miércoles 25 de enero de 2012
Por Silvana Melo (APE)
La
sociedad dual, aquel concepto nacido durante la herida transversal del
menemismo, vuelve a plantarse a la hora de los análisis en un país que
excluyó a mosaicos enteros de la población. O que, en realidad, los
incluyó en un espacio predeterminado: el margen, el residuo de un
sistema que produce sobras y que las disciplina con la asistencia
social.
Según cifras no oficiales más o menos
equilibradas, el núcleo duro de la pobreza en el país, intocado por un
crecimiento sideral de la economía, abarca entre el 20 y el 25 por
ciento de la población. Unas diez millones de personas puestas a
sobrevivir en un espacio ajeno al de los beneficiados por el modelo. Dos
tierras paralelas, dos países diversos y lejanos. Separados
tajantemente por la inequidad, por la desigualdad de las oportunidades,
por la bonanzas que golpean a algunas puertas y que por otras pasan de
largo.
Según el Observatorio de la Deuda Social
de la Universidad Católica Argentina (UCA), la Argentina en flor que
expandió el empleo asalariado formal en los últimos años se repele con
la otra, la que vio bajar el nivel de empleo de los trabajadores con
nivel de educación más precario. La falta de trabajo para adultos con
educación secundaria incompleta, la exigencia de calificación en los
hijos de una escuela desintegrada, parienta pobre de un sistema que
separa y nivela con la deseducación, con la expulsión y con el
desencanto, condena al 43 % de la población (Encuesta Permanente de
Hogares – Indec) a un naufragio personal que, por suma no más, se vuelve
colectivo.
Tantos de ellos se asoman al
ventanuco de la tecnología a través del cajero automático por el que
cobran el plan. Y se espantan por esa dificultad segregatoria que los
confina en el patio trasero de la casa de todos. Este sector poblacional
anónimo, fatigado, termina inducido a la inactividad, al retiro
inexorable del mercado. No tienen trabajo ni lo buscan. “Todo el
crecimiento del empleo neto entre los años 2004 y 2011 ha sido en
trabajadores con educación secundaria completa o superior, mientras que
el nivel de ocupación de trabajadores con educación secundaria
incompleta declinó. Se cristaliza así un mercado laboral dual, con un
sector formal de salarios relativamente elevados al que acceden sólo las
personas más educadas, y un sector informal sostenido por la asistencia
social para los menos educados”, dice textualmente el informe de la
UCA.
Y esa dualidad –la desigualdad marcada a
fuego en un país que encerró en la desesperanza a millones, sedados por
la maquinaria asistencial- es aún más dolorosa cuando se reastrea que el
Producto Bruto Interno en el 2001 fue un 67% mayor que el de 2004 y el
PBI per cápita aumentó en un 56 %. El empleo urbano total creció en un
18% y el desempleo se redujo desde el 14,5% al 7,4% de la población
económicamente activa.
Pero la postal oscurece
su belleza cuando al dorso aparecen todos los empleos generados ocupados
por gente con niveles educativos medios y elevados. Y una destrucción
sistemática de los puestos de trabajo que ocuparon los hombres y mujeres
con bajo nivel de educación. Entre 2004 y 2011 hay 98 mil empleos menos
para aquellos a quienes la escuela no retuvo y dejó en la calle a la
buena del cielo. Con trabajo informal, no registrado, mal pago, sin
cobertura, sin defensa, sin aportes.
Muchos de
ellos son viejos rehenes de los planes sociales, clientes de un Estado
que sofoca la reacción y la rebeldía ante lo injusto con un sistema
asistencial que para 2012 está alimentado con un 60 por ciento más de
recursos. El acceso a los planes aumentó en un 18,2 % en el nivel
educativo más bajo.
Los prisioneros de la
asistencia son sometidos por el Estado a un proceso de
des-dignificación, deterioro y violencia latente. El trabajo deja de ser
una herramienta de la dignidad para ser la emboscada que desactiva el
plan.
El mismo sistema que alienta la
individualidad y la mirada recelosa a la otredad no permitió la
expansión de experiencias colectivas de asociación y producción y quebró
centenares de miles de familias cuyos niños crecieron y crecen sin la
referencia del conocimiento y el trabajo como herramientas de
construcción y resistencia. Como el camino pertinaz hacia la libertad.
El
cajero automático lo saluda y le destina nombre y apellido cuando
inserta la tarjeta. Pero el teclado ejerce su tiranía y le propina la
conciencia de la limitación. A veces se traba, no responde, anoticia que
no hay dinero y no hay nadie a quien hablarle ni reclamarle ni gritarle
que el plan está ahí adentro. Que ahí están las gotas sistémicas en el
pabellón de beneficios que le tocó. Y no hay nadie a quién reclamarle.
Como en todo el camino de su historia.
http://www.argenpress.info/2012/01/pais-tajeado-en-dos.html
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