David
Casassas reseña el último libro de Julie Wark: Manifiesto de derechos
humanos,
Ediciones Barataria, Madrid, 2011, 188 pp.
Brillantemente escrito por Julie Wark, investigadora independiente radicada
en Barcelona desde hace casi tres décadas y veterana luchadora por la causa de
la democracia y los derechos humanos, el Manifiesto de derechos humanos
recientemente publicado por Barataria no podía llegar en mejor momento. Vivimos –es bien sabido– en un mundo en el que
la erosión de las bases materiales y jurídicas de la libertad y la democracia,
bajo la forma de recortes neoliberales, golpes de estado
tecnocrático-oligárquicos e injerencias imperialistas de muy diversa índole,
convive con las más decididas proclamas en favor de la libertad, la democracia
y los derechos humanos por parte de sus propios agresores. En un contexto así,
se hace necesario recordar el sentido originario y el alcance político,
profundamente transformador, de nociones y proyectos que, como el de los
derechos humanos, nacieron y crecieron de la mano de un programa civilizatorio,
el de la economía política popular, orientado a deshacer privilegios y a
universalizar el derecho de las personas a decidir sobre sus propias vidas. A
dicho empeño está consagrado el libro de Julie Wark, un libro que es al mismo
tiempo “librito” –finalmente, se trata de menos de doscientas páginas de ágil
narración y persuasiva exposición de motivos– y auténtico tratado de economía política –por mucho
“librito” que sea, el calado intelectual y político de este ensayo lo sitúa en
el terreno de quienes pensaron y piensan, en el ámbito de la teoría social y
política, los posibles contenidos económicos y sociales de las libertades
individuales y colectivas–.
Derechos humanos como economía política
En cierto modo, el manifiesto de Wark gira alrededor de una impugnación de
la tesis de T.H. Marshall, acogida con fervor por el pensamiento liberal, según
la cual han existido y existen tres generaciones de derechos: según tal
perspectiva, habría unos derechos de primera generación de carácter político,
unos derechos de segunda generación de índole económica y social y unos
derechos de tercera generación de tipo cultural o colectivo. Y tales derechos
–establece el discurso marshalliano– pueden conquistarse independientemente:
bien mirado –aseguran quienes comparten tal visión–, esto es lo que ha ocurrido
históricamente y sigue ocurriendo hoy en un mundo en el que en muchas ocasiones
contamos con derechos políticos pero carecemos de derechos económicos y
sociales. Al decir de Wark, constituye ésta una ficción que siempre interesó al
mundo liberal, al cual le ha venido como miel sobre hojuelas el poder afirmar
que, si bien el capitalismo puede que desatienda aspectos sociales importantes,
por lo menos nos brinda libertades políticas. Pues bien, Julie Wark se revuelve
contra esta idea: no existen derechos políticos si no son al mismo tiempo
derechos económicos y sociales y si no nos sitúan en el seno de comunidades
vivas, densas y no fracturadas; o, dicho de otra forma, los derechos políticos,
como la democracia y la libertad, tienen unos fundamentos materiales que
conviene no soslayar. En suma: los derechos no son divisibles. Tampoco los
derechos humanos.
Todo ello implica el establecimiento de un nexo de unión entre derechos
humanos y economía política, tal y como ésta se entendía durante la
Ilustración: sólo puede haber derechos humanos si se nos considera no meros
espectadores de un teatro del que sólo somos las víctimas, sino verdaderos
actores, esto es, agentes económicos y sociales con verdadera capacidad de
participar, de co-determinar la forma en que producimos y distribuimos todo
tipo de bienes, sean éstos materiales o inmateriales, la forma en que construimos
el mundo en el que vivimos. Uno de los mayores aciertos del manifiesto de Wark
radica en el hecho de que en él la autora vincula estrechamente la cuestión de
los derechos humanos a la pregunta sobre qué economía política tenemos o
queremos tener: ¿una tiránica y excluyente o una de carácter democrático,
popular e inclusivo? La génesis de los derechos humanos –o su defunción
inexorable– tiene mucho que ver con las respuestas que demos o podamos dar a
esta pregunta.
Pero hagamos un paso más. Si los derechos humanos no son divisibles, tiene
que haber un cemento que los vertebre, que los unifique en un todo continuo.
¿Cuál es dicho cemento? Al decir de Wark, y de acuerdo con la tradición del
republicanismo democrático, del derecho natural revolucionario y de la economía
política de vocación emancipatoria, dicho cemento lo encontramos en la idea –y
en la praxis, cuando ésta es posible– del derecho a la existencia material en
condiciones de dignidad. Somos seres humanos plenamente capacitados para construir
nuestras propias vidas –es decir, contamos con los derechos que deberían
corresponder a los humanos– sólo cuando tenemos la existencia garantizada y, a
partir de ahí, podemos ejercer todas nuestras facultades, sin amputaciones o
entorpecimientos.
De ahí que los derechos humanos sean incompatibles con el capitalismo, como
lo son también la democracia, la libertad efectiva e incluso una idea
elementalmente sólida de lo que debería ser un mercado verdaderamente libre –¿o
acaso hemos olvidado la multiplicidad de formas, algunas de ellas
potencialmente emancipatorias, que podrían presentar posibles mercados de
naturaleza no capitalista?–. Dicha incompatibilidad entre derechos humanos y
capitalismo responde, fundamentalmente, al hecho de que éste se basa en la desposesión
de la gran mayoría, en la negación del derecho a la existencia de la gran
mayoría. En este punto, resulta altamente instructivo, a la par que inquietante
y potencialmente subversivo, el brillante análisis –y juicio y condena– que la
autora ofrece del funcionamiento del neoliberalismo como forma específica del
capitalismo entre 1970 y la actualidad, un análisis en el que se muestran las
nuevas –y las no tan nuevas– formas de desposesión que en él se han dado y se
dan, en parte como resultado de un pasado –y de un presente– colonial e
imperialista que Wark conoce, reconoce y censura. En particular, la autora se
detiene en un incisivo examen del capitalismo financiarizado y rentista, por un
lado, y, por el otro, en una eficaz pintura del papel de las grandes
corporaciones transnacionales en la derrota de los derechos humanos a escala
global: sea por la explotación a la que han sometido a individuos y a
sociedades enteras, sea por el bloqueo de la economía productiva que han
ocasionado allá donde han operado, tales transnacionales han imposibilitado el
ejercicio del derecho a la existencia por parte de una inmensa mayoría.
Finalmente, Wark emprende una minuciosa revisión de las formas y dimensiones de
la pobreza; y lo hace desde la indignación y a la vez con un agudo sentido
político, pues, como afirma, pobreza no es sólo privación –lo cual es ya
injusto, indigno e indignante–: pobreza es también pérdida de poder de
negociación, pérdida de libertad individual y colectiva, carencia de una base
material sólida que nos libre de la obligación de aceptar las condiciones de
vida que otros imponen, que nos permita vivir, como decía Marx, sin tener que
pedir permiso a los demás de forma cotidiana para sobrevivir.
Tales son, pues, las razones por las que, de acuerdo con la autora, los
derechos humanos son incompatibles con el capitalismo. Y es por todo ello por
lo que conviene tomar conciencia de que los derechos humanos sólo los puede
hacer posibles la transformación social en clave revolucionaria. En efecto, hacer
efectivos los derechos humanos exige (estar dispuestos a) subvertir estructuras
básicas del funcionamiento de nuestras sociedades.
El deber de rebelión
Quizás por ello, este libro, que nace de una mirada moral al mundo, que
está escrito desde la indignación, desde el sentido del escándalo, desde la
empatía para con los desposeídos y las desposeídas (de derechos humanos), no se
detiene en la moral o la moralina –no es para nada un libro “moralizador”–,
sino que nos propone –nos exige, cabría decir– que pasemos a la acción. Pues
los derechos humanos son por definición un concepto y un proyecto
revolucionarios, insiste la autora. Y si los derechos humanos son
revolucionarios por definición, es porque combaten aquellos mecanismos que
subyacen a las grandes desigualdades existentes en el capitalismo. Pues “no hay
derecho que los derechos no sean para todo el mundo”, afirma la autora. Pues no
hay derecho que mientras unos viven bunkerizados en los dominios de la
opulencia –o mejor, precisamente porque unos viven
bunkerizados en los dominios de la opulencia–, otros –los muchos, las muchas–
se ahoguen en el barrizal del sufrimiento y de la carencia de libertad. El de
los derechos humanos es, pues, un proyecto cultural y político –civilizatorio–
orientado a lograr la igualdad en la libertad efectiva, la igualdad en la
capacidad de moldear nuestros proyectos de vida y de llevarlos a cabo; si se
prefiere, la igualdad de oportunidades.
Para ello, Julie Wark identifica dos grandes objetivos que es preciso
definir conceptualmente y para los cuales es urgente actuar políticamente. El
primero de ellos es el establecimiento de un suelo, de un conjunto de recursos
básicos que garanticen el derecho a la existencia de todos y todas. Al decir de
la autora, en lo que constituye una de las defensas más vigorosas e incisivas
del vínculo existente entre derechos humanos y renta básica, una transferencia
monetaria universal e incondicionalmente conferida al conjunto de la ciudadanía
sería, por muchas razones, tanto en el Norte como en el Sur, uno de los mejores instrumentos –si bien no el único–
para la introducción de dicha base material y, a partir de ahí, para el logro
de mayores niveles de igualdad de oportunidades y, a la postre, para el
progreso de los derechos humanos en las sociedades contemporáneas.
El segundo objetivo tiene que ver con el establecimiento de controles y
restricciones a las grandes concentraciones de riqueza y de poder económico en
pocas manos. En efecto, los agentes económicos más poderosos, cuando se hallan
libres de toda brida que encauce su actividad, tienden a destruir los espacios
sociales y económicos en los que estamos llamados a desplegar nuestros
proyectos de vida: ellos definen las reglas del juego y, haciéndolo, tienden a
excluirnos del juego en cuestión. Tales concentraciones de poder económico
privado, pues, deben ser políticamente combatidas y, a ser posible, erradicadas
por los medios que en cada momento se estimen más adecuados.
El Manifiesto de derechos humanos de Julie Wark, pues,
es un libro moral, abiertamente “indignado”, y, al mismo tiempo, profundamente
político, decididamente rebelde: se trata de un libro que busca formas de
intervención social y económica encuadradas en el seno de proyectos colectivos
lo más exhaustivos posibles que aspiren a lograr vías político-institucionales
para garantizar a todas las personas niveles relevantes de independencia
socioeconómica y, a partir de ahí, posibilidades reales de articular una
interdependencia verdaderamente deseada por todas las partes. Quizás por ello
–dicho sea de paso– la autora se muestre tan crítica con el humanitarismo de
ministerio de defensa –y a veces también de ONG–, en el cual ve formas
posmodernas de la caridad de siempre –todo ello, cuando no se trata,
sencillamente, de mera propaganda para encubrir prácticas neo-imperialistas–.En
cualquier caso, muestra de un cosmopolitismo genuino tan poco habitual como
necesario en un ensayo de vocación universalista –por el libro transitan
actores y episodios procedentes de los cinco continentes, actores y episodios
que la autora demuestra conocer de primerísima mano–, el Manifiesto de derechos humanos de Julie Wark, de escritura precisa y
torrencial al mismo tiempo, como procedente de una narración que se desencadena
implacable, de una historia que se despliega y atrapa y finalmente enoja y
subleva, adquiere el tono de esos textos necesarios que se dirigen a cualquiera
–esto es, a todo el mundo– y que parecen haber sido escritos, no ya por una
persona, sino por una época histórica entera.
David
Casassas es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso.
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4680
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