10-6-12 Rio+20
Por Eduardo Videla ◾ Silvia Révora
La cumbre ambiental Río+20, que en
unos días concentrará en la capital carioca a presidentes y funcionarios
de casi doscientos países, será escenario de una nueva disputa entre
las naciones centrales y el grupo de países emergentes o en vías de
de-sarrollo, nucleados en el G-77 más China. Uno de los ejes de la
controversia es el concepto de “economías verdes” que, para el gobierno
argentino y sus socios de América latina, es una suerte de trampa
tendida por las potencias y sus aliados para poner freno a las
exportaciones cuando no cumplen con ciertos parámetros “verdes”. El otro
foco de conflicto es la posible creación de una agencia internacional,
que tendría el poder de policía para hacer cumplir con indicadores y
premisas, inspecciones que los países interpretan como la antesala a
restricciones comerciales.
A diez días de la firma del documento, todavía no hay consenso. Los
diplomáticos trabajan contra reloj: hace una semana las delegaciones
estuvieron reunidas en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York, y esta
semana volverán a encontrarse en Río de Janeiro. El documento que
redactaron dos funcionarios de la ONU designados por Ban Ki-moon tiene
ochenta páginas y muchos de sus párrafos son cuestionados por los
representantes de los países en desarrollo. Estos diplomáticos están
ante una doble presión: no ceder en la defensa de sus intereses
estratégicos y, a la vez, no hacer fracasar la cumbre, que pretende
avanzar sobre los logros obtenidos hace 20 años en otra cumbre, en esa
misma ciudad. El desafío se multiplica para el gobierno de Brasil,
también crítico del documento, por su condición de anfitrión.
“En esta negociación, la Argentina ha encontrado aliados importantes,
como la India y Egipto, que se sumaron a los socios del Mercosur”, dijo
la subsecretaria de Planificación y Política Ambiental, Silvia Révora,
una de las negociadoras argentinas, en una entrevista con Página/12.
–A días de la cumbre, ¿qué consensos y qué diferencias hay entre los países?
–El documento para Río+20 se viene trabajando desde hace muchos meses
y, como no se ha avanzado en el consenso entre los países centrales y
los del G-77 más China, en estos días se estuvo viendo si se cerraba un
acuerdo. El G-77 más China, que son 132 países sobre un total de 193,
que tiene a la mayoría de la población mundial e incluye a países
emergentes como China, India y Brasil, ha estado trabajando muchos meses
en este documento. Hasta ahora, no hay consenso. Evidentemente, el
documento que va a salir no será un documento que refleje nuestra
posición y si no nos refleja, cada país hará sus reservas.
–¿Cuáles son los grandes ejes de la divergencia?
–La gran divergencia es que los países centrales están planteando el
concepto de “economía verde” como el nuevo paradigma ambiental para
salvar el planeta. Nosotros planteamos que no hay una definición de
economía verde, por lo tanto, no podemos apoyar algo que se desconoce.
No estamos de acuerdo en sustituir el concepto de desarrollo
sustentable, que es mucho más ambicioso y que implica un cambio en el
modelo de producción y consumo que nos ha provocado esta crisis
ambiental. Como G-77 planteamos que ese cambio lo deben liderar los
países centrales, que son los que han impuesto ese modelo global de
consumo y de producción insustentable, que se basa en una falacia: que
los recursos naturales son infinitos. Producimos y consumimos como si
fuéramos a tener una cantidad infinita de agua, de petróleo, de tierra.
–Los países centrales no aceptan eso.
–Ese es el problema central: los países centrales no asumen su
responsabilidad primaria. Lo que plantean es que los costos de la crisis
ambiental, por ser planetaria, los tenemos que asumir todos por igual.
Países pobres, en desarrollo y ellos. Cuando son ellos los que han
causado esta crisis ambiental.
–No admiten que la responsabilidad no es la misma para todos.
–En el plenario, plantearon borrar el principio de responsabilidades
comunes y diferenciadas. Nosotros, como G-77 más China, tenemos premisas
que no son negociables. Una es ésa, la otra es nuestra soberanía
respecto del manejo de nuestros recursos naturales. No vamos a delegar
el control ambiental a ninguna agencia globalizada que nos imponga lo
que tenemos que hacer con nuestros recursos naturales ni parámetros de
cumplimiento. Porque esto de la economía verde es una trampa.
–¿En qué consiste esa trampa?
–Ellos pretenden poner indicadores y parámetros para la producción de
bienes y servicios y aquel que no los cumpla, no va a poder exportar.
Por supuesto que eso nadie lo dice. El planteo de ellos es un planteo naïf: vamos a salvar el planeta.
–¿Cuáles serían las consecuencias?
–Una gran parte de los países centrales está queriendo trasladar su
crisis a los países en desarrollo utilizando el tema ambiental. Si
exigen el cumplimiento de estos parámetros que quieren imponer con la
economía verde, va a haber una transferencia enorme de recursos de los
países en desarrollo a los desarrollados, porque los que tienen la
tecnología son ellos, y nos van a obligar a comprar la tecnología y a
endeudarnos. Nuestro planteo de desarrollo sustentable implica la
erradicación de la pobreza nosotros, como países latinoamericanos,
tenemos mucho que mostrar en Río: cómo hemos bajado los niveles de
pobreza, al contrario de los países desarrollados, donde en este momento
va creciendo la pobreza.
–Nuestros países han disminuido los niveles de pobreza, pero ¿se han desarrollado en forma sustentable?
–En este momento, no hay ningún país que pueda plantear que tiene un
desarrollo sustentable, es nuestra utopía. Se plantea que otro tipo de
desarrollo es posible. Porque el desarrollo sustentable implica que
produzcamos en forma eficiente, con un uso muy racional de nuestros
recursos, y consumamos en función de nuestras necesidades básicas, no
permitiendo el derroche. Lo que vemos es que en nuestros países hay
sectores de la población que tienen que aumentar su consumo pero también
hay un sector importante que tiene que evitar despilfarrar recursos
naturales a través de consumo insustentable. Por ejemplo, cuando se
compran productos que tienen una vida útil muy corta o que requieren un
uso intensivo de electricidad o de materias primas.
–Si el modelo económico argentino permitió aumentar el consumo, ¿podemos decir entonces que este modelo es sustentable?
–No, nadie dice eso. Lo que tenemos en la Argentina es una réplica
del modelo impuesto en el planeta y que nosotros no lo vamos a poder
cambiar si no lo cambian ellos, que son los que tienen el gran poder
económico. Por eso, el G-77, cuando se habla de economía verde, le
plantea a los países centrales que ellos lideren este cambio de modelo
de producción y consumo. Nosotros no lo vamos a poder liderar porque no
tenemos ni tecnología ni capacidad financiera. Sí tenemos que darle buen
nivel de vida a un porcentaje importante de la población, que es una
prioridad de este Gobierno.
–¿Qué balance hace de los veinte años transcurridos desde la cumbre de Río ’92?
–Para nosotros, ha habido más falencias que logros. Porque los
principios rectores de Río ’92 no han sido cumplidos por los países
desarrollados, la transferencia de tecnología y apoyo financiero a los
países en desarrollo. Y ahora lo quieren eliminar. Ahora no hablan de
transferencia de tecnología, no hablan de apoyo financiero y quieren
eliminar el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas,
que es el leitmotiv de la convención y que planteamos que deben
mantenerse.
–¿En qué consiste ese principio?
–En que los que produjeron el fenómeno del calentamiento global de la
atmósfera son los países industrializados, desde la época de la
industrialización a finales del siglo XVII hasta ahora. Ahora, los
países emergentes comenzaron a emitir también gases de efecto
invernadero. China e India ya se están pareciendo a los países
desarrollados en sus emisiones, pero es un hecho reciente. Por eso la
convención dice que las responsabilidades son comunes pero
diferenciadas: el que causó el problema debe asumir el costo. Por eso
Río ’92 fue un éxito para los países en vías de desarrollo, fue un
reconocimiento de que había una crisis ambiental y que los países
centrales debían asumir un compromiso porque eran los que la habían
causado. Ahora, veinte años después, sin haber hecho los aportes que
tendrían que haber hecho, boicoteando la convención, quieren trasladar
su crisis a nuestras espaldas.
–¿Qué otros planteos llevan los países de América latina?
–Por ejemplo, cuando se habla de empleo verde, nosotros lo
sustituimos por empleo decente. Porque nosotros acá tenemos empleo
verde, el reciclador urbano, el cartonero que separa es empleo verde,
pero no es decente. Tenemos que transformarlo en empleo formal y
decente.
–¿Qué frutos puede dar este consenso que hay en América latina?
–A mí me interesa la alianza que tenemos los países latinoamericanos,
y también con la India y Egipto, con los que lideramos esta posición:
estamos de acuerdo con el desarrollo sustentable, queremos definir los
temas en forma soberana, y no tenemos que aceptar que nos impongan las
prioridades de la globalización, que no están pensadas en función de
nuestras necesidades. Vamos a difundir la declaración de Buenos Aires
para que la gran prensa conozca nuestra posición. La gran prensa, que
está globalizada y manejada por los países centrales, no conoce nuestra
posición.
–Otro de los ejes de controversia es la creación de una agencia global de control ambiental.
–Los países centrales quieren crear una gran agencia en base al
Programa de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente (Pnuma), porque para
establecer parámetros e indicadores para la producción de bienes y
servicios se necesita una agencia que controle. Quieren crear una
agencia con poderes para fiscalizar el cumplimiento de la economía
verde.
–¿Ustedes qué proponen en cambio?
–Queremos que haya mayor sinergia entre las agencias que existen
actualmente y que sea la Asamblea General y el Consejo de Desarrollo
Sustentable de Naciones Unidas un ámbito de definición y debate
político. No le damos mandato al secretario general para que arme esto.
Queremos el fortalecimiento del Pnuma aumentando su membresía a todos
los países. En este momento tiene solo 46 países, entre ellos la
Argentina.
–¿Hay coincidencia con las ONG argentinas que van a participar de la cumbre?
–Las ONG han estado muy activas, sobre todo las que trabajan en salud
y educación. Las ambientalistas son las más débiles en esto, porque
siguen los lineamientos de los países centrales, porque allí tienen su
base de financiamiento, y están bastante condicionadas por eso.
–¿Cuál va a ser la posición argentina respecto de las industrias extractivas, como la minería?
–En la cumbre no se debate qué actividades son sustentables y cuáles
no. Todas las actividades generan impacto, la idea es que lo minimicen.
Hay una impronta de ir logrando nuestro propio camino, nuestro propio
desarrollo sustentable.
–Entonces no van a hablar de minería.
–Sobre la minería, le voy a decir lo que pienso. Lo que nos
proponemos desde esta secretaría es fortalecer el rol del Estado en la
evaluación del impacto de esta actividad. Los impactos de la minería a
cielo abierto, de una hidroeléctrica, son significativos. Hay una serie
de actividades que se requieren para el desarrollo del país, pero su
localización y la tecnología que usan debe ser evaluada por el Estado
para aprobarlas o no. Estamos haciendo un proyecto de ley de
presupuestos mínimos de evaluación de impacto ambiental para que el
Estado nacional y los provinciales podamos conjuntamente evaluar,
fiscalizar y controlar estos grandes emprendimientos. Hay que aceptarlos
sólo si los beneficios son mayores que los costos.
http://rio20.net/documentos/quieren-trasladar-su-crisis-a-nuestros-paises
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