne al lugar del sueño (ver (..,) http://www.topia.com.ar/articulos/del-trabajo-subjetividad. Estos fragmentos no son excepcionales ni anecdóticos. Al contrario, son muchos los argumentos que convergen para sostener la idea de que el sueño no es solamente el testigo contingente de la forma en que la subjetividad es solicitada por la relación con lo real del trabajo. Me atrevo a decir incluso que es siempre a través del sueño que se efectúa el verdadero trabajo de reorganización del aparato psíquico y del cuerpo erógeno que resulta de la confrontación con lo real de la actividad.
Poiesis y Arbeit
Pero en esto es necesario prestar atención al significado del término trabajo. Me sirvo aquí de las discusiones con Elisabeth Klein respecto de su tesis[6] sobre los conceptos de trabajo y de renuncia en la metapsicología. El trabajo contenido en los sueños en cuestión no es el trabajo de producción propiamente dicho. No es poiesis, es decir actividad de producción orientada hacia el mundo. Este trabajo es un trabajo intrasubjetivo o intrapsíquico, de uno sobre uno mismo. A ese trabajo, Freud le dio el nombre de “Traumarbeit”, trabajo del sueño. (A decir verdad, para ser rigurosos habría que introducir aquí algunos matices. Como lo ha mostrado Laplanche, Freud considera que el sueño, justamente, no produce nada más que el sueño mismo. En particular no produce transformación del que sueña. Se puede, para más precisiones, consultar el debate con Laplanche respecto de lo que en otro lado sostengo acerca de la “perlaboración por el sueño”[7]. Pero si bien Freud afirma esa postura tanto en la Traumdeutung (1900) (La interpretación de los sueños) como en Über den Traum (1901) (“Sobre el sueño”), muchos otros pasajes de su obra muestran que sabía reconocer perfectamente el poder del sueño de metabolizar y traducir los pensamientos, puestos en latencia durante el día para ser posteriormente “trabajados” por el sueño durante la noche). Ese trabajo de la subjetividad sobre sí misma es efectivamente una prolongación del trabajo-poiesis, y esa ampliación es necesaria para adquirir una habilidad, es decir para acceder a la apropiación carnal de una técnica, o incluso al conocimiento “por el cuerpo” de una pericia técnica. En el caso aquí presentado se trata de lo que podríamos designar con el nombre de “tacto comercial”. Para denominar a ese trabajo psíquico, propongo conservar el término freudiano de Arbeit. En la literatura psicoanalítica francesa, los artículos referidos a la noción freudiana de trabajo son escasos. En un artículo de 1975, François Lévy[8] concluye que en metapsicología no se debe conceptualizar la noción de trabajo, porque su uso es polisémico, porque se lo vuelve a encontrar por todas partes en el texto freudiano y porque hay que conservarle su carácter indeterminado. Annie Birraux, por su lado, ha consagrado al análisis de la noción de trabajo un artículo que llega por el contrario a la conclusión de que esa noción merece de hecho ser acotada y delimitada[9]. Su exégesis asimila además poiesis y Arbeit en un concepto sintético, donde, gracias a la clínica del trabajo, se hace posible, me parece, mostrar, después de ella, lo interesante de una distinción analítica.
El término Arbeit figura en la metapsicología freudiana bajo muchas formas, como lo hemos visto en el capítulo II: además del trabajo del sueño, está el trabajo de duelo (Trauerarbeit), el trabajo de represión (Verdrängunsarbeit), el trabajo de condensación (Verdichtungsarbeit), el trabajo de cultura (Kulturarbeit), la perlaboración (Durcharbeit), que hemos tenido ocasión de citar varias veces.
Donde Freud ha explicitado sin duda mejor el concepto de trabajo, es respecto del trabajo del sueño, al que tomaremos como modelo mismo de trabajo-Arbeit, es decir de perlaboración de la experiencia del inconsciente, tanto en el proceso de la cura analítica como en el proceso de reestructuración de la subjetividad que implica la apropiación de la experiencia del trabajo ordinario.
La subjetivación de la relación con la materia o el objeto técnico, y la reapropiación de esa experiencia pática en términos de crecimiento de la subjetividad, pasan por dos fases:
- el trabajo-poiesis y el trabajo-Arbeit que se alternan, perfeccionándose el uno al otro o, para retomar una imagen deportiva, convirtiendo el try[10] de la fase precedente como se convierte un try en el rugby;
- claro está que la mayoría de los hombres y mujeres que trabajan no se psicoanaliza. Es fácil en cambio darse cuenta de que todos los que se implican auténticamente en su trabajo tienen sueños profesionales. Que esos sueños no se beneficien de un esclarecimiento psicoanalítico no les impide realizar el mismo trabajo-Arbeit que he intentado evocar con estos fragmentos clínicos. Un trabajo-Arbeit que pone en juego la reorganización del cuerpo erógeno. Nada menos. Es decir que a través del trabajo-Arbeit, el trabajo-poiesis convoca a la sexualidad, a la que impulsa a evolucionar.
Es el concepto de Arbeit el que constituye el eslabón intermedio que une a las dos “centralidades”: centralidad del trabajo (poiesis), centralidad de la sexualidad, para asociarlas irreductiblemente en una doble centralidad. Los sueños profesionales no son sólo sueños traumáticos. De nuestro trabajo lo soñamos todo, y el sueño es el mediador a través del cual la experiencia del trabajo se inscribe en la subjetividad y la transforma.
Intrasubjetividad y compasión
Es en la estricta medida de mi capacidad de intuir o de reconocer plenamente la sutileza de los procesos intra-subjetivos que moviliza en mí mi relación con el trabajo, que puedo imaginar procesos semejantes en los colegas que pretenden hacer un trabajo de calidad. Pero, en situación ordinaria, no puedo ir más allá de esa imaginación compasional, ya que para ello sería necesario pasar por el trabajo-Arbeit del psicoanálisis propiamente dicho. Sin embargo, a condición de conocer el trabajo-Arbeit que en mí se desarrolla en respuesta al trabajo-poiesis, puedo adoptar una actitud de respeto respecto de los demás. Rozamos aquí la ética del trabajo, si acaso la ética es la preocupación que consiste en buscar las vías para reconocer y honrar la vida en uno mismo y en los otros.
Relación subjetiva con el trabajo y cuerpopriación del mundo
La obra, es decir la equiparación del trabajo de un ser humano con su vida, es la condición de la subjetivación del mundo. El “instrumento” no es originariamente sino la prolongación del cuerpo subjetivo inmanente, y así como una parte del cuerpo [orgánico] mismo, a saber, lo que cede ante el esfuerzo y se da como tal y sólo de esta manera. […] Es por eso que el instrumento es separado de la naturaleza para ser librado a la iniciativa del cuerpo y puesto a su disposición.
A esta apropiación y esta cuerpopriación originarias entre el cuerpo y la tierra, Michel Henry propone designarlas con el nombre de “cuerpopriación del mundo”:
Transformamos al mundo, la historia de la humanidad no es sino la historia de esa transformación, al punto que es imposible contemplar un paisaje sin ver en él el efecto de una cierta praxis. Pero la transformación del mundo no es más que la aplicación y la actualización de la cuerpopriación que hace de nosotros los habitantes de la tierra en tanto que sus propietarios. […]
Mientras coincida con la praxis individual espontánea, la tekhné no es sino la expresión de la vida, el ejercicio del poder del cuerpo subjetivo y así una de las formas primeras de la cultura. […]
No se puede dejar del todo a un lado, es cierto, a las capacidades del individuo en el trabajo, y en primer lugar a sus capacidades corporales, y eso por cuanto la cuerpopriación sigue siendo el fundamento oculto pero necesario de la transformación del mundo, en la era de la técnica tanto como en cualquier otra[11].
Al admitir, gracias a la prueba del trabajo, la cuerpopriación del mundo, que a un mismo tiempo nos da a conocer ese mundo y a cada uno de nosotros le revela la vida en sí mismo, podemos participar del reencantamiento del mundo.
Desconocer, negar o rechazar la relación entre subjetividad y trabajo, es deshabitar el mundo y condenarlo al desencanto: para la ideología que, en nombre de la ciencia y de la objetividad elimina la subjetividad de la relación con el trabajo y la condena a la expulsión, la naturaleza que se nos atribuye es una naturaleza muerta, en la que reina la desolación.
Si el fin último de toda acción política es el de reencantar al mundo, es decir hacerlo de nuevo habitable para el ser humano, nuestro objetivo principal es claro: reconocer antes que nada lo que mi trabajo le debe a mi subjetividad, reconocer luego lo que el trabajo de los demás le debe a la subjetividad de cada uno y de todos.
Trabajo, cuerpo y sublimación
La prueba que para el cuerpo y la subjetividad constituye la confrontación con lo real de la tarea, está potencialmente llena de beneficios subjetivos para el individuo.
Pero el trabajo no es sólo confrontación con lo real de la tarea, es también enfrentamiento con lo real del inconsciente. El trabajo como poiesis engendra una exigencia de trabajo -Arbeit- para el psiquismo, una exigencia de trabajo sobre sí misma impuesta a la subjetividad. Aquí la sublimación sigue un camino más complicado que en los hallazgos de la inteligencia. Es como si fuera el trabajo el que, yendo primero al encuentro del inconsciente, exigiera secundariamente un reordenamiento del aparato del alma, y más específicamente de las relaciones entre el ello y el yo, o entre el inconsciente y el preconsciente, pero esta vez por la vía de una perlaboración (Durcharbeitung) que es producción pura de subjetividad. El trabajo funciona aquí como un posible catalizador del proceso designado por la fórmula freudiana: "Wo Es war soll Ich werden.”
El trabajo a veces se revela, lo confirma la clínica, como un poderoso medio para llevarse bien con el propio cuerpo y, más allá, de querer a su cuerpo en tanto él es la condición inmanente por la cual la vida se experimenta en uno y goza de sí. El amor de sí mismo en el trabajo es amor de su propio cuerpo, y de esta manera el trabajo es una posible vía hacia el narcisismo.
Sin duda es esta posible contribución al narcisismo de la prueba del trabajo lo que inscribe a ésta última en el registro de la sublimación, en el sentido amplio del término, es decir de lo que designaremos con la fórmula de “sublimación ordinaria” (ver tomo II).
Pero la prueba del trabajo es a veces ocasión para experimentar una continuidad entre la pericia individual, viva y subjetiva, y la cultura: otra dimensión esencial de la sublimación, más allá de la dimensión narcisística evocada anteriormente. Se abre aquí el campo de lo que designaremos con la expresión: "sublimación extraordinaria”. La perlaboración de la experiencia del “trabajar” permite entonces vislumbrar a lo lejos lo que Freud sugiere bajo el nombre de “trabajo de cultura”. Durcharbeiten y Kulturarbeit designan dos dimensiones que podrían intentar articularse. Pero la sinergia entre Durcharbeiten y Kulturarbeit no cae de su peso. Por el contrario, supone condiciones muy específicas, que desbordan los límites del proceso estrictamente individual. Es tributaria de un cierto régimen de comunicación en el registro social y político.
El análisis de las condiciones sociales y políticas de la sublimación implica la explicitación de las dimensiones colectivas del “trabajar” que no pueden ser deducidas de la dimensión individual del trabajo, porque movilizan facultades que no se pueden formar sin confrontación con lo colectivo. A ese análisis se dedicará el segundo tomo de este libro: Trabajo y emancipación.
Notas
[1] Joan Riviere, “Womanliness as a masquerade”, International Journal of Psychoanalysis, nº 10, 1929.
[1] Joan Riviere, “Womanliness as a masquerade”, International Journal of Psychoanalysis, nº 10, 1929.
[2] Ver Josiane Pinto, “Une relation enchantée: la secrétaire et son patron!, Actes de la recherche en sciences sociales, nº 84, 1990 y Pascale Molinier, L'Enigme de la femme active. Egoïsme, sexe et compassion, Paris, Payot, coll. “Petite Bibliothèque Payot”, 2006.
[3] Helena Hirata, Danièle Kergoat, “Rapports sociaux de sexe et psychopathólogie del trabajo”, en Christophe Dejours, Plaisir et souffrance dans le travail, tomo II, Paris, Laboratoire de psychologie du travail et de l'action, CNAM, 1988.
[4] Christophe Dejours, “Centralité du travail et théorie de la sexualité”, Adolescence, nº 14, 1996, p. 9-29.
[5] Helena Hirata, Danièle Kergoat, “Rapports sociaux de sexe et psychopathologie du travail”, artículo citado.
[6] Elisabeth Klein, Le Concept de renoncement et le travail de culture dans l'oeuvre de Freud, tesis de psicología, Paris, CNAM, 2006.
[7] Christophe Dejours, “Le rêve: révélateur ou architecte de l'inconscient?”, Psychiatrie française, nº 37, p. 7-28.
[8] François Lévy, “La notion de travail chez Freud à l'endroit de la civilisation et de la cure analytique”, Revue française de psychanalyse, nº 39, 1975, p. 459-479.
[9] Annie Birraux, “La notion de travail dans l'oeuvre de Freud”, Adolescence, nº 28, 1996.
[10] En francés se usa la palabra essai, literalmente: intento, ensayo. En ese sentido, la "conversión" perfecciona el "intento" (N. del T.)
[11] Michel Henry, La Barbarie, op. Cit., p. 83-84.
http://www.topia.com.ar/revista/potencia-transgresi%C3%B3n
http://www.topia.com.ar/revista/potencia-transgresi%C3%B3n
No hay comentarios:
Publicar un comentario