martes 14 de febrero de 2012- Publicado en Argenpress
Por Horacio Machado Aráoz
Primero,
el levantamiento del Pueblo de Famatina, amenazada por un nuevo
contrato de exploración entre el gobierno de La Rioja con la canadiense
Osisko Mining Co. Luego, los bloqueos selectivos que en distintos puntos
de la ‘ruta minera’ cicatrizada en la provincia de Catamarca se
levantaron con la intención de impedir el suministro de los insumos
tóxicos a Minera Alumbrera, una empresa controlada por la gigante suiza
Xstrata. Estos bloqueos fueron la modalidad de protesta adoptada ante el
inicio de las exploraciones de Xstrata de un nuevo proyecto, Agua Rica,
distante a 35 km de Alumbrera y que cuenta con una histórica y
mayoritaria resistencia del pueblo de Andalgalá.
Tras
más de veinte días de bloqueos, ante el escenario de paralización de
las actividades de la transnacional Xstrata, el poder represivo del
Estado no se hizo ‘esperar’: violento desajolo de los bloqueos en Santa
María, Aimacha del Valle, Belén; aplicación de la ley anti-terrorista
recientemente sancionada por el congreso de la Nación, bajo las
instrucciones de Washington; y violenta represión de fuerzas especiales
de la policía de Catamarca contra los pobladores de Tinogasta que
mantenían la medida de protesta en la Ruta Nacional N° 60. Varones,
mujeres, adultos, ancianos, niños, adolescentes, familias enteras,
alrededor de un millar, de una localidad de 10000 habitantes, fueron
indiscriminadamente blanco de balas de goma, gases lacrimógenos y
bastonazos por parte del Grupo ‘Kuntur’ y la guardia de Infantería de la
policía provincial… Acá en el Norte argentino, tiene lugar el
desarrollo de una escena que se replica trágica y monótonamente a lo
largo de toda región mineralógica de NuestrAmérica: la violencia
represiva del Estado usada en contra de sus propios ‘ciudadana/os’ para
viabilizar el interés depredador del capital transnacional… Triste
paisaje del colonialismo de nuestros días, donde la devastación
ecológica se consuma con la expropiación política y la represión.
En
el breve lapso que se desarrollaron los bloqueos selectivos acá, en
Catamarca, el ‘modelo minero’ transnacional se ‘cargó’ tres (nuevos)
muertos en América Latina: Bernardo Méndez, en San José del Progreso
(Oaxaca, México), Jerónimo Rodríguez Tugri y Francisco Miranda, del
pueblo originario Ngöbé-Bugle (Panamá). En distintas circunstancias,
fueron víctimas de los mismos intereses y factores de poder: Bernardo,
asesinado por un grupo paramilitar comandado por el Presidente Municipal
por intentar impedir la concesión de agua a la minera canadiense
Fortuna Silver Mines Inc.; los hermanos del pueblo Ngöbe-Bugle,
asesinados durante una represión ordenada por el presidente Martinelli a
un bloqueo de la carretera Intercontinental en oposición a un proyecto
minero en territorio de sus comunidades. A ellos, hay que sumar un largo
centenar de heridos, y encima, judicializados. Si también tuviéramos en
cuenta la cantidad de personas que fueron reprimidas en Cajamarca
(Perú) por oposición al proyecto Conga (de la empresa Yanacocha,
contralada por la norteamericana Newmont), las víctimas se contarían por
millares. Allí, en el norte del Perú -como Beder en La Rioja- Ollanta
Humala hizo campaña diciendo proteger las cuatro lagunas altoandinas
amenazadas por el proyecto minero y prometiendo decretar su
inviabilidad. Ahora, siendo presidente, cambió su postura: “Conga se
hace sí o sí”, dijo, y lanzó una fuerte escalada represiva que incluyó
la militarización el dictado del estado de y la excepción y la
militarización de la región.
No
sólo acá, en ‘nuestro pueblito chico’, sino a lo largo de toda América
Latina, la minería transnacional a gran escala genera resistencias
populares, por los devastadores ‘impactos’ de su voraz metodología
extractiva que implica la voladura de cerros enteros, la destrucción de
acuíferos y ecosistemas, y el consumo descomunal de agua y energía. En
toda América Latina, vemos también el mismo paisaje político: gobiernos e
instituciones estatales, funcionando como ‘capataces’ de las
transnacionales, usando la fuerza pública para reprimir las
resistencias. Ganando elecciones con clientelismo o falsas promesas;
luego, más allá de toda ideología, gobernando para las empresas. Lo
hacen, dicen, para “combatir la pobreza”; para “fomentar el progreso”…
“Es que es la única vía que tenemos para desarrollarnos”, afirman…
Desde
que fue ‘descubierta’, NuestrAmérica nació ‘subdesarrollada’; se nos
conquistó para ‘civilizarnos’, pues éramos una tierra de ‘bárbaros y
salvajes’; desde que nos ‘independizamos’, las clases dirigentes y
‘patricias’ han gobernado ‘persiguiendo’ el “desarrollo”; han construido
y destruido en nombre del desarrollo; han prosperado (ellos) y han
empobrecido (a las mayorías); han dictado leyes y han matado en nombre
del “desarrollo”… Cuanto más esfuerzos y recursos se invierten en pos de
él, tanto más ‘subdesarrollados’ nos hacemos…
Es
que el “desarrollo” es el nombre de la colonialidad, ese estado mental,
afectivo y político en el que la dominación y la depredación de
nuestras energías vitales, de nuestras riquezas y de nuestros sueños no
precisa ya de fuerzas de ocupación extranjeras, ni de ‘virreinatos’; se
administra más ‘económicamente’ (como quería Jeremy Bentham en su
“Manual de Economía Política”, de fines del siglo XVIII). Los colonos
son ‘celosos guardianes de nuestros intereses’, no implican ningún costo
a las finanzas de la metrópoli y son incluso más decididamente
violentos con su propio pueblo que los mismos (y onerosos) ejércitos de
ocupación… Así, Bentham instaba a la corona británica a cesar en su
política de imperialismo militarista; el libre comercio, las finanzas y
los encantos de la inversión del capital podrían hacer todo mucho más
barato y ‘más civilizadamente’…
En
pleno siglo XXI, seguimos inmersos en ese viejo trauma colonial; sólo
que ahora, tras más de cinco siglos de ‘desarrollismo voraz’, estamos
llegando a un estadio definitorio de agotamiento del mundo. La crisis
climática, la crisis energética mundial y la drástica reducción del
stock de recursos no renovables (entre ellos, las fuentes de agua, los
hidrocarburos y los minerales) plantean un escenario geopolítico para
nada pacifista. La guerra, motor impulsor del ‘desarrollo’ de Occidente,
está más extendida y diversificada que nunca. No hablamos sólo de las
convencionales; los colonos ahorran esas ‘barbaridades’ a los centros de
poder mundial; llevan adelante una cotidiana guerra de intensidad
variable, que nos va ‘acostumbrando’ a niveles crecientes de violencia y
(auto)destrucción… La ilusión desarrollista se acompaña cíclicamente de
momentos de ‘auge’, donde la ‘plata dulce’ y el consumismo de las
‘novedades tecnológicas’ va anestesiando las sensibilidades colectivas
sujetas-a-expropiación…
A
la expropiación de nuestras fuentes de agua, de nuestra energía y
recursos minerales, le sigue la expropiación política: la expropiación
de derechos y la defraudación de la ‘voluntad popular’. Sistemáticamente
vemos a los ‘partidos políticos’ ganar elecciones prometiendo defensa
de las fuentes de agua, protección de derechos, y recurrentemente los
vemos después defraudar esas ‘promesas’ en ‘nombre del desarrollo’… La
oficialidad del poder asume el discurso de las empresas: es que las
‘inversiones’ son necesarias para ‘generar empleo’ y ‘activar’ la
economía… Oponerse a las explotaciones es, en el lenguaje del poder,
‘fundamentalismo’… El extractivismo senil persigue a los pobladores
tildándolos de ‘ecologistas ingenuos’; ‘oscurantistas’, ‘ignorantes’,
‘eco-terroristas’, hasta ‘aliados de los poderes del imperialismo’(?!!)…
La expropiación
política se consuma en estas tierras donde el extractivismo es ‘política
de estado’. Oficialistas y opositores terminan defendiendo la minería
transnacional a gran escala como una ‘política de estado’. Pero
entendamos bien, acá la expresión no alude a la existencia de un amplio
consenso mayoritario y transparente, a un mandato de la voluntad popular
que es respetado por todo el arco político-partidario; acá, la ‘minería
como política de estado’ significa que en estos territorios gobiernan
las grandes corporaciones transnacionales; que nada ni nadie puede ir
contra sus intereses; que éstos, son ‘política de estado’.
Así,
los gobiernos, más allá de sus diferentes adscripciones partidarias e
ideológicas, terminan avalando la depredación y ejecutando la represión.
Ganan elecciones prometiendo acabar con la represión y el saqueo, pero,
más temprano que tarde, terminan reprimiendo…
La
represión parece ser un acto reflejo, más cuando de defender los
intereses de las ‘grandes empresas’ se trata… Es que, en contextos
(neo)coloniales de depredación, la represión no es un exceso; es una
‘necesidad’. La violencia represiva del estado es el recurso último al
que apela la oficialidad del poder. Dosis diversificadas y variables de
asistencialismo, de resignación y de represión configuran la ‘ecuación
de gobernabilidad’ del coloniaje administrado por ‘colonos’… Parece que
Bentham tenía razón: esto es más eficaz y más barato que el colonialismo
‘a secas’… Lo que no calculó bien el filósofo londinense es el ‘costo’
de las rebeliones internas…
Afortunadamente
-lo digo como deseo y por convicción-, tenemos alternativas… No tenemos
por qué resignarnos a ser el ‘open pit’ y los ‘diques de colas’ para la
industrialización de China, India y los países del Norte… Más que crear
vías alternativas ‘de’ desarrollo, necesitamos y podemos crear
alternativas ‘al’ desarrollo –otro desarrollo…
http://www.argenpress.info/2012/02/paisajes-neocoloniales-de-la-mineria.html
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